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Trelew. Santucho, entrevista en Cuba, 1972

Trelew. 16 rosas rojas. Santucho, entrevista en Cuba, 1972


Dignidad latinoamericana

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Trelew. 16 rosas rojas

Duración: 4’50”

Trelew. 22 de agosto de 1972

El 15 de agosto de 1972, durante la dictadura encabezada por Alejandro Lanusse, veinticinco presos políticos de diversas organizaciones políticas se fugaron del penal de máxima seguridad de Rawson y recorrieron 21 kilómetros hasta llegar al viejo aeropuerto de Trelew. El objetivo era llegar hacia Chile, gobernado por Salvador Allende. Solamente seis de los fugados logran tomar un avión y escapar: Mario Santucho, Roberto Quieto, Fernando Vaca Narvaja, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Mena y Mario Osatinsky. El resto del grupo no llegó a abordar el avión y se entregó a las autoridades militares, bajo la condición de que los retornaran al penal y que se garantizara la seguridad de los presos.

En lugar de llevarlos a Rawson, los trasladaron a la Base Aeronaval “Almirante Zar”, dependiente de la Armada y en la madrugada del 22 de agosto, la guardia los obligó a salir de sus celdas y fueron masacrados.

Asesinan a sangre fría a dieciséis detenidos:
Carlos Astudillo,
Rubén Pedro Bonnet,
Eduardo Capello,
Mario Emilio Delfino,
Alfredo Kohon,
Susana Lesgart,
José Ricardo Mena,
Clarisa Lea Place,
Miguel Ángel Polti,
Mariano Pujadas,
Carlos Alberto del Rey,
María Angélica Sabelli,
Humberto Suárez,
Humberto Toschi,
Alejandro Ulla y
Ana María Villarreal de Santucho.

Tres de los prisioneros quedan heridos, pero luego del golpe de 1976
fueron secuestrados y aún continúan desaparecidos:
María Antonia Berger,
Alberto Camps y
Ricardo Haidar.

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Poema: El poema “16 rosas rojas” fue escrito por el “Negro” Montenegro, obrero ferroviario tucumano, desde la cárcel, poco después de la Masacre de Trelew.

16 rosas rojas
Leída el 22 de agosto de 1972,
en el pabellón 5 de Rawson.

Uniformada y sombría
la traición abrió sus alas
destino de carne joven
para un huracán de balas.

Nadie les dice razón
nadie les grita o les habla
muda en los pechos florece
las garras de la metralla.

La noche era un alto rostro
helado viento de escarcha
con dieciséis rosas rojas
tendidas bajo su planta.

Y desde una estrella herida
bajó del cielo una lágrima
y fue en agosto ese grito
y la hora, las tres de la madrugada.

¡Qué solo se queda el pueblo
cuando sus hijos le matan!
¡Qué sola queda la tierra
si el guerrillero le falta!

Desde los puños oscuros
muda en las bocas estallan
los juramentos y asombros
de las nubes indignadas.

Y llevan los cuatro vientos
al corazón de la patria
los latidos de fusiles,
comprometiendo batalla.

¡Ay! del que puso su odio
traicionero y a mansalva.
No habrá justicia si un día
su oscuro crimen no paga.

Y dieciséis rosas rojas
nacidas de madrugada
florecerán cada agosto
en la patria liberada.


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Películas relacionadas:

(*) Ni olvido ni perdón: 1972, la masacre de Trelew
Dirección: Raymundo Gleyzer. Argentina. 1972. Documental. Duración: 30’

(*) Trelew
Dirección: Mariana Arruti. Argentina. 2004. Documental. Duración: 1h 35’

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Este audiovisual forma parte de la lista de reproducción:
Ocho Letras para la Memoria

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Nota. La imagen que acompaña la lectura del poema es de Xul Solar:
Drago - 1927
Museo Xul Solar. Colección permanente

Se puede ver la galería de imágenes:
Una mirada sobre la obra de Xul Solar

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Trelew. Santucho, entrevista en Cuba, 1972

Duración: 54’38”

Trelew. 22 de agosto de 1972

Descripción: «El 15 de agosto de 1972, durante la dictadura encabezada por Alejandro Lanusse, veinticinco presos políticos de diversas organizaciones políticas se fugaron del penal de máxima seguridad de Rawson y recorrieron 21 kilómetros hasta llegar al Viejo Aeropuerto de Trelew. El objetivo era llegar hacia Chile, gobernado por Salvador Allende. Solo seis lograron tomar el vuelo hacia el país limítrofe. El resto del grupo no llegó a abordar el avión y se entregó a las autoridades militares, bajo la condición de que los retornaran al penal y que se garantizara la seguridad de los presos.

En lugar de llevarlos a Rawson, los trasladaron a la Base Aeronaval “Almirante Zar”, dependiente de la Armada y en la madrugada del 22 de agosto, la guardia los obligó a salir de sus celdas y fueron asesinados.

En el año 2012, los responsables de los fusilamientos, fueron condenados a prisión perpetua por el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia, considerando a “la Masacre de Trelew” como un delito de lesa humanidad.

Dieciséis de los prisioneros fueron fusilados. [...] Diez de ellos nacieron, vivieron, cursaron sus estudios y militaron en Córdoba. Tres de los prisioneros lograron sobrevivir, pero luego del golpe de 1976 fueron secuestrados y aún continúan desaparecidos.»
(cita de la Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba)

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La grabación que se reproduce aquí apareció casi treinta años después, a principios de 2001, entre los archivos del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Era una entrevista realizada el 13 de octubre de 1972 en un patio de La Habana donde funcionaba Radio Habana Cuba. Casi dos meses después de los hechos, Mario Roberto Santucho, Roberto Quieto y Fernando Vaca Narvaja dialogaban con el periodista cubano Orlando Castellanos sobre la fuga de Trelew. Un material inédito, desconocido, ignorado incluso por los más cercanos. Cincuenta y cuatro minutos de palabras, la respiración, los silencios y el latido de los protagonistas, el pasado que se enciende y nos habla al oído.

La voz de tres de los dirigentes que lograron fugarse en un avión de Austral y sobrevivieron a la masacre retornaba desde el fondo del tiempo. Con Santucho y Quieto secuestrados y asesinados por las fuerzas de seguridad, sólo Vaca Narvaja había quedado con vida. El testimonio tenía un valor histórico y era además, en un plano más íntimo, para muchos de sus familiares la posibilidad de escuchar por primera vez esas voces. Castellanos era un periodista de larga experiencia en la radio y había sido corresponsal de guerra en Vietnam, Laos y Camboya.

Alguien le acercó esa cinta a María Santucho, que vive en Cuba desde 1976 y dirige junto a Victor Casaus el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. La grabación cruzó el océano muy pronto en un casete TDK de 60 minutos y, en Buenos Aires, Quique Pesoa y Leda Berlusconi la convirtieron en audio digital.

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Los primeros en alcanzar la puerta de entrada del penal fueron los dirigentes: Mario Roberto Santucho, Domingo Mena y Enrique Gorriarán Merlo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP); Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Fernando Vaca Narvaja de la organización Montoneros.

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Los argentinos en La Habana. De izquierda a derecha: Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Mena, Carlos Goldenberg, Víctor Fernández Palmeiro, Mario Roberto Santucho, Marcos Osatinsky, Ana Wiesen, Alejandro Ferreyra Beltrán, Roberto Quieto y Fernando Vaca Narvaja.
En la fuga a Chile, y luego a Cuba, a los seis dirigentes guerrilleros se suma Carlos Goldenberg, conductor del vehículo; lograron subirse al BAC 111 de la empresa Austral (tomado previamente en vuelo desde Buenos Aires por un comando integrado por Víctor José Fernández Palmeiro y Alejandro Enrique Ferreyra Beltrán, ambos del ERP, y Ana Wiesen de Olmedo, maestra, integrante de las FAR.

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Este audiovisual forma parte de la lista de reproducción:
Memoteca. Historias y sentires de América

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Álvaro Yunque. Mocho y el espantapájaros

Cuento infanrtil. Álvaro Yunque. Mocho y el espantapájaros


Pequeña Biblioteca

Es muy difícil levantarse luego de haber sido tan golpeados.
Pero es posible, construyendo y re-construyendo el tejido social que han destrozado.
Nunca solos, con memoria y colectivamente.

“Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.”
Carta del Che Guevara a sus hijos.

Memoria y justicia
Pintura mural.
Imágenes y palabras se hermanan en homenaje a Plef.
Tomás Basañez y Avda. Rivera,
Buceo, Montevideo.

