MEMORIAS, SABORES Y CANTARES

Música y cantares desde el Uruguay


RECETAS ORIENTALES
Música y cantares desde el Uruguay
Convidar con un plato de comida,
compartir el pan,
sin mirar cuanto se tenga,
es un gesto profundo de solidario y humano encuentro.

Quien cocina para convidar,
cree que para agasajar al huésped, la mejor manera
sea la de ofrecerle un buen plato de su tierra
y se pone a buscar entre las viejas recetas que guarda.

Quien cocina a veces no sabe, porque no se lo dijeron,
que esas antiguas recetas entre las que busca,
tal como las ha aprendido, porque así le enseñaron,
narran, con sus sabores, la historia de su gente.

Quien cocina seguramente sabe, lo siente su paladar,
que esas recetas tienen el sabor de su tierra,
sólo las modifica, a veces, con unas gotitas de limón
o una pizca de no sé qué, que otro encuentro le ha enseñado.

Quien cocina, con el pasar del tiempo, solamente sabe
que esas recetas, que guarda en su recetario,
son su mejor cocina para compartir agasajando
y por eso las convida y las canta.

Y por eso, desde la Banda Oriental del Uruguay, les deseo ¡Buen apetito!
Y un gracias para quienes con sus cantares han permitido este breve recetario,
de abrazo con nuestro pueblo,
cantarabrazo de nuestro pueblo.
««-»»

Música y cantares desde el Uruguay

LISTA DE PIEZAS MUSICALES
Lista en formato .pdf,
pulsando en el título de la pieza musical
se abre el video correspondiente.

Abrir en página nueva (enlace archivo .pdf):
RECETAS ORIENTALES

««-»»

Enlace página web:
MÚSICA Y CANTARES DESDE EL URUGUAY


««-»»

Las "Listas de reproducción", en YouTube, se visualizan aquí:

Recetas Orientales

Música y Cantares desde Uruguay

Cantares desde la Banda Oriental

««-»»

Listas temáticas de audiovisuales

Carnaval, Murga y Candombe

««-»»

Listas dedicadas a algunos artistas:

Cantares de Larbanois y Carrero

Cantares de Malena Muyala

Cantares de Washington Carrasco y Cristina Fernández

««-»»

El Abecedario. Historias de la palabra

Historias de la palabra. El abecedario


«-»
Historias de la palabra.
El abecedario

También los signos del abecedario tienen su historia, una historia en la que ya se reflejan las relaciones entre los pueblos: los signos viajan desde Egipto a Palestina, con los fenicios hasta Grecia y desde allí a la zona meridional de Italia y a la antigua Etruria ... Y viajando se transforman, mueren y renacen, instrumentan, con “acta del lenguaje”, la comunicación entre los hombres. Este último es el valor fundamental de la escritura.

Documento en formato pdf,
El Abecedario.
Historias de la palabra.


«-»
El sonido de la lluvia, obra de Miguel Fabruccini

«««-»»»

LAS MUCHACHAS DE ABRIL

Las Muchachas de Abril. 21 de abril de 1974

PATRIMONIOS DE CULTURA Y LUCHA POPULARES
La historia de nuestra gente y nuestros barrios
forma parte de nuestro Patrimonio


LAS MUCHACHAS DE ABRIL

Homenaje a tres luchadoras sociales:
Diana Maidanic, Silvia Reyes y Laura Raggio.


*

Para Laura, Diana y Silvia
Abril no cantará
sus canciones de otoño
ni la tarde verá
proteger el retoño
porque no nacerá

ya no habrá primavera

no vendrán las sonrisas
no se abrirá la puerta
la mañana y su brisa
no las verá despiertas
la muerte anda con prisa

es la muerte de veras

armada con mil hachas
de golpes de tres filos
aplasta tres muchachas
ahogándoles el grito
convertido en escarcha

aguardan con sigilo

regresan de las piezas
de techos destruidos
coraza de entereza
se alza en alaridos
las tres se desperezan

retornan del olvido

se vuelve a oír el grito
no es de llanto ni entrega
es de honor infinito
que terminó la espera
y reclama su sitio


Para Laura, Diana y Silvia, de Ignacio Martínez
*

Diana Maidanic
*

"LAS MUCHACHAS DE ABRIL"
Era 21 de abril de 1974.
En el barrio Brazo Oriental, como en tantos barrios de Uruguay,
en aquellos años oscuros de la dictadura, la gente se refugiaba temprano en sus casas.
Desde el golpe militar de 1973, la vida de los uruguayos se fue alterando.
No era seguro andar por las noches en la calle, siempre se podía ser sospechoso de algo,
un volante, una música inconveniente, un aspecto inadecuado podía ser un riesgo de ser demorado,
detenido…, torturado… En el barrio Brazo Oriental, la noche estaba serena.
Nadie podía presagiar la terrible tragedia que habría de suceder en la madrugada.
[...] en aquella noche funesta del 21 de abril de 1974,
en el ap. 3 de la vivienda de Mariano Soler comenzó el infierno.
Algunos vecinos de apartamentos cercanos relatan:
"… de golpe me despiertan gritos y golpes terribles en las ventanas y puerta de entrada…
Con mucho miedo me senté en la cama de un salto y comencé a entender lo que gritaban…
¡¡¡Abran, abran, … somos las Fuerzas Conjuntas, … abran que tiramos!!!"
"… eran muchas voces y seguían golpeando y gritando como desesperados! …
Se oía el ruido de las ametralladoras
y pensé que podían tirar contra las ventanas porque seguían gritando…"
"¡¡¡Abran, abran que tiramos!!!" …
"no entendíamos nada, mi madre dice que eran las 2.45 de la madrugada,
nos parecía que eso no era una realidad, que era una pesadilla…"
"… Al abrir la puerta, se abalanzaron una cantidad de militares con metralletas,
que apuntaban a mis padres y a mí …
El patio estaba lleno de soldados que gritaban y corrían como locos…"
Hubo una terrible balacera …
Los vecinos sintieron inermes como disparaban hacia el apartamento de las jóvenes…
Después se hizo el silencio… y vieron como "sacaron los tres cuerpos en parihuelas,…
eran como inmensas muñecas de trapo… ensangrentadas…".
Eran las jóvenes Laura Raggio, Diana Maidanic y Silvia Reyes…
"… ellos dijeron que fue un enfrentamiento -dice Horacio Raggio, hermano de Laura-
pero a Laura la ejecutaron y a Diana la deshicieron…
Yo ví a Laura con un balazo en la cabeza… y cuando la velábamos creí
que se había teñido el pelo de rojo, pero era sangre. Tenía 19 años."

