Acompañando a las mujeres afro de Venezuela

Acompañando a las mujeres afro de Venezuela

“Gracias a la vida,
que me ha dado tanto,
me ha dado la risa,
y me ha dado el llanto...”


Tarsila do Amaral
(Capivari, 1886 - 1973, San Pablo, Brasil)
Abaporu
1928. 85,3 x 73 cm.
Óleo sobre tela.
Museo de Arte Latinoamericano
de Buenos Aires (MALBA)

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Acompañando a las mujeres afro de Venezuela
por Sandra Angeleri

En mis intentos por cambiar la sociedad, he descubierto la necesidad de transformarme a mí misma. Esto significa que no es suficiente imaginar relaciones sociales más decentes y democráticas. Es necesario aprender a convertirme en una persona capaz de vivir esas relaciones en el presente separándome de las normas y valores egocéntricos, materialistas y competitivos del medio social que nos rodea. Mi búsqueda de auto-transformación es un esfuerzo colectivo basado en conexiones con otras, es una lucha persistente que necesita superar mi formación, desarrollar el hábito de escuchar y buscar maestras en todo momento.

Las maestras que necesito no son necesariamente expertas acreditadas que ofrecen instrucción en las aulas. Expreso aprecio para con las personas con conocimientos profundos –al fin y al cabo, no niego que soy una profa de la UCV– pero también quiero expresar las diferentes clases de lecciones que he aprendido de quienes han desarrollado una capacidad inmensa para el amor en un mundo que a menudo hace que la gente no sea amable, es más, incluso hace que se piense que las otras personas, aparentemente,
no son dignas de ser amadas.

Uso la palabra acompañamiento para describir esta práctica. Se nos presentan como las maestras. Llegaron para decirnos que el racismo es parte integral y no parte periférica y tangencial del capitalismo, que el racismo tiene lugar no por el carácter irremediablemente racista de quienes, como individuos, no son indígenas o negros o afrodescendientes, sino porque el proyecto racial del privilegio blanco es útil para las élites como mecanismo para preservar la jerarquía, la explotación y la desigualdad en la sociedad en general, y han comenzado a pensar que lo que ha hecho la población blanca
no lo hicieron porque fueran blancos.

El sistema de clases fue un proyecto racial que describía a quienes tenían propiedades como completamente humanos, mientras que las y los desprovistos de propiedades –y del derecho a tenerlas– eran concebidos como menos que humanos. Cuando los europeos atacaron a los pueblos de América, de África y de Asia, la ideología y la política del capitalismo hizo de la raza una cosa –la reificó– y más tarde, la biología y la antropología inventaron la categoría pseudo-científica raza a efectos de justificar la desposesión
y la explotación de los no-europeos.

Entonces, si la mayoría de la gente cree que la raza es una construcción social, ¿qué significa decir que la raza existe y por qué importa (o no importa) organizarse como mujeres afro en Venezuela?

Las construcciones raciales suelen ser específicas de épocas, idiomas, culturas y estados nacionales y vistas como constructos sociales se crean para distinguir una población de otra. Son siempre relacionales –a veces por contraste, en ocasiones trianguladas– y coyunturales: funcionan en un espacio y un tiempo particulares.

Quiero pensar la construcción social de la raza desde un punto de vista pedagógico. Para mis estudiantes la idea de que la raza es una construcción social no tiene mucho sentido. Les parece muy poco creíble hablar de la raza como una construcción social cuando su realidad material –su cabello rizado o liso, su color de piel, su familia y territorios de origen– marca sus vidas personal y socialmente. Suelo comentarles que lo único que tiene la población blanca y mestiza que la población negra e indígena necesita es el poder. Ahora bien, la razón por la que esto es significativo en el contexto de la pregunta central sobre el antirracismo y los feminismos, es porque esta afirmación critica que en el ser de color blanco haya algo esencial que le conecte con algún tipo de noción de superioridad, y muestra que se trata de las formas en que el poder crea este tipo de categorías que perpetúan realidades materiales. Y esto sí tiene mucho sentido para mis estudiantes, porque a partir de relacionar el color con el poder profundizan una toma de conciencia que les lleva a centrarse como sujetas agentes. Es por esto que siempre que hablamos de raza tenemos que tener en cuenta que ésta significa dos cosas. Significa lo que se te atribuye, lo que el policía, el juez, la profesora o las feministas creen que eres, pero también es lo que tú haces con eso.
Es descripción y aspiración al mismo tiempo.