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Tantas cosas deberíamos incluir en nuestra pequeña biblioteca.
Hoy proponemos este cuento infantil de Álvaro Yunque.

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Mocho y el espantapájaros

Me querés acompañar a la chacra de mi tía? —dice Tula—. Mamá me manda llevarle esta torta. Yo tengo miedo al espantapájaros que hay a la salida del pueblo.

—¡Puf! —hace Mocho, y se yergue, satisfecho de que Tula, ¡tan limpia, tan suave, tan modosa!, le haga este pedido, confíe en su valor y en su fuerza, apoye en él su debilidad femenina.

—¿Me acompañás? —insiste ella.

—¡Vamos!

Comienzan a andar uno al lado del otro. Son de la misma edad, diez años, pero Mocho es bastante más alto, y parece de más edad con su corpachón vigoroso de muchacho crecido al sol y al aire libre, con su cabeza de pelos enmarañados, negros y duros, con su cara morena y como amasada a golpes. No en vano la delicada y dulce Tula busca su apoyo. El muchacho exhibe fortaleza y coraje, ¡vaya!, ¿no lo ha visto ella misma enredarse a puñetazos con chicos mayores o correr a pedradas a perros grandes?

Caminan y conversan. Él:

—¿Por qué le tenés miedo al espantapájaros? No es nada más que un espantapájaros. Y vos no sos un pájaro. ¿O te creés que sos un gorrión?

—Ya sé que no soy un gorrión, pero abuela dice que de noche el espantapájaros se pone a caminar, y yo pienso que si vuelvo tarde, sola, y me encuentro el espantapájaros por el camino... ¡Ay! Con solo pensarlo, mirá, se me pone carne de gallina, me enfrío. Tocá.

Mocho no se lo hace repetir. Toca la piel aterciopelada del brazo de su amiga, y habla. Habla seguro de sí:

—¡Son macanas eso que dice tu abuela! Yo he pasado de noche por el camino y el espantapájaros estaba allí como si fuese de día.

—¿Habrás pasado una noche de luna?

—He pasado en noches de luna y en noches de tormenta. El espantapájaros no se mueve de su sitio.

—¿Noches de tormenta? ¡Qué valiente!

Mocho sonríe, gozoso. Tula cree lo que él afirma.

Y dice:

—¡Para eso soy hombre! Los hombres somos valientes.

Continúan andando. De vez en vez, ella lo mira de reojo. Y vuelve a hablar:

—Yendo a tu lado no tengo miedo de pasar por allí frente al espantapájaros.

Él calla. Una ola de satisfacción le sube desde el pecho al rostro y se lo colorea. Saber que esta muchacha tan linda, tan suave, tan graciosa, confía en él, le da mayor seguridad todavía. Calla, mete las manos en los bolsillos, pisa más fuerte.

Ella insiste:

—¿Y si saliera el espantapájaros a atajarnos en el camino?

—¡Bah! —hace él y se encoge de hombros, despreciativo: no toma en cuenta una suposición tan descabellada.

—Sí, ya sé que no saldrá, al fin ahora es de día. Pero... ¿si saliera?...

—¡Lo rompo todo! ¡No le dejo una hilacha! —afirma él, y continúa andando. Lo dice con tanta firmeza que Tula sonríe, contagiada de la seguridad de su amigo.

—¿Qué torta llevás allí? —pregunta él, y las pupilas le relucen de gula.

—Una torta de dulce de membrillo para mi tía, la de la chacra. Hoy es su cumpleaños.

—A ver, dejame tomar el olor... ¡Ah, qué rica ha de ser!

—Sí, es rica. Yo te daría un pedazo, pero... si mamá sabe...

—¿Y cómo puede saberlo?

—Muy fácil: que mi tía, mañana, cuando la vea, le diga: a tu torta le faltaba un pedazo.

—Es cierto.

—Mamá hizo otra torta para nosotros. Esta noche, cuando me den mi pedazo, en el postre de la comida, no lo comeré. Te lo guardaré para vos.

—Guardame la mitad —concede él, un poco caballero.

—No, te lo guardaré todo.

—No, la mitad.

—Bueno, la mitad —accede la chica, y agrega—: También le puedo pedir a mamá un pedazo para vos. Le puedo decir que me acompañaste. ¿Qué te parece?

—Me parece mejor. Así con tu medio pedazo y mi pedazo, yo me como un pedazo y medio.

Tula no responde, aunque en verdad, Mocho no ha interpretado su pensamiento. Ella pensaba que pidiendo para él, este se conformaría con su pedazo.

En fin...

Doblan el camino.

—¡Allí está! —exclama ella, se toma de la mano de Mocho, aminora el paso.

—¿Y qué? —dice él, despectivamente—. ¡Vas conmigo!

Llegan delante del espantapájaros. Un sombrero de paja medio caído y, sobre la cruz de palo de sus hombros, colgantes harapos de lo que fuera un saco de hombre.

Mocho lo enfrenta, burlón y valiente:

—¡Hola, espantapájaros! ¿Qué decís? ¿Cómo te va?

Recoge unas piedras y le tira. Acierta con una y le bambolea el sombrero. No se conforma con esa demostración de valentía. No oyendo a Tula que le balbucea:

—¡No, Mocho, no hagas eso! Mirá que de noche se puede vengar... ¡No, Mocho!...

El muchacho, de un brinco, salta el alambrado, se acerca al espantapájaros y le quita el sombrero. Ríe a carcajadas. Se topa con él y continúa andando, regocijado de su hazaña cuanto del temor con que su trémula compañera, pálida y temblorosa, lo sigue.

Mocho se da vuelta y, saludando, grita:

—¡Chau, espantapájaros! ¡Tanto gusto de saludarlo con su sombrero, señor espantapájaros! —Y le tira el sombrero que cae entre los trigos de su custodia.

A la vuelta, después de haber dejado el obsequio en manos de la tía, más satisfechos, porque ésta los ha invitado con masas y sándwiches, Mocho vuelve a enfrentarse con el espantapájaros:

—¡Adiós, che! Te has quedado sin cabeza. Te voy a poner el sombrero.

Vuelve a saltar el alambrado, recoge el sombrero y lo hunde en el palo que sirve de cuello al espantapájaros. Antes de doblar el camino, se vuelve para burlarlo:

—¡Adiós, espantapájaros! ¡Seguí asustando a gorriones, que a mí no me asustás!

—¡Pero a mí me asusta! —agrega la chica, y se toma de su mano. Llegan a las casas del pueblo.

—Hasta mañana, Mocho valiente.

—Hasta mañana, y ya sabés...

—¿Qué, Mocho?

—¿Te olvidaste lo del pedazo y medio de torta?... ¡Me quedé con unas ganas de probarla!

Por la noche, una noche sin luna, con oscuros nubarrones que rezongan truenos, Mocho sale al camino. Va a buscar al espantapájaros. Va a probarle que, si de día no le tuvo miedo, de noche tampoco se lo tiene. ¡Y eso que no es noche de luna! Se burlará de él, le quitará el sombrero de paja, le desgarrará el saco. Porque el espantapájaros estará allí, en el sitio de siempre, inmóvil e inofensivo, solo sirviendo para asustar a tontos gorriones o débiles niñas como Tula...

Pero ¿qué? ¿Quién viene allí por el camino? ¿Es el espantapájaros?

¡No puede ser! ¡Y es el espantapájaros, sí! Lentamente, con sus harapos al viento, con su sombrerote de paja agitado, allí viene, por el camino, y en dirección contraria a la suya. Mocho se detiene, sorprendido y temeroso. Siente que un frío de hielo le paraliza las piernas, que la piel se le eriza, que los cabellos se le ponen de punta. Intenta gritar, y no puede. La voz se le corta.

¿Pero entonces era verdad lo que decía la abuela de Tula? ¿Es verdad que el espantapájaros sale de noche a andar por los caminos? ¡No puede ser! ¿Cómo creer en tal cosa? Y sin embargo, allí está, en el camino, andando como un hombre y dirigiéndose hacia él, quizás dispuesto a vengarse de sus burlas y de sus pedradas. Ya se acerca, se acerca... Mocho no resiste más. Da vuelta y, temblando de miedo, echa a correr.

Pero corre torpemente, sus piernas temblorosas han perdido el vigor y la agilidad habituales. Y oye detrás suyo los pasos del espantapájaros que lo persigue. Los oye más cerca, ¡más cerca todavía!, ya parece que lo tiene junto a él, no puede más...



Pide auxilio. ¿A quién pedirlo sino a la madre?