El operativo, según consta en el libro "Ovillos de la memoria",
estuvo a cargo del General Juan Rebollo, y participaron también
los Generales Julio César Rapella y Esteban Cristi,
los Mayores Armando Méndez y José 'Nino' Gavazzo,
el Coronel Manuel Cordero y los entonces Capitanes Mauro Mouriño,
Julio César Gutiérrez y Jorge Silveira…

Hoy, [...] intentando elaborar el dolor de tan terrible matanza seguimos recordando y preguntándonos:
¿¿¿Por qué las asesinaron, por qué semejante ferocidad con estas tres jóvenes militantes sociales???
De acuerdo a la Investigación sobre Terrorismo de Estado, dice el Historiador Alvaro Rico:
"El objetivo de la dictadura militar fue toda la población,…
su objetivo inmediato fue el desmantelamiento de la oposición…
pero tuvo otro a largo plazo, que tiene que ver con la reestructura de las relaciones sociales,
las normas de convivencia, instalando la inseguridad, la desconfianza,
el miedo… que sigue operando hasta hoy día…"
Había que sembrar el terror, había de ejemplarizar,
seguir instalando el miedo, la desconfianza…
la inmovilidad, que impidieran , -que sigan impidiendo- toda forma auténtica de resistencia y
organización a un modelo económico y cultural neoliberal…
Seamos o no conscientes, este dolor, … y tantos otros, están en nuestras vidas, condicionándolas,…
impidiendo vínculos, dificultando relaciones, afectando nuestros cuerpos,
limitando la concreción de nuestros auténticos proyectos y sueños alternativos.
*

Silvia Reyes
*
SANGRE Y ROSAS
A 40 años del asesinato impune de las muchachas de abril


El horror y la barbarie de los asesinatos de tres jóvenes, Silvia Reyes, Diana Maidanik y Laura Raggio, siguen reclamando, 40 años después, el justo castigo. Algunos de los responsables de la “masacre de Brazo Oriental” del 21 de abril de 1974 están entre rejas; otros siguen desafiantes, a caballo de la impunidad. Justicia es el único capitulo que falta en esta historia, paradigma de la aberración represiva de la dictadura.

Sólo alguien cansado, medio dormido, con las alertas bajas, podía transitar desprevenido las calles del barrio, a las 4 y media de la mañana. De hecho, buena parte de los vecinos de Brazo Oriental, en la lengua que se apoya en Burgues y en San Martín, habían huido despavoridos llevando a sus hijos menores, a sus padres ancianos, no importa a dónde, con tal de escapar de las balas que atravesaban paredes, rebotaban en el pavimento, salían de las esquinas, de las azoteas, dibujando una malla de muerte antes de que la muerte posible fuera anunciada por el estruendo, que se oía incluso en el Cerrito y en La Blanqueada.

Dorval Márquez, agente de Policía, pedaleaba su bicicleta con un resto de voluntad después de una jornada de trabajo agotadora, cuando una bala de carabina o de fusil, salida de no se sabe dónde, disparada por no se sabe quién, lo mató en seco, inmediatamente, aun antes de que la rueda dejara de girar, acostada en el pavimento. No fue el único muerto por balas militares aquella madrugada de domingo que completaba una noche de sábado para los que aún tenían ánimo de juerga después de dos años de guerra interna implacable. Eso sí: no fue una bala perdida la que abatió a Dorval; fue una bala premeditada, disparada por las dudas, con poca reflexión y mucha impunidad, por si acaso el que pedaleaba la bicicleta fuera el mismo “sedicioso” al que pretendieron detener dos horas antes. La explosión provocada por el disparo rompió el silencio que se había instalado al fin, y por un momento se temió que la locura volviera a empezar.

A las 2.30 del domingo 21 de abril de 1974, las decenas de oficiales y soldados del Grupo de Artillería comandados por el coronel Juan Modesto Rebollo y supervisados a su vez por el Organismo Coordinador de Actividades Antisubversivas (OCOA) comenzaron a tomar posiciones a lo largo de la calle Mariano Soler, en la paralela Carabelas y en las transversales Fomento y Ramón de Santiago, aunque el despliegue llegó hasta bulevar Artigas, hasta Luis Alberto de Herrera. No fueron particularmente sigilosos al cerrar las calles y ocupar todas las azoteas de las cuadras más cercanas al objetivo: un modesto edificio de apartamentos de Mariano Soler 3098 bis. Las corridas por las veredas, las órdenes asordinadas, los ruidos en el techo, interrumpieron el sueño e instalaron el miedo en los vecinos.

A las 2 .40, oficiales y soldados entraron en tropel en el estrecho corredor, convencidos de que iban a capturar a Washington Barrios, “Camilo”, militante del mln, que arriesgaba su legalidad imprimiendo afiches contra la dictadura y volantes para el próximo Primero de Mayo con una impresora instalada en el sótano de su vivienda. No sabían, los represores, que “Camilo” había viajado el día anterior a Argentina, con la esperanza de obtener dinero para evacuar a una pareja y una beba de nueve meses, y a dos muchachas. Todos habían sido liberados recientemente, después de meses de encierro por razones tan nimias que no justificaron, siquiera, el pase al juez militar. Pero no lograban obtener trabajo, eran políticamente leprosos, y semanalmente debían someterse al destrato de la vigilancia en los cuarteles. Como muchos otros, dejaron de presentarse en el cuartel y automáticamente se convirtieron en fugitivos. Intentaron ocultarse en casa de un amigo, en La Teja; providencialmente un vecino les alertó: “Ojo, que hay una ratonera”. Finalmente, a través de una red de amigos, se contactaron con Washington, que dejó a las dos jóvenes al cuidado de su esposa, en su casa, y solicitó a su cuñada que escondiera a la pareja y a la beba.

