Donde hubo fuegos cenizas quedan
Tejiendo memorias. Reconstruyendo identidades
«La torre de cubos» de Laura Devetach
Todos los cuentos de este libro infantil fueron prohibidos por la dictadura cívico-militar en Argentina. La torre de cubos fue publicado en 1966 y se prohibió primero en la provincia de Santa Fe, después siguió la provincia de Buenos Aires, Mendoza y la zona del Sur, hasta que se hizo decreto nacional en el año 1979.
«Maravillosamente el libro siguió circulando pero sin mi nombre: era incluido en antologías, los maestros hacían copias a mimeógrafo y se los daban para leer a los alumnos. Muchos lectores se me acercaron después y me dijeron que habían leído mis cuentos en papeles sueltos, sin saber de quién eran. Recuerdo varias Ferias del Libro en las que las maestras me acercaban esas hojas mimeografiadas para que se las firmara»; testimonio de Laura Devetach, tomado de la revista La Educación en nuestras manos, N° 75 (Buenos Aires, SUTEBA, marzo de 2006).
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A todas las maestras y todos los maestros
que hicieron rodar estos cuentos
cuando no se podía, ¡muchas gracias!
Laura Devetach
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La planta de Bartolo
Es un cuento del libro La torre de cubos
El buen Bartolo sembró un día un cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.
Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos, como esos que gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.
Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:
— Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!
¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:
— ¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!
Y los pobres chicos no sabían qué hacer.
Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:
— ¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos!
Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.
Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto.
Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.
Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco toc!
— Bartolo –le dijo con falsa sonrisa atabacada–, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.
— No –dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.
— ¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.
— No.
— Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.
— No.
— Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.
— No.
— ¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?
— Nada. No la vendo.
— ¿Por qué sos así conmigo?
— Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos.
— Te nombraré Gran Vendedor de Lápices y serás tan rico como yo.
— No.
— Pues entonces –rugió con su gran boca negra de horno–, ¡te quitaré la planta de cuadernos! –y se fue echando humo como la locomotora.
Al rato volvió con los soldaditos azules de la policía.
— ¡Sáquenle la planta de cuadernos! –ordenó.
Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y también llegaron los pajaritos y los conejitos.
Todos rodearon con grandes risas al vendedor de cuadernos y cantaron “arroz con leche”, mientras los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores y le sacaban los pantalones.
Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, gritando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar.
— ¡Buen negocio en otra parte! –gritó Bartolo secándose los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan.
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La torre de cubos,
de Laura Devetach
algunos cuentos infantiles aquí incluidos, en formato pdf:
La torre de cubos
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Audiovisuales de los cuentos incluidos en la recopilación
La planta de Bartolo (4'31")
La torre de cubos (10'47")
Monigote de carbón (13'15")
El pueblo dibujado (21'29")
Fantasías ...
Es hora de acostarnos, leer un libro
y ponernos a dormir.
... con el augurio de muy felices sueños. «««-»»»
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