Intenta dar un salto, y grita:

—¡Mamá, mamá! —Siente que ha caído. Porque Mocho acaba de rodar de la cama donde estaba soñando. Se hace la luz. A su lado está la madre, afligida:

—¿Qué te pasa, querido?

Mocho la mira con ojos espantados. Va a decirle que el espantapájaros lo corría, pero calla. ¿Cómo decir tal cosa? Calla y se aprieta contra su pecho, sollozante. La madre lo consuela y acaricia:

—Estabas soñando. Una pesadilla, seguramente. Eso te pasa por comer mucho y a cada rato. No es nada. Acostate, querido. Yo te acompañaré.

Lo tiende en la cama, lo arropa. Y se instala a su lado. Mocho se siente seguro, cierra los ojos, se duerme.

Pero a la mañana siguiente, día de sol radiante y magnífico, pasando por delante del espantapájaros inmóvil, sigue derecho, lo contempla de reojo. No se le ocurre burlarlo ni tirarle piedras.

Marc Chagall

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Mocho y el espantapájaros,
de Álvaro Yunque (seudónimo de Arístides Herrero Gandolfi),
está incluido en el libro Mocho y el espantapájaros: y otros cuentos;
el libro fue publicado en 1972
y prohibido en época dictatorial. Argentina.

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Cantares de Numa Moraes. Qué lindo es vivir así


Audiovisual, duración 2'10"

Un canto a la vida

Numa Moraes canta en el marco de «1983-2023. A 40 años del viaje de los niños del exilio. Presentación de una muestra fotográfica», actividad llevada a cabo en la sede de la Junta Departamental de Montevideo,
el 22 de noviembre de 2023.

Marcas de la Memoria, Marcas como Abrazos:
Niños en vuelo desde el exilio,
26 de diciembre de 1983.

Se conmemoran los 40 años del viaje de 154 niños provenientes del exilio uruguayo, que a su llegada a Uruguay, el 26 de diciembre de 1983, desde el aeropuerto de Carrasco fueron conducidos a este local en una caravana de ómnibus. La Coordinadora del Transporte del Pit se encargó de los vehículos, los niños pudieron abrazar a sus familias y un pueblo se volcó a la calle para recibir a sus hijos.

Música
Compañero,
de Marcos Velásquez,
en la voz de Héctor Numa Moraes.

Compañero

Qué lindo es vivir así
sabiendo que el hombre es bueno,
sabiendo que el hombre es bueno,
que la semilla ni sabe
que la culpa es del terreno,
que la semilla ni sabe
que la culpa es del terreno.

Llegará el día, sí señor,
verá qué lindo, verá qué bueno,
que usted tire un beso al aire,
verá qué justo, verá qué cierto,
sabiendo que donde caiga
no caerá preso
no caerá preso.

Es lindo mirar a un niño
porque cuanto más pequeño,
porque cuanto más pequeño,
es más puro, más semilla,
menos patrón y más dueño,
es más puro, más semilla,
menos patrón y más dueño.

Dele usted la mano a un niño
verá qué lindo, verá qué bueno,
y dígale con confianza,
verá qué justo, verá qué cierto,
y dígale como a un hombre
¿cómo le va, compañero?

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Galería de imágenes

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Álbum: El mundo del nosotros está naciendo

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documento en formato pdf, Cuentos infantiles prohibidos

para visitar la Pequeña Biblioteca

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Viento del pueblo. Niño yuntero

El niño yuntero. Miguel Hernández. Poesía


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El niño yuntero

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja y, mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvias y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.


Por niñeces con futuro
Recuerdos de la niñez:
al aire libre,
en el barrio,
una bicicleta
y un grupo de amigos.
Cerro, Montevideo.

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Cantares niños. El niño yuntero. Hernández, Serrat Duración: 6’13”

Descripción:
"El niño yuntero",
poesía de Miguel Hernández,
en la voz de Joan Manuel Serrat.

La poesía fue publicada por Miguel Hernández en 1937, en plena guerra en España,
y forma parte del libro “Viento del pueblo”.

El 28 de marzo de 1942 Miguel Hernández muere en su querida tierra,
tierra por la que dio su vida y su canto.

Fotografías de Andalucía,
en su mayor parte de la Alhambra, en Granada,
que pueden verse en el álbum de fotografías:
Sugerencias para la mirada: territorios de Andalucía, Granada

Torre de las Damas,
reflejada en la gran alberca del Partal.
Alhambra, Granada,
Andalucía, España.

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En página nueva puede verse el audiovisual:
Romance de la Guardia Civil Española. Federico García Lorca

Duración: 7’12”

Descripción:

Un Homenaje a Federico García Lorca (1898-1936).

Imágenes de Granada, en particular de la Alhambra y el Generalife.

Audio: Romance de la Guardia Civil Española
musicalización del poema homónimo de Federico García Lorca,
de Oscar Perna, “el Pajarito del Monte”, interpretada por el autor en agosto de 1986.

Se trata de una composición inédita del guitarrista uruguayo Oscar Perna, dedicada por el autor al gran poeta con ocasión del cincuentenario de su asesinato (18/Agosto/1936). En 1986, Oscar Perna vivía aún en General Pico, Provincia de la Pampa, Argentina, donde se había exiliado y donde también sufrió secuestro, cárcel y persecución por parte de la dictadura argentina.

Por la edición de ésta como de otras piezas musicales inéditas de Oscar Perna, agradecemos en particular la intervención de Rubén Olivera y del Estudio La Mayor de Montevideo, gracias a quienes pudieron recuperarse las antiguas grabaciones.

Nota. En esta pieza, por daños que sufriera el cassette original,
en 6’08” y en correspondencia del texto:
“gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja”
no pudo recuperarse la musicalización original.

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Gotas de las mismas aguas. Poesía y guitarra

Juan L. Ortiz. Gustavo Ripa. Poesía y guitarra

Horizontes fluviales
Arroyo Tropa Vieja.
El Remanso, Neptunia,
Departamento de Canelones.

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Fui al río

Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.

Regresaba
—¿Era yo el que regresaba?—
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!


Fui al río,
poesía publicada en El ángel inclinado, 1937;
de Juan Laurentino Ortiz,
poeta argentino de la provincia de Entre Ríos (1896-1978).

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Somos todos gotas de un mismo mar

Duración: 3’15”

Descripción: Algunas imágenes de la exposición antológica de Florencia Flanagan con ocasión del encuentro de la artista con Annabel Teles en el Subte Municipal de Montevideo. Un diálogo compartido con los presentes entre arte y filosofía. 16/08/2024.

Música:
Lila Downs (México)
canta “Icnocuícatl” (poema nahuatl).

Icnocuícatl
Es un poema nahuatl de Natalio Hernández

(letra en castellano)

Mañana
Mañana que yo me muera
no quiero que estés triste.

Aquí ...
Aquí otra vez volveré
convertido en colibrí.

Mujer ...
Cuando mires hacia el sol
sonríe con el corazón.

Ahí ...
Ahí estaré con nuestro padre
Buena luz te enviaré
Buena luz te enviaré
Buena luz te enviaré

Mujer ...
Cuando mires hacia el sol
sonríe con el corazón.

Ahí ...
Ahí estaré con nuestro padre
Buena luz te enviaré
Buena luz te enviaré
Buena luz te enviaré

Buena luz te enviaré


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en nahuatl

Mostla ...
keman neuatl nionmikis
Amo keman ximokuesko

Nikan ...
Oksepa nikan nionualas
Kualtsin uit'sit'silin nimokuepas

Soatzin ...
keman tikonitas tonatiu
Ika moyolo xionpaki

Ompa ...
Ompa niyetos uan totlajtsin
Kualtzin tlauili nimit'smakas

Soatzin ...
keman tikonitas tonatiu
Ika moyolo xionpaki

Ompa ...
Ompa niyetos uan totlajtsin
Kualtzin tlauili nimit'smakas
Kualtzin tlauili nimit'smakas
Kualtzin tlauili nimit'smakas

Kualtzin tlauili nimit'smakas

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En página nueva puede verse el audiovisual:
Fuegos y Tornasoles. Cielo y Agua, Verde y Amarillo

Duración: 6’00”

Descripción: Fantasías de la imagen y de la música.
Fuegos y tornasoles del atardecer,
un saludo al sol,
un saludo a las tierras rioplatenses.

Cielo y agua, tierra y fuego,
identidades,
en el son de una guitarra.

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Música

1) En verde y amarillo,
de Rubén Lena,

2) El fuego sagrado,
de Mariana Ingold,

interpretadas en guitarra
por Gustavo Ripa .

