Paremos el genocidio en Palestina
Mientras resista la memoria, los pueblos tejen la historia
Solidaridad con el pueblo palestino,
no al genocidio, no al apartheid.
Marcha en Montevideo, 24/07/2024.
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Italia. il manifesto. quotidiano comunista
Lunedì Rosso
(el manifiesto. cotidiano comunista)
Lunes Rojo. Edición especial
9 de junio de 2025 (*)
El comentario de la semana,
por Alia Shamlakh
Desde el apocalipsis de Gaza, ante una larga muerte, en un país donde la vida se ha convertido en un acto cotidiano de sobrevivencia, les escribo mi sangrante testimonio, –yo, Alia Shamlakh. La arquitecta que ya no construye nada, sino la memoria que corre el riesgo de ser borrada; la arquitecta condenada a vivir entre mapas destruidos y a escribir en medio del polvo de su casa convertida en cenizas. Y, sin embargo, sigo en pie sobre los escombros e intento completar mi misión, aunque todo a mi alrededor mire hacia otro lado. Escribo mi testimonio con la esperanza de que sea un grito audible ante un mundo que se ha vuelto sordo al crimen.
TENGO 37 AÑOS, dos de los cuales los pasé en el corazón de la masacre; en los días del genocidio y la hambruna feroz. Dos años de movimientos repetidos y continuos, de tentativos de sobrevivencia, de bailar sobre el filo de la navaja entre la vida y la muerte. Aquí, sobrevivir es un acontecimiento excepcional, no porque sepamos cómo sobrevivir, sino porque esquivamos la muerte por casualidad, es cuestión de unos pocos minutos o de coincidencia. Nuestra casa fue bombardeada mientras estábamos dentro. Nosotros, nuestros hijos y mis padres ancianos. No sufrimos heridas, nadie murió en ese momento, pero la muerte nos rodeó y nos acompañó en todos los lugares que creíamos “seguros”. Nos refugiamos en un hospital por seguridad, pero descubrimos que nos estábamos refugiando en una trampa. Llovían balas y estábamos acorralados con cientos de desplazados, hambrientos, sedientos, aterrorizados. Las paredes temblaban, salía humo del techo, nuestros corazones morían cada vez y no eran enterrados.
Huimos al sur de Gaza, a casa de un familiar en Jan Yunis, luego volvimos a huir al extremo sur, a Rafah, luego a Deir al-Balah y luego, nuevamente, esperemos por última vez, a la ciudad de Gaza. Aquí, en el infierno, no hay margen para la planificación. Hay que improvisar, porque incluso las zonas de “sobrevivencia” están siendo bombardeadas. Empezamos de cero cada vez, no porque seamos “fuertes”, como dicen algunos, sino porque detenernos es un lujo que no podemos permitirnos. Sólo estamos salvando a nuestros hijos del horror del momento, mientras esperamos el horror sucesivo.
EN VEINTE MESES de desplazamiento y huida de la muerte, hemos construido nuestras vidas temporalmente en una tienda de campaña. Una pequeña tienda en el camino que apenas logra contener nuestra respiración, y mucho menos albergar a trece cuerpos. Sin seguridad. Sin privacidad. Sin ninguno de los bienes esenciales para vivir. Durante nuestro desplazamiento, nuestros hijos han dormido sobre baldosas, en el suelo, a la intemperie. Han padecido hambre.
TENEMOS SUELDOS y dinero, pero de nada sirven cuando no queda nada. Seguimos sufriendo una hambruna feroz que nos ha hecho lamentar aquella poca comida enlatada que se podía encontrar hace unos meses. Nuestros cuerpos se han debilitado, hemos bajado de peso, nuestra memoria se ha vuelto borrosa, nuestra concentración se ha debilitado. Todos hemos contraído hepatitis, enfermedades de la piel, infecciones, y nuestra psique está dañada como si nos estuviéramos consumiendo lentamente hasta quedar exhaustos.
TODO EN NUESTRA VIDA ha vuelto a un nivel primitivo. Cocinamos con leña. Bañamos a nuestros hijos con agua que traemos de lejos y calentamos en el fuego. Hacemos largas filas para conseguir un litro de agua. Viajamos en vehículos destrozados y desgastados, a veces tirados por animales. Sobrevivo para seguir trabajando. Sí, aunque no esté en condiciones, voy a trabajar porque la misión que he elegido, o que me ha elegido a mí, no puede abandonarse. Trabajo para una organización internacional para personas con discapacidad; intento seguir trabajando para proteger al ser humano, destrozado ante nuestros ojos. Me pregunto a diario cómo una persona privada del derecho a la vivienda, al agua y a la dignidad puede seguir defendiendo los derechos de los demás. Y cada vez me respondo: vengo de Gaza, de un lugar donde la tenacidad no muere, aunque se convierta en una maldición. Una maldición porque estamos intentando salvar lo salvable de nuestros derechos, viviendo en una realidad que no refleja ningún documento ni convención sobre los derechos.
El mundo entero nos ha defraudado, no por ninguna razón complicada, sino porque prefiere no ver. No estamos muriendo en secreto. Todo está documentado, mismo ante los ojos de todos. ¿Convenciones, leyes, derechos humanos? Hojas al viento o leña para el fuego. El mundo ha declarado la muerte de su conciencia en un frío silencio. Ahora se puede reír con siniestra ironía cuando el mundo habla de “dignidad humana” y “seguridad de la población civil”.
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Todo está guardado en la Memoria
Paremos el genocidio en Palestina
Muestra fotográfica.
37 millones de toneladas de escombros.
Abril de 2024. Jan Yunis, Gaza, Palestina.
Quinta “Feria de la Memoria”
Sede de Affur, en Montevideo. 4/10/2024
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(*) Nota. La versión original en italiano de este testimonio fue publicada por
«il manifesto, quotidiano comunista», en:
«Lunedì Rosso», del 9 giugno 2025.
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