Los militares que entraron en la vivienda de Mariano Soler cometieron un primer error: los oficiales al frente del pelotón –los mayores José Gavazzo y Manuel Cordero, los capitanes Armando Méndez, Julio César Gutiérrez y Mauro Mauriño, y el teniente Jorge Silveira– se equivocaron de apartamento, fueron hasta el fondo y golpearon la puerta número 8. Sus aterrados habitantes explicaron que Barrios vivía en el 5. Desandaron sus pasos a los gritos, contagiando el nerviosismo a los soldados que se agolpaban en el corredor, dispuestos a cumplir órdenes, a ser sumisos en la disciplina, si tan sólo las órdenes no fueran contradictorias, antagónicas, ilógicas, en el coro histérico de gritos y amenazas. Volvieron a equivocarse: los oficiales exigieron a los gritos que abrieran la puerta numero 5, entraron insultando y puteando, blandiendo metralletas que apuntaban indistintamente a los ocupantes, un hombre, su esposa y la hija menor. “¿Dónde está Washington Barrios?”. El hombre, en calzoncillos, dijo: “Soy yo”, y automáticamente varios se abalanzaron sobre él, golpeándolo y arrastrándolo hacia el corredor, hasta que alguien gritó:
“No, a ese no lo maten que es el padre”.

En un creciente paroxismo los oficiales se abrieron paso a través de los soldados que se apiñaban en el corredor y enfilaron hacia enfrente, al apartamento número 3. Desde el suelo, Washington Barrios padre; intentaba captar la atención de los militares para postergar el desenlace que se leía en los rostros crispados, en las miradas desorbitadas, y su esposa, Hilda Hernández, los seguía llorando y rogando:
“No las maten, no tiren que mi nuera está embarazada”.

Derribaron la puerta y entraron en la vivienda disparando sus armas. Se sorprendieron: de hecho, la puerta daba acceso a un patio abierto; las ráfagas barrieron las paredes y destrozaron el baño y la cocina, que daban al exterior. Los soldados apostados en las azoteas también comenzaron a disparar. Las balas traspasaban la mampostería. Un vecino de otro apartamento salió despavorido en calzoncillos, pidiendo por favor que dejaran de tirar porque las balas traspasaban la pared: “Van a matar a mis hijos”; lo obligaron a ponerse con las piernas abiertas y las manos contra la pared. Desde allí oyó unas voces femeninas gritando que querían entregarse. Otros gritos advirtieron que el capitán Gutiérrez había caído. (Había sido herido por sus propios camaradas; la bala le perforó el cuello y el capitán murió un mes después.)

Ya no fue posible detener la balacera en el apartamento, en el corredor, en la calle, en las azoteas, que repetía el reflejo automático, instintivo, de accionar el gatillo. Los disparos partían de cualquier lado dirigidos hacia ningún lado; no había fuego enemigo, sólo descargas que terminaron concentrándose sobre la puerta de madera de dos hojas que comunicaba con un gran espacio, cuarto y comedor, y cuya pared parecía que terminaría por derrumbarse horadada por los impactos.

No se sabe cuánto tiempo continuaron los militares disparando ráfagas, una tras otra. Las balas se incrustaron en los techos, destrozaron las puertas, hicieron saltar las ventanas en añicos, agujerearon las paredes de ladrillo y perforaron las medianeras del patio. Detrás de la puerta del comedor los militares encontraron a tres jóvenes en camisón, acurrucadas, abrazadas entre sí y, por cierto, desarmadas. No preguntaron por Washington Barrios; simplemente las acribillaron, fuera de sí,
incapaces de contener el miedo que nace de la tensión.

Cuando las armas dejaron de escupir balas, cuando el capitán Gutiérrez y el coronel Rebollo –que había sido herido levemente en un brazo– fueron evacuados, cuando los generales Julio César Rapela y Esteban Cristi “se apersonaron en el lugar del enfrentamiento”, el teniente Jorge Silveira, “Chimichurri”, a quien le esperaba una larga carrera especializada en asesinatos, torturas y violaciones, se dio un respiro, regresó al apartamento 5 y encaró a Hilda Hernández corajudamente: “Dígame dónde está su hijo, que yo mismo lo mato”, sin que hasta hoy se sepa por qué tanto encono. En el apartamento 3, los oficiales dispusieron que se armara una “ratonera”, es decir, tres o cuatro soldados que aguardarían un improbable regreso de Washington Barrios. En un rincón del comedor, detrás de la puerta, quedaron los cuerpos acribillados y desfigurados de Diana Maidanik, 21 años, estudiante de la Facultad de Humanidades y maestra de jardín de infantes; Laura Raggio, 19 años, estudiante de la Facultad de Psicología; y Silvia Reyes, 19 años, esposa de Washington Barrios, embarazada de tres meses. Es posible que los responsables de lo que después se conoció como “la masacre de Brazo Oriental” ni siquiera tuvieran idea de a quiénes estaban asesinando; la justificación vino después, con el débil argumento, estampado en los comunicados de las Fuerzas Conjuntas, de que los militares habían respondido al fuego de los sediciosos y que en la casa fue hallado un “berretín con armas”. El invento era irrelevante: ni aun así se justificaba la furia homicida, más cuando, 32 años después, ante un juez penal, José Gavazzo reconocería, indolente –indiferente a los sentimientos de los familiares que revivían en el careo el dolor intacto– que “Barrios no era un objetivo importante”.

Todo estuvo a punto de repetirse, una hora más tarde, a eso de las 3 y media, cuando los militares volvieron a copar calles y azoteas en la zona de Jacinto Vera y Estivao, en el Buceo, en un edificio de apartamentos independientes, en uno de los cuales vivían los padres de Silvia Reyes, y en otro, al fondo, Stella, la hermana de Silvia. Como antes, entraron en el corredor y fueron golpeando todas las puertas. Stella y la pareja con su hija lograron a duras penas escurrirse; dejaron a la beba en la puerta de la abuela de Stella y treparon a la azotea, pero los soldados apostados en los techos las vieron. Como antes, se desató una balacera infernal, incontrolada. Previendo lo de antes, un megáfono tronó una orden: “¡Paren, que nos estamos tirando entre nosotros!”. Stella y la pareja lograron descolgarse hasta los fondos y se escondieron en un galpón. Recién al amanecer los soldados las encontraron. Las ataron con una cuerda de colgar ropa y comenzaron a torturarlas, allí mismo, en la calle, pero no para obtener información, para descargar el miedo acumulado. Los vecinos, testigos de la saña, pedían que no las mataran. Después, en el cuartel de La Paloma, Artillería 1, con más método y menos prisa, Gavazzo y Juan; Modesto Rebollo –cuya herida no le impidió torturar– interrogaron a Stella sobre Washington Barrios.

