Cuentos infantiles prohibidos


Donde hubo fuegos cenizas quedan
Tejiendo memorias. Reconstruyendo identidades


Cuentos infantiles prohibidos por la dictadura cívico-militar en Argentina

«Los zapatos voladores»
de Margarita Belgrano,
ilustraciones de Sara Conti

En 1977, el Centro Editor de América Latina (CEAL) lanzó una colección de cuentos infantiles escritos por autores y autoras argentinas e ilustrados también por artistas nacionales: eran historias breves, sencillas, atractivas que mostraban los innovadores recorridos iniciados por escritores nacionales de ese momento. Entre los cuentos publicados en la colección “Los cuentos de Chiribitil” estaba “Los zapatos voladores”, con ilustraciones de Sara Conti (Chacha), que fue prohibido por la dictadura cívico militar por considerarlo “subversivo”.
Sara Conti, hermana de Oski, comenzó a dibujar en colaboración con él intencionadas caricaturas políticas, que firmaba Van Pog, para el semanario“Cascabel”. Después se volcaría a la ilustración infantil, realizando personalísimas tapas e ilustraciones que firmaba Chacha, para la revista “Mundo Infantil”.

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«Los zapatos voladores»

En esta época en que todo el mundo habla de platos voladores a alguien se le ocurrió hablar de zapatos voladores.

Fue en un pueblo tranquilo en el que nunca había un bochinche ni un berrinche. Hasta el día en que, en medio de una calle, se escucharon los chillidos de un chico pelirrojo:

—¡Un zapato pasó volando arriba de mi cabeza! ¡Otro cruzó muy cerca de mi nariz! –gritaba. Y pegaba saltos señalando el aire.

Pero nadie vio nada en el aire. Salvo alguna que otra mosca y un gorrión chiquito que aprendía a volar, nada raro pasaba por sobre las cabezas.

—Habrá sido una mariposa gorda o un pajarito de cuero –le decían al chico en tono de burla.

Al otro día se repitió una escena parecida. Doña Rosa, la panadera, había salido a comprar dulce para rellenar alfajores y cuando llegó a la esquina vio que un zapato volaba a toda velocidad por arriba de los techos. Mientras muy sofocada aseguraba que el chico pelirrojo tenía razón salió corriendo García, el farmacéutico, para avisarles a los vecinos que había encontrado un zapato marrón enganchado en la antena del televisor, sobre la azotea de su casa.

La gente salió a cuchichear a las veredas: “¿Serán espías interplanetarios disfrazados de zapatos? ¿Serán platos voladores que no tienen forma de platos?”.

Todo el pueblo hizo cola frente a la casa del farmacéutico. Entraban de a diez para que las escaleras no se desplomaran y subían hasta la azotea para observar el extraño fenómeno atrapado por la antena de la televisión.

Bueno, de extraño no tenía mucho porque era ni más ni menos que un zapato marrón, bastante gastado, con suela, taco y cordones, como casi todos los zapatos.

Lo miraban con curiosidad y desconfianza. Nadie se atrevía a tocarlo por temor a morir pulverizado.

El zapato, quietito en su lugar, no daba muestras de inteligencia ni, menos que menos, de saber volar.

Al día siguiente nadie fue a trabajar. Los chicos faltaron a la escuela, las fábricas durmieron en silencio, los cines no pasaron películas, las veredas no fueron barridas, los almacenes no vendieron nada.

¿Por qué? Porque todos estaban haciendo cola para ver el zapato. Era tan larga que ocupaba cuadras y cuadras y se enroscaba por las manzanas del barrio como un hilo alrededor de un carretel.

Tal escándalo se armó que el gobernador, para restablecer el orden, hizo sobrevolar la interminable cola por un avión con micrófono y convocó a una reunión en la plaza principal.

La gente fue hacia allá.

—¡Yo lo vi! ¡Yo lo vi! –vociferaba doña Rosa apretujada por la multitud.

—¡Yo lo vi primero! –gritó el chico pelirrojo.

—¡Está en la azotea de mi casa! –dijo el farmacéutico, medio ronco por haberlo contado tantas veces.

El gobernador salió al balcón y rugió:

—¡Silencio! ¡Nuestro pueblo debe volver a la normalidad! ¡Déjense de historias y terminemos con esta farsa! Yo no le creo a nadie. Los pájaros vuelan. Los zapatos no son pájaros. Por lo tanto, los zapatos no vuelan. Buenas tardes.

Una nena dijo en voz muy alta:

—¡¡Mentiras!! Los aviones tampoco son pájaros y sin embargo vuelan.

En ese momento se escuchó la sirena de los bomberos. El camión colorado se abrió paso entre la muchedumbre hasta llegar al balcón del gobernador. Un bombero bajó, hizo una reverencia, colocó una larga escalera para subir hasta el balcón y, entregándole un paquete al gobernador, le dijo:

—Señor gobernador, en nombre de los bomberos voluntarios que arriesgaron sus vidas en esta peligrosa hazaña le hago entrega del zapato volador, que hemos cazado en casa del farmacéutico García para que usted lo vea con sus propios ojos.