Comenta Gustavo Ripa para la edición de su CD Calma
(Ediciones Ayuí/Tacuabé, Serie Sin palabras, Montevideo, 2010):
“Calma como pedido, como propuesta,
como estado que cobija el alma,
como necesidad, como deseo.”

En verde y amarillo.
“El maestro Lena ha dejado un legado de canciones estupendas.
Ésta siempre me conmovió,
en mi memoria musical suena la versión de Larbanois y Carrero,
con la voz de Mario arrancando el tema. Un lujo.”

El fuego sagrado.
“Canción que me evoca un círculo de personas alrededor del fuego.
Este tema me da energía, alegría y sentido de unión.”

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La mujer. Juceca. Historias de colores

La mujer, Juceca (Julio César Castro)

“Gracias a la vida,
que me ha dado tanto,
me ha dado la risa,
y me ha dado el llanto...”


Pablo Picasso (1881-1973)
Retrato de Marie-Thérèse
París, 4 de diciembre de 1937
Oleo y lápiz sobre lienzo
Musée national Picasso-Paris
Dación de 1979. MP167
Exposición «Picasso en Uruguay»
Museo Nacional de Artes Visuales,
Montevideo
(29 de marzo - 30 de junio de 2019).

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LA MUJER

Y si usted me habla de colores, yo le cuento de un hombre verdaderamente enamorado de los colores como era el flaco Nostálgico. Para ver la salida del sol, antes de que empezara a salir, se trepaba a la punta de un árbol con el brasero y el mate. Algunas veces los pájaros lo picaban todito
porque les llenaba los nidos de humo.

Y cuando el sol apenas empezaba a aparecer detrás de los cerros, en ese momento que nacen los colores, cuando el cielo va pasando del azul negro al celestito cielo, cuando los campos se tiñen poco a poco de verde y amarillo, cuando el marrón de los troncos de los árboles comienza a salpicarse de luces rojizas, en ese momento el flaco Nostálgico no resistía más y solía caerse al suelo de la emoción. Para no tener que levantarlo todas las mañanas, la mujer, Hermenegilda, dos por tres subía y lo ataba de una rama. Un día de esos que Nostálgico estaba atado, ella aprovechó para irse con un viajero.
Y como a los tres días lo desató un vecino.

Nostálgico quedó como ido,
siempre enamorado de los colores,
pero a partir de entonces prefería el gris.

Un día le quisieron hacer una broma en el bar del pueblo, donde conocían su amor por los colores. Ese día Nostálgico llegó como tropezando, triste por el asunto de la mujer, cansado de ver flores y pájaros grises. En una pared del bar le habían pintado una mujer. La habían pintado silenciosa y, mirándola, era igualita a una mujer silenciosa. ¡Y qué colores tenía! ¡Y qué carita de sol!
Para completar el cuadro habían apoyado una mesa contra la pared.

Entró Nostálgico, saludó y fue hacia el mostrador.
Pidió una botellita de vino
y estaba sirviéndose el primer vaso cuando uno le dijo:

– ¿Cómo anda don Nostálgico?

– Extrañando la mujer. Solo, uno no es nadie.

Por detrás de él pasó el gordo Olmedo
y tropezando con la mesa que estaba contra la pared
dijo con voz bastante fuerte:

– ¡Disculpe, moza!

Nostálgico, oyendo las disculpas, miró hacia atrás y vio a la mujer de la pared.
No sé si por el vino o porque volvió a ver los colores,
pero lo cierto es que agarró la botella de vino,
pidió otro vaso y se sentó enfrente de la mujer.

La miró un rato. Después sirvió para los dos y empezó a hablar bajito, como es natural cuando un hombre habla de sus cosas. Y habló y terminó el litro y pidió otro y le contó toda su vida: «Que era hombre de trabajo desde chico, castigado por las injusticias desde siempre, que andaba triste y solito,
cargado de ternura y sin un destino,
y que esa no era vida,
porque cuando uno empieza a ver gris
se hace un hombre gris».

Imagine usted con qué lujo de palabras le habló esa noche.
Lo cierto es que esa madrugada se fueron juntos:
él sacudiéndose los recuerdos
y ella la cal de la pared.

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Nota:
Adaptación para estudiantes que intentan acercarse al lenguaje castellano rioplatense, del cuento original publicado en: Juceca (Julio César Castro), La vuelta de Don Verídico;
editorial Arca, 1987, Montevideo; p. 150.

Esta versión, en formato pdf, puede verse en página aparte:
Historias de colores. La mujer

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Un monte para vivir. Gustavo Roldán

Cuentos infanrtiles. Gustavo Roldán


Pequeña Biblioteca

Es muy difícil levantarse luego de haber sido tan golpeados.
Pero es posible, construyendo y re-construyendo el tejido social que han destrozado.
Nunca solos, con memoria y colectivamente.

“Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.”
Carta del Che Guevara a sus hijos.

Tucán
Pintura mural.
Montevideo.

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Tantas cosas deberíamos incluir en nuestra pequeña biblioteca.
Hoy proponemos este cuento infantil de Gustavo Roldán.

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Un monte para vivir

El río de aguas marrones corría bordeado por la sombra de los árboles. Pequeños remolinos jugaban con las hojas que caían bailoteando en el aire. Y un rumor de abejas flotaba en la tarde. En fin, era una buena tarde de verano.

Pero el coatí estaba triste.

El mono estaba triste.

La pulga estaba triste.

El quirquincho estaba triste.

En realidad, todos estaban tristes. Nadie cantaba, ni jugaba, ni corría, nadie hacía ningún ruido, porque hacía un tiempo que el tigre andaba al acecho.

Y cuando no hay ruidos, el monte se vuelve triste.

Y un monte triste es un mal lugar para vivir.

–Claro –dijo la paloma–, si no puedo decir currucucú, mis plumas pierden el brillo.

–Y yo –dijo el monito–, cuando no puedo saltar de rama en rama, ando arrastrando la cola.

–Si no puedo correr –dijo el coatí–, se me caen las lágrimas, y cuando se me caen las lágrimas me dan ganas de llorar.

–Lo peor –dijo la pulga– es que ya no tengo ni ganas de picar.

–¡Bah! –dijo la vizcacha–, todo es cuestión de acostumbrarse. Esto tiene muchas ventajas.

–Yo no le encuentro ninguna –gritó la pulga medio enojada.

–Pero tiene muchas. Todo está muy ordenado. Y eso de que los monos no puedan andar saltando de rama en rama me parece muy bien. ¿Acaso vieron alguna vizcacha que ande haciendo eso?

–¡Pero yo no puedo decir currucucú! –dijo la paloma.

–Sí, sí –dijo la vizcacha–. Pero, ¿qué tiene de lindo? Yo no digo nunca currucucú y así estoy muy pero muy bien.

–Pero doña vizcacha –dijo el tordo–, todos decían que mi canto era muy lindo y ahora no puedo cantar.

–Son los excesos, m’hijo, los excesos. Usted silbaba todo el día. Míreme a mí, yo nunca silbo, y tan contenta.

El picaflor, que ahora tenía que estar quietito en una rama, protestó:

–Los picaflores siempre estamos volando. Comemos volando, tomamos agua volando, y vamos como una flecha de un lado para el otro.

–Eso es lo que yo digo. ¿Alguien vio que una vizcacha haga una cosa así? ¿Qué es eso de quedarse parado en el aire? A mí nunca se me ocurriría hacerlo. Y me parece muy bien que el tigre haya prohibido todas esas cosas.

–Los que tenemos patas largas necesitamos correr –dijo el piojo parado en la cabeza del ñandú.

–Bueno, bueno –dijo la vizcacha–, pero el tigre prohibió todo y listo. Es la nueva ley y hay que respetarla.

–Pero la mano viene un poco más dura –dijo el tatú–. Y por algunas cosas que hice, el tigre me anda buscando con malas intenciones. Mejor me voy a vivir al otro lado del río.

–Y yo también me voy –dijo el loro–. Parece que estoy entre los primeros de la lista, y me voy al otro lado del río.

–A mí me tiene marcado el murciélago orejudo –dijo el hornero–. También es mejor que me vaya.

–Y yo también y yo también –dijeron la calandria y la iguana, y mil animales más.

Y se fueron a buscar un lugar para vivir.

Se fueron, pero no se fueron contentos.



–Yo me quedo aquí –dijo la pulga–, y que me encuentren si son brujos.

–Yo también –dijo el tordo–. Yo no sé cantar en otro lado, y ya veré cómo me las arreglo.