Recién a media mañana del domingo, los cuerpos de las tres chicas –las “muchachas de abril”– fueron retirados del apartamento devastado y trasladados al Hospital Militar. Al mediodía la “ratonera” fue levantada para que un pelotón de soldados, trasladado  en varios camiones, iniciara el desguace del apartamento 3. Desde el otro lado del corredor, en la puerta de enfrente, Jacqueline, la hermana de Washington Barrios, vio impotente cómo se llevaban todo el mobiliario, rúbrica postrera de la impunidad,  burla del dolor, gesto impúdico de rapacidad. Se llevaron hasta la puerta de entrada, los tapones y las tapas de las llaves de las luces; Jacqueline vio cuando sacaban la máquina de coser y el colchón del sofá cama empapados en sangre. No pudieron llevarse el placar del dormitorio, que estaba empotrado; lo rompieron.

Por la tarde, Washington Barrios padre entró en el apartamento 3: el revoque de las paredes formaba una alfombra en los pisos, y en el comedor el blanco se confundía con el rojo de la sangre. Las paredes estaban salpicadas. “Era horrible. Las balas incrustadas tenían trozos de cuero cabelludo”.
El padre contabilizó 140 impactos de bala.

El lunes 22 las tres familias de las víctimas recibieron llamadas telefónicas conminándolas a retirar los cadáveres en el Hospital Militar. Los padres de Diana Maidanik comprobaron que su hija había recibido 35 balazos; la madre de Laura Raggio no pudo sobreponerse a la visión de su hija con una herida de bala en la cabeza; más tarde, cuando la velaban, creyó que Laura se había teñido el pelo, pero era sangre. El padre de Silvia Reyes debió reconocer a su hija –identificarla– en la morgue: contó más de 38 impactos de bala en todo el cuerpo. Las heridas revelaban que habían recorrido el cuerpo con dos ráfagas, de arriba abajo, cuando ya estaba muerta. Nadie se atrevió a decirle nada cuando le sacó el anillo de matrimonio de la mano derecha y lo guardó para su yerno, a quien nunca más volvió a ver.
*

Laura Raggio
*

Pero aún no había acabado el calvario: cuando se realizaba el velorio de Silva, un grupo de soldados entró en la casa, se dirigió a los fondos, donde vivía Stella, y comenzó a saquear la casa. Mientras al frente los familiares lloraban a la muerta, al fondo los soldados se llevaban todo lo transportable mientras cantaban “Uruguayos campeones…”. El padre de Silvia no soportó la provocación, encaró al general Rapela, que solía comprarle obras de arte y pretendió, en el forcejeo, arrebatarle el arma. Rapela no se lo esperaba, y antes de que atinara a una reacción, un tío de Silvia logró tranquilizarlo. A la hora del sepelio, cuando sacaron el féretro de la casa, los vecinos de la zona aguardaban compactos, en la vereda de enfrente;
cubrieron el féretro con una lluvia de rosas.

En 1985 las familias Barrios y Reyes formalizaron la denuncia sobre los asesinatos de las muchachas de abril, pero en 1986, ley de caducidad mediante, el caso fue archivado por orden del presidente Julio María Sanguinetti. Diecinueve años después, en octubre de 2005, un equipo de abogados de Ielsur, organización no gubernamental, pidió retomar la indagatoria, que recayó en el juzgado penal a cargo del juez Pablo Eguren. Insólitamente, el escrito que solicitaba la reapertura del caso no reclamaba expresamente –como es habitual– responsabilidades penales para quienes estaban implicados en el operativo que culminó con los asesinatos. El fiscal Enrique Moller, experto en archivar causas de violaciones a los derechos humanos, ni lerdo ni perezoso aprovechó el pretexto para solicitar que se desistiera de la investigación. El juez Eguren estuvo de acuerdo. Al reactivarse todas las causas, en 2012, el expediente volvió al despacho del juzgado penal de 8º Turno, ahora a cargo de la jueza Graciela Eustaccio. Pero hasta el presente, a 40 años de los sucesos, no hay ninguna sanción penal para los responsables de los asesinatos.

A 40 años del asesinato impune de las muchachas de abril,
por Samuel Blixen, semanario Brecha, Montevideo, 16/04/2014.
*

Pueden consultarse otras informaciones en la página Muchachas de abril.

«-»

Almanaque de Memorias

Almanaque de Memorias. Uruguay y su pasado reciente


Uruguay en Latinoamérica
y su pasado reciente.


«-»
Fechas para un almanaque de imágenes,
ordenadas con criterio mensual,
con la relativa indicación de las personas y hechos conmemorados.

En el almanaque se incluye el listado de detenidos/desaparecidos de Uruguay,
con las respectivas fechas de desaparición.

Un encuentro con los desaparecidos,
desde la mirada de familiares, amigos y artistas,
como en Encontrarte con ellos

«-»

Dada la amplitud del proyecto,
por supuesto que es apenas una contribución,
para guardar en las cajitas de memorias de las luchas
de esa gran familia de los pueblos latinoamericanos.

ALMANAQUE DE MEMORIAS
documento en formato pdf.

«-»

Las imágenes de este almanaque pueden verse, en:
ALMANAQUE DE MEMORIAS
álbum de fotografías.
Memoria y Resistencia

«««-»»»

Sala de los Azulejos. Cortos con Memoria

Cine. Cortometrajes de la Memoria


Reconstruyendo identidades con retacitos de memoria
Por Verdad y Justicia. ¡Nunca Más!
Por la vida y la alegría ...


«-»
Cortos con Memoria
“Nuestras clases dominantes han procurado siempre
que los trabajadores no tengan historia,
no tengan doctrina,
no tengan héroes y mártires.
Cada lucha debe de empezar de nuevo
separadas de las luchas anteriores:
la experiencia colectiva se pierde,
las lecciones se olvidan.
La historia parece así como propiedad privada
cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.
Esta vez puede ser que se corte el círculo.”

Rodolfo Walsh.
Cita en “El abuelo”,
cortometraje de Alberto Lecchi. Argentina 2010.

«-»

En el Pabellón del Cine se acaba de inaugurar
la Sala de los Azulejos,
dedicada a Cortos con Memoria.
Cortometrajes que insisten y punzan,
cortos de memoria larga,
que contribuyen a narrar el hoy
y la historia reciente de América Latina.

La Sala de los Azulejos se puede visitar en el
PABELLON DEL CINE
Mario Benedetti
El sur también existe
Me Río de la Plata,
exposición de Fermín Hontou (“Ombú”).
Montevideo (oct. 2014 – feb. 2015).