El gobernador tomó el paquete entre sus manos, lo abrió sin ningún temor y, muy fastidiado, dijo:

—Esto no es un zapato volador. Esto es, simplemente, un zapato.

—¡QUE VUE-LE! ¡QUE VUE-LE! –pedía la multitud.

—¡SI, SEÑOR GOBERNADOR, EL ZAPATO ES VOLADOR! –continuaban coreando.

Pero el zapato, quietito en manos del gobernador, ni se movió.

Mientras la gente insistía y pateaba impaciente las piedritas de la plaza apareció el cartero Cartín, quien todas las mañanas repartía la correspondencia casa por casa.

Como era bajito se trepó a babucha de un farol y dijo lo más alto que pudo:

—¡Un momento, señor gobernador! ¡No se retire! Tengo que decir unas palabras.

El gobernador lo miró y observó que estaba descalzo. Entonces chilló:

—¿Cómo se atreve a presentarse descalzo ante este balcón que es orgullo de nuestro pueblo?

—Porque tiré mis zapatos por la ventana y ahora no tengo más qué ponerme –respondió Cartín.

Alrededor pudo escucharse un agitado murmullo.

El cartero prosiguió:

—Vengo a disculparme por haber causado este revuelo sin querer. Yo soy el causante del desorden.

—Explíquese y pronto, que estoy muy ocupado y es la hora de tomar el té –dijo el gobernador.

—Resulta que cuando me enfurezco tengo mucha fuerza –explicó Cartín–. Un día me enfurecí, arrojé los zapatos por la ventana y volaron como cohetes. Al otro día volví a enfurecerme y tiré el otro par. Ahora ando descalzo porque se me acabaron los zapatos.

La gente pataleó con ansiedad.

—No termino de entender –dijo el gobernador–, y el té se enfría.

Cartín, entonces, algo nervioso, explicó las razones que tenía para enfure-cerse.

—Me dolían los pies, señor gobernador, y eso es una injusticia. Y a mí la injusticia me enfurece.

—¿Ajá? –contestó el gobernador a punto de perder la paciencia–. ¿Así que el dolor de pies es una injusticia? ¿Para escuchar semejante tontería estoy per¬diendo mi valioso tiempo?

—La injusticia es tener que caminar...

—¿No me diga? ¿Qué quiere usted? ¿Volar como los pájaros? ¿Arrastrarse como las lombrices? –se sulfuró el gobernador.

—Digo que la injusticia es tener que caminar tanto, tanto, para repartir las cartas casa por casa, sin un triste triciclo o bicicleta o borrico que me lleve de una calle a otra.

—¿Y por qué no se compra un triciclo, una bicicleta o un borrico?

—Porque mi sueldo de cartero no me alcanza, señor gobernador. Y hay quienes se pasan el día sentados trabajando en oficinas, y sin embargo tienen auto o bicicleta, aunque no lo precisen tanto como yo y...

Las voces de la gente que llenaba la plaza no lo dejaron continuar:

—¡Bl-Cl-CLE-TA! ¡Bl-CI-CLE-TA!

—Trataremos... –dijo el gobernador.

—¡BI-CI-CLE-TA! ¡BI-CI-CLE-TA!

—Trataremosss... –repitió más fuerte.

—¡Bl-Cl-CLE-TA! ¡BI-CI-CLE-TA! –seguía coreando la multitud.

—TRATAREEEMOOOSSSS DE... –insistió el gobernador– DE SOLUCIONAR SU PROBLEMA LO MAS PRONTO POSIBLE, LUEGO DE CONSULTAR CON MIS COLABORADORES Y CONVOCAR A UN EQUIPO DE INVESTIGADORES QUE SE OCUPAN DE...

Pero nadie escuchaba ya al gobernador. Porque todos estaban arrojando monedas en un gran macetón vacío que adornaba el centro de la plaza. Y como la gente era tanta las monedas fueron muchas.

Las suficientes como para que Cartín el cartero pudiera comprarse una bicicleta y un lindo par de zapatos nuevos

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Cuentos infantiles prohibidos
algunos cuentos infantiles aquí incluidos, en formato pdf:

Los zapatos voladores; de Margarita Belgrano

El pueblo que no quería ser gris; de Beatriz Doumerc

La ultrabomba; de Mario Lodi

Monigote en la arena; de Laura Devetach

Jacinto; de Graciela Cabal

La caída de Porquesí, el malvado emperador; de Silvia Schujer

El deshollinador que no tenía trabajo; de Laura Devetach

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Abrir documento pdf en página aparte:

Cuentos infantiles prohibidos


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Nota. Las imágenes que acompañan esta entrada son fotografías tomadas el 1° de agosto de 2023, en ocasión del Día del detenido-desaparecido de la Enseñanza; Plaza Terminal Goes, Montevideo. El cuento del zapato perdido fue presentado por el grupo Fogones de la Memoria, haciendo referencia al secuestro y desaparición de la maestra Elena Quinteros, y a la larga lucha de Tota, madre de Elena, junto al pueblo uruguayo, ante la impunidad que siempre ha tenido ese delito. Al mismo grupo de Fogones también pertenece este gato:

y se viene el gato, a volar los zapatos

Gato del zapato
Hace un tiempo vino un gaucho
a enseñarle a los niñitos
como se bailaba el gato
en la ronda del fogoncito
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si necesitás calzarte
venite a bailar un rato
que se armó en el fogón
la ronda de los zapatos
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se baila con tanto afán
que la tierra está temblando
los pies prendidos fuego
y los zapatos volando
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y como dijo la Tota
que no vuelvan más las botas

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Un álbum de fotografías con las imágenes de tal actividad,
puede verse, en página aparte, en:

Memorias de la Enseñanza. 2023


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Audiovisuales de los cuentos incluidos en esta recopilación

Los zapatos voladores; de Margarita Belgrano (9'15")


El pueblo que no quería ser gris; de Beatriz Doumerc (7'01")


La ultrabomba; de Mario Lodi (3'45")


Monigote en la arena; de Laura Devetach (7'05")


Jacinto; de Graciela Cabal (7'17")


La caída de Porquesí, el malvado emperador; de Silvia Schujer (4'58")


El deshollinador que no tenía trabajo; de Laura Devetach (13'29")

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Fantasías ...

Es hora de acostarnos, leer un libro
y ponernos a dormir.
... con el augurio de muy felices sueños.
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Tejiendo memorias... La torre de cubos


Donde hubo fuegos cenizas quedan
Tejiendo memorias. Reconstruyendo identidades


«La torre de cubos» de Laura Devetach

Todos los cuentos de este libro infantil fueron prohibidos por la dictadura cívico-militar en Argentina. La torre de cubos fue publicado en 1966 y se prohibió primero en la provincia de Santa Fe, después siguió la provincia de Buenos Aires, Mendoza y la zona del Sur, hasta que se hizo decreto nacional en el año 1979.

«Maravillosamente el libro siguió circulando pero sin mi nombre: era incluido en antologías, los maestros hacían copias a mimeógrafo y se los daban para leer a los alumnos. Muchos lectores se me acercaron después y me dijeron que habían leído mis cuentos en papeles sueltos, sin saber de quién eran. Recuerdo varias Ferias del Libro en las que las maestras me acercaban esas hojas mimeografiadas para que se las firmara»; testimonio de Laura Devetach, tomado de la revista La Educación en nuestras manos, N° 75 (Buenos Aires, SUTEBA, marzo de 2006).

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A todas las maestras y todos los maestros
que hicieron rodar estos cuentos
cuando no se podía, ¡muchas gracias!
Laura Devetach


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La planta de Bartolo
Es un cuento del libro La torre de cubos

El buen Bartolo sembró un día un cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.

Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos, como esos que gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.

Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:

— Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!

¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:

— ¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!

Y los pobres chicos no sabían qué hacer.

Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:

— ¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos!

Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.

Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto.

Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.

Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco toc!

— Bartolo –le dijo con falsa sonrisa atabacada–, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.

— No –dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.

— ¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.

— No.

— Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.

— No.

— Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.

— No.

— ¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?

— Nada. No la vendo.

— ¿Por qué sos así conmigo?

— Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos.

— Te nombraré Gran Vendedor de Lápices y serás tan rico como yo.

— No.

— Pues entonces –rugió con su gran boca negra de horno–, ¡te quitaré la planta de cuadernos! –y se fue echando humo como la locomotora.

Al rato volvió con los soldaditos azules de la policía.

— ¡Sáquenle la planta de cuadernos! –ordenó.

Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y también llegaron los pajaritos y los conejitos.

Todos rodearon con grandes risas al vendedor de cuadernos y cantaron “arroz con leche”, mientras los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores y le sacaban los pantalones.

Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, gritando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar.

— ¡Buen negocio en otra parte! –gritó Bartolo secándose los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan.
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La torre de cubos,
de Laura Devetach
algunos cuentos infantiles aquí incluidos, en formato pdf:

La torre de cubos


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Audiovisuales de los cuentos incluidos en la recopilación

La planta de Bartolo (4'31")


La torre de cubos (10'47")


Monigote de carbón (13'15")


El pueblo dibujado (21'29")


Fantasías ...

Es hora de acostarnos, leer un libro
y ponernos a dormir.
... con el augurio de muy felices sueños. «««-»»»

Horacio Quiroga. Narrativa fantástica


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Horacio Quiroga. Narrativa fantástica

índice de cuentos

El Espectro ..................................................... 1

El Vampiro ..................................................... 16

La miel silvestre .............................................. 20

Corto poema de María Angélica ...................... 27

La princesa bizantina ...................................... 51

Más allá .......................................................... 64

Rea Silvia ........................................................ 76

Los pescadores de vigas .................................. 82

La insolación................................................... 90

A la deriva....................................................... 99

Los desterrados............................................... 103

Una bofetada................................................... 115

Los precursores................................................ 125

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