–Y yo –dijo el monito–, yo me cuidaré muy bien de lo que hago. O por lo menos delante de quién lo hago.

–Y yo y yo y yo –dijeron el coatí y el sapo y la paloma y la cotorrita verde y mil animales más.

Se quedaron, pero no se quedaron contentos.

Y así pasaron los años. Muchos.

A veces había noticias de los unos para los otros.

A veces algún encuentro los llenaba de alegría y de tristeza.

A veces comenzaban a olvidarse. Pero otras veces, no.

En el fondo, todos estaban un poco tristes.

Las aguas marrones del río seguían jugueteando con las hojas, cada vez con menos entusiasmo. El piojo, parado en la cabeza del ñandú, miraba el río y pensaba.

Después de un rato dijo:

–Los que tenemos patas largas ya no aguantamos más.

–Sí, pero ¿qué podemos hacer? –preguntó la paloma.

–Yo digo ¡punto y coma, el que no se escondió se embroma! –bramó la pulga con bramido de pulga.

–Y yo y yo y yo –dijeron el quirquincho y el tordo y el coatí y la cotorrita verde y mil animales más.

Sí, pero ¿qué podemos hacer? –repitió la paloma.

–Bueno, bueno –dijo el sapo–. No es que este sapo quiera saber más que nadie, pero ya tenemos la solución.

–¿Cuál es? ¿Cuál es?

–Ésa que dijo la pulga y que repitieron todos: ¡punto y coma, el que no se escondió se embroma! ¿Qué les parece si bss bss bss? –y contó en secreto sus planes.



El picaflor voló más rápido que nunca para contarles a los que se habían ido.

El tordo voló para el otro lado.

Y la paloma para el otro.

Y la cotorrita verde para el otro.

Y el quirquincho. Bueno, el quirquincho no voló, pero se fue con trotecito de quirquincho también para algún lado.

El tigre, el zorro, la vizcacha, el carancho, la y el murciélago orejudo vieron de lejos la polvareda que se acercaba.

–¿Qué es eso? –rugió el tigre–. ¡Aquí estoy mis amigos y no me gusta toda esa tierra!

–¡Y qué ruido, don tigre! ¡Eso le debe gustar menos! –dijo la vizcacha, zalamera.

–¡Voy corriendo a ordenar silencio! –se ofreció el zorro.

Y se fue al trote para poner un poco de orden.

Pero al ratito estaba de vuelta con la cola entre las patas.

–Mire, don tigre, me parece que la cosa se complica...

–Bah –dijo el tapir–, dejen todo en mis manos.

Y se fue a ver qué pasaba.

Al rato volvió con la cabeza gacha. Y la polvareda seguía acercándose cada vez más.

–No y no –dijo la yarará moviendo la cabeza para todos lados–, dejen todo en mis manos... digo, dejen todo a mi cargo.

Y se fue arrastrando su veneno hacia la polvareda.

Pasó un rato. Pasó otro rato. Cuando al tercer rato la yarará volvía, el tigre empezó a ponerse nervioso.

En eso la vio llegar. Venía chata y arrastrándose con esfuerzo.

–Don tigre, don tigre –dijo sacando esa lengua que ya no asutaba nadie–, vienen todos juntos, los que se fueron y que se quedaron.

–¿Todos juntos, los que se fueron y los que se quedaron?

–Sí, don tigre, y vienen gritando: ¡Punto y coma, el que no escondió se embroma!

–¿Y vienen muchos?

–Muchos no, don tigre, ¡vienen todos!

–¿Y gritan fuerte?

–A grito pelado, don tigre.

–¿Y con los ojos brillantes?

–Muy brillantes, don tigre.

–¡Pero yo soy el tigre!

–Sí, sí, eso lo saben...

–Ah, me conocen bien...

–Sí, lo conocen bien, y por eso vienen gritando: ¡Adónde está ese tigre!

–Entonces conviene que el murciélago orejudo vaya a ver –dijo el tigre mirando para todos lados.

Pero el murciélago orejudo hacía rato que se había borrado y no quedaban ni rastros de él.

–Don tigre –dijo la vizcacha temblando–, me parece que ya llegan. Ruja don tigre, así se asustan.

El tigre respiró hondo, abrió muy grande la boca y largó su rugido más fuerte. Pero apenas se oyó un grr de gatito con hambre.

Entonces dijo:

–¿Y si nos vamos?

Dicen que corrieron y corrieron, mientras la gran polvareda los seguía de cerca.

Dicen que se fueron hasta donde el sol se pone.

Hasta donde nacen los ríos.

Hasta donde se acaba el viento.

Dicen que se fueron con un miedo como para siempre.

El monte volvió a llenarse de ruidos, de silbidos de tordo, de monos saltando de rama en rama, de palomas que decían currucucú.

–Juguemos una carrera –le dijo el piojo al picaflor–. Los que tenemos patas largas queremos correr siempre.

Y corrieron. Y llegaron juntos hasta el río de aguas marrones que ahora jugueteaba con las hojas haciendo mil remolinos.

–Uf –dijo el piojo parado en la cabeza del ñandú–, cuesta trabajo, pero qué lindo es tener un monte para vivir.

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Gustavo Roldán,
16/agosto/1935, Roque Sáenz Peña, provincia del Chaco
3/abril/2012, Buenos Aires, Argentina.

Fue profesor de Literatura Hispanoamericana y Argentina.
Dirigió las colecciones “Libros del Malabarista”
y “El pajarito remendado”, de Ediciones Colihue.

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Nota:
la caracola
me deja en el oído
viejos pregones

Mario Benedetti, haiku n° 43

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Fuegos y Tornasoles.
Cielo y Agua, Verde y Amarillo



Audiovisual, duración 6'00"

Fantasías de la imagen y de la música.
Fuegos y tornasoles del atardecer,
un saludo al sol,
un saludo a las tierras rioplatenses.
Cielo y agua, tierra y fuego,
identidades,
en el son de una guitarra.

Música

1) En verde y amarillo,
de Rubén Lena;

2) El fuego sagrado,
de Mariana Ingold;

interpretadas en guitarra
por Gustavo Ripa.

Comenta Gustavo Ripa para la edición de su CD Calma
(Ediciones Ayuí/Tacuabé, Serie Sin palabras, Montevideo, 2010):
"Calma como pedido, como propuesta,
como estado que cobija el alma,
como necesidad, como deseo"
.

En verde y amarillo.
"El maestro Lena ha dejado un legado de canciones estupendas.
Ésta siempre me conmovió,
en mi memoria musical suena la versión de Larbanois y Carrero,
con la voz de Mario arrancando el tema. Un lujo"
.

El fuego sagrado.
"Canción que me evoca un círculo de personas alrededor del fuego.
Este tema me da energía, alegría y sentido de unión"
.

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Quiroga y la cuestión social de la selva

Cuentos de la selva, Horacio Quiroga


El escritor uruguayo, que en 1909 se instaló en la provincia de Misiones, zona selvática fronteriza entre Argentina, Brasil y Paraguay, sitúa todo el reino animal en el centro de sus relatos, recorriendo todo el proceso evolutivo y a menudo (pero no siempre) atribuyendo actitudes, pensamientos y características humanas a insectos, peces, reptiles, aves y mamíferos.

Mariposa del Iguazú
En las inmediaciones de las Cataratas del Iguazú.

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Quiroga y la cuestión social de la selva
por Francesca Lazzarato

Gabriel Benincasa es un joven contable de temperamento sumamente prudente, al menos hasta el día en que se compra un par de botas que insinúan en él el deseo de la aventura, siempre que sea breve y placentera. Gabriel, en realidad, sólo quiere “dar un paseo” por el bosque de Misiones, donde su padrino comercia con madera, para experimentar nuevas emociones en un entorno desconocido y salvaje. Y aquí va en barco por el Paraná, con cuidado de no ensuciarse las botas, rumbo a un lugar cuyos peligros le parecen llenos de encanto, entre pájaros fabulosos, animales extraños y bestias feroces que, Gabriel no tiene dudas, con una buena Winchester podrá mantener a raya.

Así comienza el cuento de Horacio Quiroga “La miel silvestre”, publicado en 1917: un relato cruel y a la vez irónico, porque el contador, que se adentra en la espesura con la actitud desenfadada de un turista orgulloso de su equipo, después de haber saqueado un tronco hueco lleno de miel, quedará paralizado ante ese manjar, elaborado por ciertas pequeñas abejas marrones a partir de polen con propiedades narcóticas. Bastarán unos segundos para que un río de hormigas carnívoras (conocidas como corrección, es decir, castigo) cubra su cuerpo inerte, despojándolo de carne hasta dejar sólo huesos, ropas y botas inexpugnables.