«-»

Toda la programación del Pabellón del Cine
puede consultarse en
MEMORIAS EN LA PANTALLA

Documento en formato pdf

«««-»»»

Apuntes sobre la masacre de Trelew

Apuntes sobre la masacre de Trelew


22 de agosto de 1972
han muerto revolucionarios
¡viva la revolución!


«-»
Trelew
Afiche de calle
Fecha: Agosto 1973
Medidas originales: 57 cm x 78 cm
Color: letras negras y blancas sobre fondo naranja
Firma: Movimiento Nacional de Solidaridad y revista Nuevo Hombre
Observaciones: Homenaje a un año de la masacre.
Autor: Ricardo Carpani
en el Centro Cultural Haroldo Conti,
(ex Esma), Buenos Aires.

«-»

APUNTES SOBRE LA MASACRE DE TRELEW
Documento en formato pdf

«««-»»»

Memorias en la pantalla. Latinoamérica ayer y hoy

Películas y audiovisuales de historia de América Latina

Reconstruyendo identidades con retacitos de memoria
Por Verdad y Justicia. ¡Nunca Más!
Por la vida y la alegría ...


«-»
«Mi papá me enseñó a luchar»
Regalo de una hija a su padre.
En el dorso, entre otras cosas,
como dedicatoria se lee la estrofa de Silvio Rodríguez
(en Canción del elegido):
“lo más terrible se aprende enseguida
y lo hermoso nos cuesta la vida”


«-»

MEMORIAS EN LA PANTALLA
Películas y audiovisuales que por su género contribuyen
para narrar el hoy y la historia de América Latina,
la heroicidad de sus luchas populares,
poniendo al desnudo la criminalidad extrema de liberalismos (y neoliberalismos)
y de las democracias exportadas (por los civilizadores de turno);
películas que repican y redoblan sueños y fracasos, penas y esperanzas;
que nos ayudan a interrogarnos profundamente indagando en el pasado.

«-»

MEMORIAS EN LA PANTALLA
Documento en formato pdf

«-»

SALA YUCATAN
Programación - Largometrajes

«««-»»»

Tejiendo memorias ...
Un elefante ocupa mucho espacio

Un elefante ocupa mucho espacio. Elsa Bornemann


Donde hubo fuegos cenizas quedan
Tejiendo memorias. Reconstruyendo identidades


«Un elefante ocupa mucho espacio»,
un libro infantil prohibido por la dictadura argentina en 1977.

«-»

Un elefante ocupa mucho espacio
de Elsa Bornemann

Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de circo, se decidió una vez a pensar “en elefante”, esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por eso lo cuento:

Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes, el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia.

El elefante había declarado huelga general
y proponía que ninguno actuara en la función del día siguiente.

–¿Te has vuelto loco, Víctor? –le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula. –¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado?
¡El rey de los animales soy yo!

La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche:

–Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero.
Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras anchas selvas...

–¿De qué te quejas, Víctor? –interrumpió un osito, gritando desde su encierro–.
¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida?

–Tú has nacido bajo la lona del circo... –le contestó Víctor dulcemente–. La esposa del domador te crió con mamadera... Solamente conoces el país de los hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad...

–¿Se puede saber para qué hacemos huelga? –gruñó la foca,
coleteando nerviosa de aquí para allá.

–¡Al fin una buena pregunta! –exclamó Víctor, entusiasmado, y ahí nomás les explicó a sus compañeros que ellos eran presos... que trabajaban para que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero... que eran obligados a ejecutar ridículas pruebas para divertir a la gente... que se los forzaba a imitar a los hombres... que no debían soportar más humillaciones y que patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres... Y que patatán fue la orden de huelga general...).

–Bah... pamplinas... –se burló el león–. ¿Cómo piensas comunicarte con los hombres?
¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma?

–Sí –aseguró Víctor–. El loro será nuestro intérprete –y enroscando la trompa en los barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera. Enseguida, abrió una tras otra las jaulas de sus compañeros.

Al rato, todos retozaban en torno a los carromatos. ¡Hasta el león!

Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de su casa rodante. El calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas anaranjadas... (Los animales nunca supieron si fue por eso que el dueño del circo pidió socorro y después se desmayó, apenas pisó el césped...).

De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio:

–Los animales están sueltos! –gritaron a coro, antes de correr en busca de sus látigos.

–¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas! –les comunicó el loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente.

–¡Ya no vamos a trabajar en el circo!
¡Huelga general, decretada por nuestro delegado, el elefante!

–¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas! –y los látigos silbadores ondularon amenaza-doramente.

–¡Ustedes a las jaulas! –gruñeron los orangutanes.

Y allí mismo se lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del circo fue el que más resistencia opuso. Por fin, también él miraba correr el tiempo detrás de los barrotes.

La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías,
las encontró cerradas por grandes carteles que anunciaban:

CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES.
HUELGA GENERAL DE ANIMALES

Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres:

–¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de fuego!

–¡Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas!

–¡No usen las manos para comer!

–¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Píen! ¡Ladren! ¡Rujan!

–¡Basta, por favor, basta! –gimió el dueño del circo al concluir su vuelta número dos-cientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos–. ¡Nos damos por vencidos! ¿Qué quieren?

El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua
y pronunció entonces el discurso que le había enseñado el elefante:

–... Conque esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo, y que patatín y que patatán... porque... o nos envían de regreso a nuestras anchas selvas... o inauguramos el primer circo de hombres animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del vecindario.
He dicho.

Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el pico, en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de embarque
con destino al África.

Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: en uno viajaron los tigres, el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por Víctor...
porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio...

«-»

Un elefante ocupa mucho espacio,
de Elsa Bornemann
edición completa de la obra, en formato pdf

Un elefante ocupa mucho espacio


«-»

Despedida y homenaje: El año verde

El año verde en la escuela,
(5’38”)

El Año Verde


«-»

Texto, en formato pdf:

El Año Verde


«-»

Audio con la lectura,
(5’51”)

El Año Verde


«-»

«Bien verdes,
como los años que
–todos juntos—
han de construir día por día»,
resuena el eco en los valles
y remonta las faldas de las montañas...

«-»

Fantasías ...

Es hora de acostarnos, leer un libro
y ponernos a dormir.
... con el augurio de muy felices sueños.

