La mujer. Juceca. Historias de colores

La mujer, Juceca (Julio César Castro)

“Gracias a la vida,
que me ha dado tanto,
me ha dado la risa,
y me ha dado el llanto...”


Pablo Picasso (1881-1973)
Retrato de Marie-Thérèse
París, 4 de diciembre de 1937
Oleo y lápiz sobre lienzo
Musée national Picasso-Paris
Dación de 1979. MP167
Exposición «Picasso en Uruguay»
Museo Nacional de Artes Visuales,
Montevideo
(29 de marzo - 30 de junio de 2019).

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LA MUJER

Y si usted me habla de colores, yo le cuento de un hombre verdaderamente enamorado de los colores como era el flaco Nostálgico. Para ver la salida del sol, antes de que empezara a salir, se trepaba a la punta de un árbol con el brasero y el mate. Algunas veces los pájaros lo picaban todito
porque les llenaba los nidos de humo.

Y cuando el sol apenas empezaba a aparecer detrás de los cerros, en ese momento que nacen los colores, cuando el cielo va pasando del azul negro al celestito cielo, cuando los campos se tiñen poco a poco de verde y amarillo, cuando el marrón de los troncos de los árboles comienza a salpicarse de luces rojizas, en ese momento el flaco Nostálgico no resistía más y solía caerse al suelo de la emoción. Para no tener que levantarlo todas las mañanas, la mujer, Hermenegilda, dos por tres subía y lo ataba de una rama. Un día de esos que Nostálgico estaba atado, ella aprovechó para irse con un viajero.
Y como a los tres días lo desató un vecino.

Nostálgico quedó como ido,
siempre enamorado de los colores,
pero a partir de entonces prefería el gris.

Un día le quisieron hacer una broma en el bar del pueblo, donde conocían su amor por los colores. Ese día Nostálgico llegó como tropezando, triste por el asunto de la mujer, cansado de ver flores y pájaros grises. En una pared del bar le habían pintado una mujer. La habían pintado silenciosa y, mirándola, era igualita a una mujer silenciosa. ¡Y qué colores tenía! ¡Y qué carita de sol!
Para completar el cuadro habían apoyado una mesa contra la pared.

Entró Nostálgico, saludó y fue hacia el mostrador.
Pidió una botellita de vino
y estaba sirviéndose el primer vaso cuando uno le dijo:

– ¿Cómo anda don Nostálgico?

– Extrañando la mujer. Solo, uno no es nadie.

Por detrás de él pasó el gordo Olmedo
y tropezando con la mesa que estaba contra la pared
dijo con voz bastante fuerte:

– ¡Disculpe, moza!

Nostálgico, oyendo las disculpas, miró hacia atrás y vio a la mujer de la pared.
No sé si por el vino o porque volvió a ver los colores,
pero lo cierto es que agarró la botella de vino,
pidió otro vaso y se sentó enfrente de la mujer.

La miró un rato. Después sirvió para los dos y empezó a hablar bajito, como es natural cuando un hombre habla de sus cosas. Y habló y terminó el litro y pidió otro y le contó toda su vida: «Que era hombre de trabajo desde chico, castigado por las injusticias desde siempre, que andaba triste y solito,
cargado de ternura y sin un destino,
y que esa no era vida,
porque cuando uno empieza a ver gris
se hace un hombre gris».

Imagine usted con qué lujo de palabras le habló esa noche.
Lo cierto es que esa madrugada se fueron juntos:
él sacudiéndose los recuerdos
y ella la cal de la pared.

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Nota:
Adaptación para estudiantes que intentan acercarse al lenguaje castellano rioplatense, del cuento original publicado en: Juceca (Julio César Castro), La vuelta de Don Verídico;
editorial Arca, 1987, Montevideo; p. 150.

Esta versión, en formato pdf, puede verse en página aparte:
Historias de colores. La mujer

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