Quiroga, que tras un viaje a la provincia de Misiones (zona agreste fronteriza entre Argentina, Brasil y Paraguay) había comprado allí unas pocas hectáreas de tierra y en 1909 se había instalado allí con su familia, explica en las pocas páginas de La miel silvestre, una concepción de la naturaleza característica de su obra y presente en buena parte de los más de doscientos relatos que nos dejó. Para el escritor uruguayo, que en Misiones había encontrado un espacio para la vida y al mismo tiempo el material para su propia literatura, la irrupción irrespetuosa del ser humano y su comportamiento depredador marcan la ruptura de un equilibrio que la naturaleza tiende a restablecer, utilizando despiadadamente sus propias herramientas de defensa y acabando siempre por imponerse.

Sucumbirán no sólo aquellos que, como Gabriel, consideran al bosque un lugar de juego a su disposición, sino también los colonos que han venido de muy lejos y desconocen lo que les espera, los aventureros y los proscritos en busca de refugio y, obviamente, la multitud. de los miserables mensú –los trabajadores rurales “mensuales”– quienes se dedicaban a la destrucción de los recursos naturales en favor de empresas “que continuarían prosperando mientras el bosque tuviera árboles que talar y hombres que sangrar”, escribe Juan Carlos Onetti, un gran admirador de Quiroga, recordándolo con motivo del cincuentenario de su muerte.

La denuncia de lo que el escritor uruguayo llamó “la cuestión social” de la selva está presente en algunos de sus extraordinarios relatos, cuyo tema principal sigue siendo sin embargo el enfrentamiento con la naturaleza, poniendo al desnudo la fragilidad, los terrores y las ambiciones del ser humano, así como la crueldad ejercida contra otros hombres, por supuesto, pero sobre todo contra animales de todo tipo. La rica fauna americana es, en la prosa de Quiroga, omnipresente e ineludible: el autor la describe con la minuciosidad de quien la observa desde hace mucho tiempo y convive con ella (no es difícil encontrar puntos de contacto entre él y su contemporáneo William Henry Hudson, gringo criado en Argentina y gran naturalista con vocación de escritor), consciente de que ningún animal mata por puro placer, ignorancia o lucro, sino sólo para sobrevivir y defenderse.

En “Los cazadores de ratas”, por ejemplo, Quiroga muestra dos parejas, una formada por serpientes cascabel muy venenosas, la otra por colonos llegados del norte de Europa con su hijo, que construyen una casa y limpian un campo al borde del bosque, donde siempre han vivido los reptiles. Las serpientes, que observan a los humanos con curiosidad y prudencia, frecuentan a escondidas la casa para cazar a las ratas, hasta que el hombre sorprende a una de ellas, el macho, y la decapita de un golpe de azada.

Será la hembra, que encontró los restos al día siguiente, quien luego matará al hijo del matrimonio cuando se le acercó (“Al rato escuchó el sonido de pasos –la Muerte–. Pensó que no tenía tiempo de escapar y se preparó con toda su energía vital para defenderse”), convencida de que estaba a punto de ser masacrada, como le había sucedido a su compañero. La muerte del niño no es venganza, no hay culpa ni castigo. El narrador, impasible, no se inclina hacia el hombre ni hacia el animal, sino que los sitúa al mismo nivel, contando la historia desde el punto de vista de las serpientes y animalizando al niño, “un osito blanco, gordo y rubio”, que andaba de arriba para abajo con paso de patito.

Historia tras historia, Quiroga sitúa todo el reino animal en el centro de sus relatos, recorriendo toda la escala evolutiva y atribuyendo muchas veces (pero no siempre) actitudes, pensamientos y características humanas a insectos, peces, reptiles, aves y mamíferos. El recurso antropomórfico se utiliza, en particular, en los “Cuentos de la selva”, (1918), que escribió para sus hijos (historias dramáticas pero alegres, no exentas de optimismo, comedia y finales felices, en las que la relación entre hombres y animales se basa en la amistad, la gratitud y la colaboración), pero también está presente en textos destinados a un público de lectores adultos, como “Anaconda” y “El regreso de Anaconda”. Sin embargo, hablen o piensen en términos humanos, los animales siguen siendo tales y están lejos de transformarse en criaturas semidivinas como en el mito, en ayudantes mágicos o príncipes hechizados como en los cuentos de hadas y la literatura fantástica, o en ‘ejemplos’ morales como en la fábula de Esopo.

A diferencia de Kipling –con quien a menudo se le compara, a pesar de las diferencias identitarias e ideológicas muy notables–, Quiroga no hace del mundo animal un puro disfraz de los vicios y virtudes humanos, ni impone jerarquías bien específicas a las criaturas del bosque, en el que cada uno ocupa el lugar que le corresponde “por naturaleza” y el hombre es señor y amo.

El uruguayo, en efecto, no se siente como el escritor inglés, portavoz de un imperio “civilizador” y no está en absoluto seguro de la superioridad humana frente a una naturaleza que necesita ser domesticada, tanto es así que, como señalara Darío Puccini en uno de sus bellos prefacios («Historias de amor, de locura y de muerte», Editori Riuniti, 1987), «contrapone, en una visión de lucha por la vida y de competencia vital y darwiniana, el mundo de los animales y el mundo artificial, alienado, inútil y estructuralmente violento de los hombres”, sin por ello sugerir un idílico e idealizado “regreso a la naturaleza”.

En definitiva, el íntimo conocimiento de la selva, la “bestia verde” donde siempre acecha la muerte, permitió a Quiroga hacer de ella un personaje despojado de todo exotismo y retórica, a la vez que lograba, mientras muchos miraban a la literatura europea como modelo a imitar, lenguajes y perspectivas profundamente “americanas”, anticipando además temáticas en las que hoy podemos reconocernos.

En: Il Manifesto, Quotidiano comunista,
13 de agosto de 2023.

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Otras referencias a Horacio Quiroga en esta página blog,

en: Fantasías de la fantasía. Cuentos de la selva. Horacio Quiroga

en: Horacio Quiroga. Narrativa fantástica

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Algunos cuentos de Horacio Quiroga, en formato pdf,
en: Horacio Quiroga. Narrativa Fantástica

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Abrir en página nueva, audiovisual:
Las medias de los flamencos

Audiovisual. Duración: 15’19”

Las medias de los flamencos
fue publicado por primera vez
en Cuentos de la selva, 1918.

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Poesía y cantares: a la España de la resistencia

Poesía y cantares. Miguel Hernández, Antonio Machado


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Cantares niños. El niño yuntero. Hernández, Serrat

El niño yuntero
poesía de Miguel Hernández,
en la voz de Joan Manuel Serrat.


Audiovisual, duración: 4’52”

La poesía fue publicada por Miguel Hernández en 1937,
en plena guerra en España,
y forma parte del libro “Viento del pueblo”.

El 28 de marzo de 1942 Miguel Hernández muere en su querida tierra,
tierra por la que dio su vida y su canto.

Fotografías de Andalucía,
en su mayor parte de la Alhambra, en Granada.

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Cantares. Antonio Machado. Joan Manuel Serrat

El lenguaje de la imagen;
imágenes de la palabra.


Audiovisual, duración: 3’11”

La poesía de Antonio Machado
en la poesía de Joan Manuel Serrat.

Música:
Cantares.
Autor e intérprete: Joan Manuel Serrat

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RecreArte. Crónicas de artes y artesanías

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Poesía y cantares: Benedetti, Viglietti, Vilariño

Poesía y cantares. Benedetti, Viglietti, Vilariño


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RecreArte. Fundación Mario Benedetti. Montevideo
Mariano Rodríguez Alvarez (Cuba)
Pintura en el escritorio de Benedetti.

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Imágenes de la Fundación Mario Benedetti,
en Montevideo

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Mario Benedetti e Idea Vilariño. Cien años
¡Oigan amigos, no es cuento!
Homenaje a los cien años del nacimiento
de Idea Vilariño y Mario Benedetti.
Actividades en Lomas de Solymar,
Departamento de Canelones.

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Homenaje a los cien años de Mario Benedetti e Idea Vilariño.
Adhesión con actividad pública en la feria de Lomas de Solymar.
18/10/2020.
Participaron colectivos:
Comisión Lomas 1,
Biblioteca “Tota Quinteros”,
Escuela de Teatro Acuarela,
Grupo Acuarela.

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A dos voces M. Benedetti D. Viglietti


Audiovisual, duración: 6’41”

A dos voces:
La poesía de Mario Benedetti
y el cantar de Daniel Viglietti.