«««-»»»

Tejiendo memorias ...
El año verde

Cuento infantil. El Año Verde. Elsa Bornemann


Donde hubo fuegos cenizas quedan
Tejiendo memorias. Reconstruyendo identidades


«El año verde»,
un cuento de un libro infantil prohibido por la dictadura argentina en 1977.

«-»

El Año Verde
de Elsa Bornemann

Asomándose cada primero de enero desde la torre de su palacio, el poderoso rey saluda a su pueblo, reunido en la plaza mayor. Como desde la torre hasta la plaza median aproximadamente unos setecientos metros, el soberano no puede ver los pies descalzos de su gente.

Tampoco le es posible oír sus quejas (y esto no sucede a causa de la distancia,
sino, simplemente porque es sordo...).

–¡Buen año nuevo! ¡Que el cielo los colme de bendiciones! –grita entusiasmado, y todas las cabezas se elevan hacia el inalcanzable azul salpicado de nubecitas
esperando inútilmente que caiga siquiera alguna de tales bendiciones...

–¡El año verde serán todos felices! ¡Se los prometo!
–agrega el rey antes de desaparecer hasta el primero de enero siguiente.

–El año verde... –repiten por lo bajo los habitantes de ese pueblo
antes de regresar hacia sus casas– El año verde...

Pero cada año nuevo llega con el rojo de los fuegos artificiales disparados desde la torre del palacio... con el azul de las telas que se bordan para renovar las tres mil cortinas de sus ventanas... con el blanco de los armiños que se crían para confeccionar las puntosas capas del rey... con el negro de los cueros que se curten para fabricar sus doscientos pares de zapatos... con el amarrillo de las espigas que los campesinos siembran
para amasar –más tarde– panes que nunca comerán...

Cada año nuevo llega con los mismos colores de siempre.
Pero ninguno es totalmente verde...
Y los pies continúan descalzos...
Y el rey sordo.

Hasta que, en la última semana de cierto diciembre, un muchacho toma una lata de pintura verde y una brocha. Primero pinta el frete de su casa, después sigue con la pared del vecino, estirando el color hasta que tiñe todas las paredes de su cuadra, y la vereda, y los cordones, y la zanja... Finalmente; hunde su cabeza en otra lata y allá va,
con sus cabellos verdes alborotando las calles del pueblo:

–¡El aire ya huele a verde! ¡Si todos juntos lo soñamos,
si lo queremos, el año verde será el próximo!

Y el pueblo entero, como si de pronto un fuerte viento lo empujara en apretada hojarasca, sale a pintar hasta el último rincón. Y en hojarasca verde se dirige luego a la plaza mayor, festejando la llegada del año verde. Y corren con sus brochas empapadas para pintar el palacio por fuera y por dentro. Y por dentro está el rey, que también es totalmente teñido. Y por dentro están los tambores de la guardia real, que por primera vez baten alegremente
anunciando la llegada del año verde.

–¡Que llegó para quedarse! –gritan todos a coro,
mientras el rey escapa hacia un descolorido país lejano.

Ese mes de enero llueve torrencialmente. La lluvia destiñe al pueblo y todo el verde cae al río y se lo lleva el mar, acaso para teñir otras costas... Pero ellos ya saben que ninguna lluvia será tan poderosa como para despintar el verde de sus corazones, definitivamente verdes.
Bien verdes, como los años que –todos juntos—han de construir día por día.

«-»

Un elefante ocupa mucho espacio
Un libro publicado en 1975 por “Librerías Fausto”.

«-»

Texto, en formato pdf:

El Año Verde


«-»

Audio con la lectura:

1) El Año Verde

2) El Año Verde

«-»

«En octubre de 1977, los quince cuentos que integran “Un elefante ocupa mucho espacio”, de Elsa Isabel Bornemann, fueron prohibidos por Decreto N° 3155 del Poder Ejecutivo Nacional por considerarse que “se trata de cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo” y que “de su análisis surge una posición que agravia a la moral,
a la familia, al ser humano y a la sociedad que éste compone”
.

En ese momento, el país era presidido por una Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas, con Jorge Rafael Videla a la cabeza. Se había instalado fuertemente un Estado terrorista, responsable de la desaparición de miles de personas y de la implementación de una política económica neoliberal y antipopular. En consonancia con ello, prohibió a cientos de intelectuales, artistas y sus obras. La dictadura poseía un control férreo de la política cultural, educativa, y sobre los medios de comunicación; y censuró canciones, películas y libros. Según ellos, ésta era la vía que aprovechaba la «subversión» para «envenenar mentes»,
especialmente las de niñ@s y jóvenes.»

Fuente:
habiaunavestruz, apuntes sobre literatura infantil


«-»

«Bien verdes, como los años que –todos juntos—han de construir día por día»,
resuena el eco en los valles y remonta las faldas de las montañas ...

«-»

Fantasías ...

Es hora de acostarnos, leer un libro
y ponernos a dormir.
... con el augurio de muy felices sueños.

«««-»»»

Latinoamérica en lucha:
El diario de Carmenza

El diario de Carmenza. Gustavo Petro


Donde hubo fuegos cenizas quedan
Reconstruyendo identidades con retacitos de memoria
Toma de la embajada de la República Dominicana, por el M-19, en Colombia,
27/febrero/1980.
Se ve los ojos de “la Chiqui”, Carmenza Cardona Londoño.
En la silla el Nuncio Apostólico Monseñor Angelo Acerbi sentado en primer plano,
un poco atrás, el Embajador de Guatemala, Aquiles Pinto Flores.
En la Embajada de la República Dominicana se celebraba un cocktail con varios embajadores,
entre ellos el de Estados Unidos.
61 días duró la toma.

«-»


“Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia
cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.
Es la cualidad más linda de un revolucionario.”

Che Guevara, Carta a sus hijos

Por la vida y la alegría ...

«-»

El diario de Carmenza
por Gustavo Petro

Hace unos días me encontré en mi casa con un exgeneral del Ejército. Me contó que de joven había estado al frente de la tarea de perseguirme y capturarme en Zipaquirá. Me presentó a su esposa y conversamos como viejos conocidos, como ex militares de una guerra añeja, perpetua, que ambos deseamos que se acabe. Nos encontramos como amigos. Él, lleno de victorias militares y yo, con mis mismos deseos de joven, quizás también de victorias, si como victoria entendemos el simple hecho de seguir vivos.

Hablando con él, llegamos a la conclusión de que quienes hacen la guerra en Colombia no son en realidad los hombres de uniforme, sino los políticos, los que se apropian del poder y la riqueza.