¿Qué es entonces el privilegio blanco? No es tanto un color como una condición. Es una ventaja estructurada y estructurante que canaliza ganancias, enriquecimientos hacia la población racialmente hegemónica mientras impone obligaciones inmerecidas e injustas en el camino de la población no hegemónica. Las políticas públicas y los prejuicios particulares trabajan al unísono para hacer del privilegio blanco una inversión responsable de las jerarquías raciales de nuestra sociedad.

Si la raza no existe desde el punto de vista biológico pero sí existe el privilegio relacionado con la clase ¿por qué mencionar la raza? Muy pocos problemas pueden resolverse fingiendo que no existen. Sostengo que los problemas relacionados con la discriminación racial requieren soluciones basadas en la raza y que quienes dicen que no hay que ver el color de las personas se equivocan al pretender que los problemas raciales se resuelven mediante la ceguera ante la racialización. Esta postura no elimina el color, sino que refuerza el privilegio blanco como la norma no marcada con la que se mide la diferencia.

Con frecuencia, algunas feministas responden a mi afirmación sobre la centralidad de la racialización de espacios y de seres humanos para el capitalismo patriarcal, reiterando el dogma que plantea que las relaciones de clases son reales mientras que las relaciones raciales son constructos sociales de importancia secundaria y tangencial. La idea que prevalece es que, ante la discriminación racial, podemos y debemos hacernos los ciegos y mudos tanto en el ámbito público como en la vida privada. Se nos dice que es divisivo requerir justicia racial y utilizar la acción racial políticamente.

Esta ceguera con respecto a lo racial nos lleva a la inactividad en relación a las injusticias raciales. Es una afirmación sin un plan de lucha. Esperar que las instituciones sociales del Estado reparen las lesiones raciales sin hacer referencia a la raza es como tener que pedir direcciones
a un destino que no se permite nombrar.

Los privilegios inmerecidos inmanentes al privilegio blanco se reparan mediante una toma de posición política conducente a la responsabilidad y la acción. Las invocaciones de neutralidad racial ocultan una lealtad duradera a las evasiones de la responsabilidad y las prácticas de negación y rechazo propias, como nos dice Ligia Montañez, del racismo oculto de una sociedad que se piensa y siente no racista.

Tengo edad suficiente para darme cuenta de que las personas buenas y malas vienen de todos los colores, que tanto la virtud como el vicio caracterizan a cada comunidad. Pienso más sobre lo que significaba para mí ser blanca en un mundo donde las ventajas del privilegio racial se transforman en desventajas de otras personas. Conozco la forma en que la segregación residencial y la discriminación racial sesga las oportunidades de vida a lo largo de líneas raciales. Creo, sin embargo, que centrarse en las desventajas de la población negra desvía la atención de las ventajas no ganadas que genera el privilegio blanco.

El acompañamiento que defiendo implica esfuerzos concentrados para cruzar las barreras –a menudo invisibles– que dividen a las personas en situaciones diferentes. Concibo el acompañamiento como una herramienta para llevar a cabo, expandir y profundizar el reconocimiento de nuestra dependencia mutua de lo común. Prácticas de acompañamiento que nos brinden herramientas para elevarnos por encima de nuestras diferencias y luchar unidas, aunque no seamos ni queramos ser idénticas.

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Referencias y fuente:
Sandra Angeleri. Profesora Titular jubilada
de la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela.

Ensayo publicado originalmente en el libro:
Poesía afrovenezolana, Primera antología,
edición de Laura Cárdenas y María Mercedes Cobo;
Colmena de escritores;
bilingual edition, 2024.

Página Colmena de escritores,
Se puede escribir al correo:
colmenadeescritoras@gmail.com
para la adquisición del libro.

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Identidades y pareceres. Africa en América


Audiovisual duración 7'57"

Música:
1) Jacinto Vera (de Yamandú Beovide y Roberto Darvin), (candombe),
2) Candombe del mucho palo (de Carlos Barea y Ricardo Zubiría).

Interpretadas por Pareceres y Jorge Do Prado.

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