Música:
Milonga de andar lejos,
Daniel Viglietti.

¡Qué lejos está mi tierra!
... y sin embargo qué cerca,
pues que existe un territorio
donde la sangre se mezcla;

tanta distancia y camino,
tan diferentes banderas,
y la pobreza es la misma,
los mismos hombres esperan.

Yo quiero romper mi mapa,
formar el mapa de todos,
mestizos, negros y blancos,
trazarlo codo con codo.

Los ríos son como venas
de un cuerpo entero extendido
y es el color de la tierra
la sangre de los caídos.

No somos los extranjeros,
los extranjeros son otros,
son ellos los mercaderes
y los esclavos nosotros.

Yo quiero romper la vida,
como cambiarla quisiera;
¡ayúdeme compañero!
¡ayúdeme, no demore!
que una gota con ser poco
con otra se hace aguacero.

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Preguntas al azar,
poema de Mario Benedetti,
publicada en el libro del mismo nombre.

¿Dónde está mi país?
¿junto al río o al borde de la noche?
¿en un pasado del que no hay que hablar
o en el mejor de los agüeros?

¿dónde?
¿en la desolación de la memoria?
¿en el otoño de la gracia
o en el oasis de los quietos?
¿en los ahora libres calabozos
o en las celdas de fantasmas asiduos?

¿dónde está mi país?
¿en las manos abiertas y aprendices
o en los muñones del remordimiento?
¿simplemente en el sur?
¿en qué pronóstico o escape?
¿en qué repliegue del dolor?
¿lo llevo acaso en mí?
¿me espera en sueños?
¿en qué sueños?

¿dónde está mi país?
¿debajo de qué nube?
¿sobre cuántos despojos?
¿metido en qué fragores?
¿lindante con qué alivios?
¿rostro en qué piedra o ciénaga?
¿crepitando de enigmas?
¿incontable de amores?
¿asceta en qué triunfo?
¿pulso de qué candombe?
¿postergado en qué olvido?

¿dónde está mi país?
¿seré sordo a su viejo cuchicheo
o ciego ante el tizón de sus crepúsculos?
¿dónde está? ¿o estará?
¿en qué rincón o pedacito
de miedo poco ilustre?
¿en qué grito o clarín?
¿en qué alma o almario?

¿dónde?
¿en la atroz misericordia
o en la plena sustancia?
¿en qué muralla o huerto?
¿en qué alcurnia o tinglado?
¿en qué tango o campana?

¿dónde?
¿no cesaré jamás de preguntarlo?
¿nunca vendrá a mi encuentro?
y si viene
¿con quién?

¿dónde está mi país?
¿en qué destino o alucinación?
¿en qué nido de hornero?
¿o de víbora?
¿o de ángeles?
¿en qué altivez de faro tenue?

¿dónde?
¿en la frontera del teléfono?
¿en la parcela de la suspicacia?
¿socio de la quimera?
¿partido en dos?
¿o en tres?
¿callado?
¿dulce ya de alaridos?
¿extenuado de tránsitos?

¿dónde está mi país?
¿en el invierno?
¿en la casi agobiante
tensión de la esperanza?
¿en la alegre pesquisa de los niños?
¿en el clavel de la amnistía?
¿en las deudas de gulliver?
¿en las huellas del pánico?

¿está en los que no están?
¿en el montón de la penuria?
¿en los umbrales y fogones?
¿en el incandescente laconismo de Ibero?
¿en la muerte incurable de Zelmar?
¿en el enjambre que irrumpió en la calle?
¿en el felón impune?

¿dónde?
¿en el pan que amanece
pese a todo?
¿en la bondad endémica?
¿en el regreso de los nietos pródigos?
¿en los que vienen a morir en casa?
¿en los que nacen desvalidamente?

¿dónde?
¿dónde está mi país?
¿será que estuvo
está conmigo?
¿que viene y va conmigo?
¿que al fin llega conmigo
a mi país?

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Pobre mundo,
poema de Idea Vilariño.

Lo van a deshacer
va a volar en pedazos
al fin reventará como una pompa
o estallará glorioso
como una santabárbara
o más sencillamente
será borrado como
si una esponja
mojada
borrara su lugar en el espacio.

Tal vez no lo consigan
tal vez van a limpiarlo.
Se le caerá la vida como una cabellera
y quedará rodando
como una esfera pura
estéril y mortal
o menos bellamente
andará por los cielos
pudriéndose
despacio
como una llaga entera
como un muerto.

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Algunos poemas de Idea Vilariño,
pueden verse en el archivo pdf:
Idea Vilariño. Apuntes de su sentir

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RecreArte. Crónicas de artes y artesanías

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La poesía de Benedetti. Rincón de haikus

La poesía de Benedetti. Rincón de haikus


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La poesía de Mario Benedetti, Rincón de haikus
la mujer pública
me inspira más respeto
que el hombre público

Haiku n° 48
fotografía:
arcoiris en La Recoleta, Buenos Aires.

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Mario Benedetti, Rincón de haikus,
Editoral Sudamericana,
Buenos Aires, 2000.
Algunos de los más de doscientos haikus
contenidos en esta obra.

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Rincón de haikus. Rincón de tango


Audiovisual, duración: 12’53”

Rincón de haikus.

Rincón de tango.

Música:

1) La cumparsita.
Gerardo Matos Rodríguez.

2) Por la vuelta.
Enrique Cadícamo.

Interpretaciones de Camerata Punta del Este
(Daniel Lasca,
Juan José Rodríguez,
Moisés Lasca,
Fernando Rodríguez,
Miguel Pose,
Elida Gencarelli,
Martín Muguerza).

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en: RecreArte. Crónicas de artes y artesanías

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Cuentos infantiles prohibidos

Cuentos infantiles prohibidos

Donde hubo fuegos cenizas quedan
Tejiendo memorias. Reconstruyendo identidades


Cuentos infantiles prohibidos por la dictadura cívico-militar en Argentina

«Los zapatos voladores»
de Margarita Belgrano,
ilustraciones de Sara Conti

En 1977, el Centro Editor de América Latina (CEAL) lanzó una colección de cuentos infantiles escritos por autores y autoras argentinas e ilustrados también por artistas nacionales: eran historias breves, sencillas, atractivas que mostraban los innovadores recorridos iniciados por escritores nacionales de ese momento. Entre los cuentos publicados en la colección “Los cuentos de Chiribitil” estaba “Los zapatos voladores”, con ilustraciones de Sara Conti (Chacha), que fue prohibido por la dictadura cívico militar por considerarlo “subversivo”.
Sara Conti, hermana de Oski, comenzó a dibujar en colaboración con él intencionadas caricaturas políticas, que firmaba Van Pog, para el semanario“Cascabel”. Después se volcaría a la ilustración infantil, realizando personalísimas tapas e ilustraciones que firmaba Chacha, para la revista “Mundo Infantil”.

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«Los zapatos voladores»

En esta época en que todo el mundo habla de platos voladores a alguien se le ocurrió hablar de zapatos voladores.

Fue en un pueblo tranquilo en el que nunca había un bochinche ni un berrinche. Hasta el día en que, en medio de una calle, se escucharon los chillidos de un chico pelirrojo:

—¡Un zapato pasó volando arriba de mi cabeza! ¡Otro cruzó muy cerca de mi nariz! –gritaba. Y pegaba saltos señalando el aire.

Pero nadie vio nada en el aire. Salvo alguna que otra mosca y un gorrión chiquito que aprendía a volar, nada raro pasaba por sobre las cabezas.

—Habrá sido una mariposa gorda o un pajarito de cuero –le decían al chico en tono de burla.

Al otro día se repitió una escena parecida. Doña Rosa, la panadera, había salido a comprar dulce para rellenar alfajores y cuando llegó a la esquina vio que un zapato volaba a toda velocidad por arriba de los techos. Mientras muy sofocada aseguraba que el chico pelirrojo tenía razón salió corriendo García, el farmacéutico, para avisarles a los vecinos que había encontrado un zapato marrón enganchado en la antena del televisor, sobre la azotea de su casa.

La gente salió a cuchichear a las veredas: “¿Serán espías interplanetarios disfrazados de zapatos? ¿Serán platos voladores que no tienen forma de platos?”.

Todo el pueblo hizo cola frente a la casa del farmacéutico. Entraban de a diez para que las escaleras no se desplomaran y subían hasta la azotea para observar el extraño fenómeno atrapado por la antena de la televisión.