El exgeneral me trajo un regalo que me hizo estremecer, un obsequio que me deja una herida, un dolorcillo en el corazón, una tristeza, una nostalgia. Me entregó las fotocopias del diario de campaña de “La Chiqui”: Carmenza Cardona Londoño. La jovencita que puso a sus pies al gobierno de Turbay, en la toma de la Embajada Dominicana. La mujer, pequeña de estatura, pero de inmensa valentía, que con su brazo en alto y su capucha nos puso a soñar a muchos, cuando le gritó a toda Colombia, en 1980: ¡Dignidad!

En una agenda de Ecopetrol, Carmenza, quien se hacía llamar Natalia, escribió su día a día. Narró casi cuatro meses de travesía armada por el Chocó, desde el mar donde desembarcó con sus compañeros soñadores, hasta el Alto Andagueda, ya en Risaralda.

Devoré ese diario en menos de dos horas hasta que llegué a la página en blanco que seguía a su última palabra. Ese blanco inmenso en el que más nunca escribirá ella; ese blanco que ya no se llenará de palabras; el blanco de un autor desaparecido, el blanco de las palabras que ya no estarán. Esa página en blanco, al final de su última palabra, estaba llena de su muerte en combate. Ese blanco que me dejó un nudo en la garganta, una impotencia.

Allí en esas páginas, con su clara letra femenina, volví un poco a reencontrarme. Era abril de 1981, yo tenía 21 años cuando eso. Quizás había festejado mi cumpleaños con mi mama, mi padre, y mis hermanos, quizás estaba aún tranquilo soñando revoluciones en Zipaquirá, aún estudiante de economía, mientras ella, a punta de valentía, atravesaba esas selvas espesas y esos ríos caudalosos, soportando la persecución permanente de los helicópteros
y la infantería del ejército.

Su diario estaba en su mochila ensangrentada y les permitió saber a quienes la abatieron, su nombre, su gigante significado, el símbolo enorme de aquella que estaba arrojada en la trocha, en medio de aquel inmenso verde esplendoroso que admiró el día anterior, y sobre el cual escribió. Seguro algún mando del ejército guardó ese diario, y seguro alguien le sacó fotocopias. Sin que nadie en Colombia lo supiera, el diario esperó 40 años, mucho más que la edad que alcanzó a tener su autora, antes de llegar a mis manos. Ahora no puedo menos que comprometerme a publicarlo.

Leyendo esas páginas encontré mis propios recuerdos, los bríos que nos acompañaban e impulsaban, esa ingenuidad romántica de pensar que Colombia se podía cambiar, esa ilusión de joven, de mujer, rompiendo el dolor físico, las llagas de sus pies, el dolor de su columna por el peso. Ese trasegar sin quejas día y noche, esos días llenos de lluvias, de marchas, de hambre, persiguiendo como se persigue una estrella, una idea, un sueño.

Las rutinas azarosas de los días pasaron por esas páginas. Los últimos meses de la vida de Carmenza Cardona están allí escritos con doloroso amor. Acababan de celebrar un 19 de abril y en su última página escrita se apreciaba un nivel moral tan alto, un sentimiento de victoria tan sublime, que en cierta forma era también un sentimiento de paz. De haber logrado la proeza de atravesar durante meses las tierras del Chocó para llegar luego a las altas tierras desde donde soñaba con hacer una revolución, hubiera convergido en un torrente enorme
de transformación para el país.

Su cuerpo nunca fue entregado. Está enterrado allí en esas tierras de indígenas emberas y, sin embargo, hoy una parte de su vida está entre mis manos.
Su diario la resucita, para las mujeres jóvenes de hoy.

Toma de la embajada de la República Dominicana, por el M-19, en Colombia,

«-»



Allí en esas páginas hay un hilo conductor. Su paso por caseríos innombrables, lejanos y aislados, llenos de mineros negros y pescadores, de indígenas emberas.

Nos describe Carmenza, la pobreza, el hambre, el abandono. La alegría de esos pueblos al recibir a los hombres y mujeres del M19, el encuentro con la esperanza.

Pueblos negros descendientes de los esclavos que trajeron los españoles a la fuerza y sobre los cuales construyeron un sistema económico y político que aún nos persigue.

Carmenza encontraba en esa pobreza, que a veces se lee insípida en los libros, en las estadísticas, desde las oficinas de los burócratas que gobiernan en Bogotá, el afán de superarla y de vivir. Al dormir allí en los mismos ranchos, al comprar una vaca para darle por primera vez carne a los niños negros, al compartir las escasas medicinas que traía con personas que jamás habían visto un médico, Carmenza se llenaba de ganas de luchar, le encontraba sentido a su existencia.

Pasó cerca de Istmina, por el San Juan, y cruzó el rio Andagueda donde los esperaba una emboscada, combatió dos veces, pero llenó sobre todo sus días, de selva, de lluvias, y del pueblo más pobre de Colombia.

Nunca pensó en desertar o salir corriendo, ni una sola palabra de flaqueza en su diario, nunca un reproche o un resentimiento. A través de su diario se nota que, por esas selvas y esos recónditos parajes de la pobreza colombiana, transitaba una mujer joven llena de amor, transitaba el amor. Porque en lo más inhóspito siempre está el amor.

Carmenza sabía que recorría las tierras de los descendientes de la gente que se había liberado de cadenas, huyendo. Los esclavistas jamás dejaron el poder en Colombia. Se vistieron de virreyes y después de libertadores. Se dieron libertad a sí mismos y luego destruyeron a quienes clamaban por una libertad real para toda la sociedad, hasta que destruyeron el mismo ejercito libertador. Hasta que hicieron de la palabra democracia una burla.

Los esclavistas siguieron gobernando hasta llegar a los tiempos de Carmenza y desde sus privilegios cómodos le lanzaron un ejército para matarla. Ella que se llenaba del aliento de la libertadora de esclavos.

En ese Chocó abandonado, y en el litoral del Valle y del Cauca, y de Nariño, y en los barrios populares de Bogotá, y de Cali, y de Medellín, están los descendientes de estos pueblos emberas y negros que encontraba Carmenza a su paso.

En las décadas que siguieron a la muerte de Carmenza, siguió el desplazamiento del pueblo que abrazaba, siguió la toma mafiosa y paramilitar del territorio, se abalanzó sobre esas tierras el vandalismo de los politiqueros, llegó la minería ilegal que desataron los lavadores de dólares, décadas después. Llegó el destrozo de su territorio, de sus ríos, de sus selvas, la gente salió de allí despavorida e inundó de pobres los barrios de las ciudades.