Bueno, de extraño no tenía mucho porque era ni más ni menos que un zapato marrón, bastante gastado, con suela, taco y cordones, como casi todos los zapatos.

Lo miraban con curiosidad y desconfianza. Nadie se atrevía a tocarlo por temor a morir pulverizado.

El zapato, quietito en su lugar, no daba muestras de inteligencia ni, menos que menos, de saber volar.

Al día siguiente nadie fue a trabajar. Los chicos faltaron a la escuela, las fábricas durmieron en silencio, los cines no pasaron películas, las veredas no fueron barridas, los almacenes no vendieron nada.

¿Por qué? Porque todos estaban haciendo cola para ver el zapato. Era tan larga que ocupaba cuadras y cuadras y se enroscaba por las manzanas del barrio como un hilo alrededor de un carretel.

Tal escándalo se armó que el gobernador, para restablecer el orden, hizo sobrevolar la interminable cola por un avión con micrófono y convocó a una reunión en la plaza principal.

La gente fue hacia allá.

—¡Yo lo vi! ¡Yo lo vi! –vociferaba doña Rosa apretujada por la multitud.

—¡Yo lo vi primero! –gritó el chico pelirrojo.

—¡Está en la azotea de mi casa! –dijo el farmacéutico, medio ronco por haberlo contado tantas veces.

El gobernador salió al balcón y rugió:

—¡Silencio! ¡Nuestro pueblo debe volver a la normalidad! ¡Déjense de historias y terminemos con esta farsa! Yo no le creo a nadie. Los pájaros vuelan. Los zapatos no son pájaros. Por lo tanto, los zapatos no vuelan. Buenas tardes.

Una nena dijo en voz muy alta:

—¡¡Mentiras!! Los aviones tampoco son pájaros y sin embargo vuelan.

En ese momento se escuchó la sirena de los bomberos. El camión colorado se abrió paso entre la muchedumbre hasta llegar al balcón del gobernador. Un bombero bajó, hizo una reverencia, colocó una larga escalera para subir hasta el balcón y, entregándole un paquete al gobernador, le dijo:

—Señor gobernador, en nombre de los bomberos voluntarios que arriesgaron sus vidas en esta peligrosa hazaña le hago entrega del zapato volador, que hemos cazado en casa del farmacéutico García para que usted lo vea con sus propios ojos.

El gobernador tomó el paquete entre sus manos, lo abrió sin ningún temor y, muy fastidiado, dijo:

—Esto no es un zapato volador. Esto es, simplemente, un zapato.

—¡QUE VUE-LE! ¡QUE VUE-LE! –pedía la multitud.

—¡SI, SEÑOR GOBERNADOR, EL ZAPATO ES VOLADOR! –continuaban coreando.

Pero el zapato, quietito en manos del gobernador, ni se movió.

Mientras la gente insistía y pateaba impaciente las piedritas de la plaza apareció el cartero Cartín, quien todas las mañanas repartía la correspondencia casa por casa.

Como era bajito se trepó a babucha de un farol y dijo lo más alto que pudo:

—¡Un momento, señor gobernador! ¡No se retire! Tengo que decir unas palabras.

El gobernador lo miró y observó que estaba descalzo. Entonces chilló:

—¿Cómo se atreve a presentarse descalzo ante este balcón que es orgullo de nuestro pueblo?

—Porque tiré mis zapatos por la ventana y ahora no tengo más qué ponerme –respondió Cartín.

Alrededor pudo escucharse un agitado murmullo.

El cartero prosiguió:

—Vengo a disculparme por haber causado este revuelo sin querer. Yo soy el causante del desorden.

—Explíquese y pronto, que estoy muy ocupado y es la hora de tomar el té –dijo el gobernador.

—Resulta que cuando me enfurezco tengo mucha fuerza –explicó Cartín–. Un día me enfurecí, arrojé los zapatos por la ventana y volaron como cohetes. Al otro día volví a enfurecerme y tiré el otro par. Ahora ando descalzo porque se me acabaron los zapatos.

La gente pataleó con ansiedad.

—No termino de entender –dijo el gobernador–, y el té se enfría.

Cartín, entonces, algo nervioso, explicó las razones que tenía para enfure-cerse.

—Me dolían los pies, señor gobernador, y eso es una injusticia. Y a mí la injusticia me enfurece.

—¿Ajá? –contestó el gobernador a punto de perder la paciencia–. ¿Así que el dolor de pies es una injusticia? ¿Para escuchar semejante tontería estoy per¬diendo mi valioso tiempo?

—La injusticia es tener que caminar...

—¿No me diga? ¿Qué quiere usted? ¿Volar como los pájaros? ¿Arrastrarse como las lombrices? –se sulfuró el gobernador.

—Digo que la injusticia es tener que caminar tanto, tanto, para repartir las cartas casa por casa, sin un triste triciclo o bicicleta o borrico que me lleve de una calle a otra.

—¿Y por qué no se compra un triciclo, una bicicleta o un borrico?

—Porque mi sueldo de cartero no me alcanza, señor gobernador. Y hay quienes se pasan el día sentados trabajando en oficinas, y sin embargo tienen auto o bicicleta, aunque no lo precisen tanto como yo y...

Las voces de la gente que llenaba la plaza no lo dejaron continuar:

—¡Bl-Cl-CLE-TA! ¡Bl-CI-CLE-TA!

—Trataremos... –dijo el gobernador.

—¡BI-CI-CLE-TA! ¡BI-CI-CLE-TA!

—Trataremosss... –repitió más fuerte.

—¡Bl-Cl-CLE-TA! ¡BI-CI-CLE-TA! –seguía coreando la multitud.

—TRATAREEEMOOOSSSS DE... –insistió el gobernador– DE SOLUCIONAR SU PROBLEMA LO MAS PRONTO POSIBLE, LUEGO DE CONSULTAR CON MIS COLABORADORES Y CONVOCAR A UN EQUIPO DE INVESTIGADORES QUE SE OCUPAN DE...

Pero nadie escuchaba ya al gobernador. Porque todos estaban arrojando monedas en un gran macetón vacío que adornaba el centro de la plaza. Y como la gente era tanta las monedas fueron muchas.

Las suficientes como para que Cartín el cartero pudiera comprarse una bicicleta y un lindo par de zapatos nuevos

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Cuentos infantiles prohibidos
algunos cuentos infantiles aquí incluidos, en formato pdf:

Los zapatos voladores; de Margarita Belgrano

El pueblo que no quería ser gris; de Beatriz Doumerc

La ultrabomba; de Mario Lodi

Monigote en la arena; de Laura Devetach

Jacinto; de Graciela Cabal

La caída de Porquesí, el malvado emperador; de Silvia Schujer

El deshollinador que no tenía trabajo; de Laura Devetach

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Abrir documento pdf en página aparte:

Cuentos infantiles prohibidos


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Nota. Las imágenes que acompañan esta entrada son fotografías tomadas el 1° de agosto de 2023, en ocasión del Día del detenido-desaparecido de la Enseñanza; Plaza Terminal Goes, Montevideo. El cuento del zapato perdido fue presentado por el grupo Fogones de la Memoria, haciendo referencia al secuestro y desaparición de la maestra Elena Quinteros, y a la larga lucha de Tota, madre de Elena, junto al pueblo uruguayo, ante la impunidad que siempre ha tenido ese delito. Al mismo grupo de Fogones también pertenece este gato:

y se viene el gato, a volar los zapatos

Gato del zapato
Hace un tiempo vino un gaucho
a enseñarle a los niñitos
como se bailaba el gato
en la ronda del fogoncito
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si necesitás calzarte
venite a bailar un rato
que se armó en el fogón
la ronda de los zapatos
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se baila con tanto afán
que la tierra está temblando
los pies prendidos fuego
y los zapatos volando
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y como dijo la Tota
que no vuelvan más las botas

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Un álbum de fotografías con las imágenes de tal actividad,
puede verse, en página aparte, en:

Memorias de la Enseñanza. 2023


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Audiovisuales de los cuentos incluidos en esta recopilación

Los zapatos voladores; de Margarita Belgrano (9'15")


El pueblo que no quería ser gris; de Beatriz Doumerc (7'01")


La ultrabomba; de Mario Lodi (3'45")


Monigote en la arena; de Laura Devetach (7'05")


Jacinto; de Graciela Cabal (7'17")


La caída de Porquesí, el malvado emperador; de Silvia Schujer (4'58")


El deshollinador que no tenía trabajo; de Laura Devetach (13'29")

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Fantasías ...

Es hora de acostarnos, leer un libro
y ponernos a dormir.
... con el augurio de muy felices sueños.
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