No lo supo Carmenza, pero de los pueblos pobres que veía, las gentes con las que se abrazaba y bailaba y cantaba, y hablaba de ideas revolucionarias y de un país distinto y justo, tuvieron que salir corriendo con lo poco que tenían, con familias y niños en los brazos, en noches oscuras por ríos miedosos y selvas tupidas, llenos de terror,
desplazados por los oscuros gobiernos de los esclavistas.

El pueblo que vio por última vez a Carmenza, nunca sospechó que aquella jovencita en aquellos remotos y húmedos lugares, era la misma que había puesto el mundo a negociar con ella, la misma que había dado órdenes al embajador de los EEUU para que barriera bien la cocina y atendiera con humildad a sus compañeros embajadores, la misma que le había dicho al país que era necesario un Dialogo Nacional para reconstruir la Patria.

La misma que se hizo escuchar del presidente de la república y que había logrado que las primeras páginas de los principales diarios del mundo le sacaran esa, su foto icónica, de mujer bravía gritándole a la humanidad sus verdades.

Ese pueblo que la quería viviendo en esos caseríos y ranchos miserables, terminarían mucho tiempo después de su propia muerte, desplazados, aterrorizados, convertidos en los parias de la tierra, en los parias de siempre, en las víctimas de la injusticia.

Un rio negro y embera saldría de la selva para refugiarse en la gran ciudad, en la Medellín, en la Capital de la República, esperando el abrazo solidario. El que ellos mismo darían si un ciudadano de Medellín, Cali o Bogotá llegase hasta sus tierras, como se lo dieron a Carmenza.

Al acabar de leer el diario, mire mi celular y sus redes. La noticia era la masacre de cinco niños negros en un barrio popular de Cali. Una masacre de niños, como las de los niños bombardeados. 400 niños caídos, bombardeados, miles de niños fusilados, decenas de miles de niños muertos por el hambre y la sed.

Juan Manuel Montaño de15 años, Jair Andrés Cortés de 14 años, Jean Paul Perlaza de 15 años, Leyder Cárdenas de 15 años, Álvaro José Caicedo de 14 años. Todos niños negros, degollados en Llano Verde, cerca de la policía.

Niños degollados ante hombres de machetes ensangrentados que eran miembros de la seguridad de un gran cañaduzal, hombres de negro armados de machete junto a la policía, custodios de una riqueza ajena, la de los antiguos esclavistas, la que monopoliza el uso de la tierra del Valle del Cauca, la que consume la mayor parte de su agua, niños degollados tirados en el cañaduzal donde trabajaron sus padres, sus abuelos sus bisabuelos, sus ascendientes esclavos, esclavos que también eran asesinados en la tierra de los esclavistas.

Una masacre más entre centenares de masacres de Colombia.
La masacre del pueblo negro. El genocidio.

Jóvenes a los que, quienes gobiernan el país miran con desdén o ni siquiera miran. A los que les cierran las puertas de la universidad y del buen vivir. A los que persiguen permanentemente bajo el mirar de una policía que aún no entiende que su papel es protegerlos. Jóvenes abandonados por la injusticia social. Hijos descendientes de los esclavos, de los que trajeron a la fuerza para explotar y hacer riqueza para otros.

En esa Cali, donde quedaron condenados al olvido, mientras los apellidos de los esclavistas, después de cinco siglos continúan resplandeciendo en las altas esferas del estado. Descendientes de esclavistas de quienes no solo conservan el apellido, sino la mentalidad del liberticida.

Esos jóvenes eran los que Carmenza abrazaba, 40 atrás. Cuatro décadas han pasado y la misma alevosía, la misma pobreza, la misma violencia.

40 años han pasado desde que Carmenza escribía el dolor y la rabia que le causaba la pobreza de la gente que encontraba en su deambular de Quijote, y hoy el paisaje social, la realidad del pueblo negro e indígena es la misma.

Colombia es injusta. Un solo norteamericano negro muerto por la policía desencadenó la oleada social que está a punto de acabar con un mandato oprobioso: el de Trump. Aquí miles de jovencitos negros han sido asesinados y la respuesta es el silencio. La apatía de una sociedad acostumbrada a la muerte. Un país que normaliza la violencia y la sumisión.

Colombia Humana ganó electoralmente en la misma tierra por donde anduvo Carmenza. Ganamos en San Juan y en Istmina, los emberas nos apoyaron y cobijaron con sus espíritus nuestra candidatura. Por esas selvas, casi de regreso por el camino que tomó Carmenza, se produjo una oleada electoral de cambio. Ella entró con sus armas, su amor, sus ilusiones, nosotros recorrimos sus pasos con la palabra, el celular que nunca conoció, el pueblo desarmado. Quizás ambos vientos, los que la acompañaron a ella, los que nos acompañaron a nosotros casi cuarenta años después, se encontraron, quizás se entrecruzaron en vientos huracanados, quizás se besaron.

Por las poblaciones de todo el litoral pacífico, por los pueblos y veredas que desde la Boca del San Juan hasta el Risaralda votaron en forma tan mayoritaria y contundente por nuestras ideas y programas, es que debemos entender que la Colombia Humana está para generar la esperanza, para generar una nueva libertad, para generar emancipación.

Aún millones de personas no han entendido que mientras se masacre a los niños, mientras se masacren a los pueblos, mientras nos olvidemos de la Colombia profunda y abandonada, en la gran ciudad y en las selvas, jamás habrá paz.

Carmenza negoció la libertad de decenas de embajadores en una camioneta, ante funcionarios asustados por su juventud y su feminidad digna, pero Carmenza también descubrió que la verdadera paz no llegaría hasta que un dialogo de toda la sociedad permitiría la democracia verdadera y la justicia social, hasta que esos seres humildes y negros que abrazaba con su candor de revolucionaria, no encontraran la Justicia, el cobijo de un estado democrático, la emancipación de ser dueños de su tierra, de sus ríos y de su cielo.

Carmenza en su travesía se encontró con el corazón de Colombia. Hoy sabemos que ese corazón rodea atribulado los hogares de los niños degollados en tierras de los descendientes de los esclavistas. Carmenza allá enterrada en un sitio desconocido en una tierra sorprendentemente verde y Colombia aquí adolorida, saben que el día en que ningún niño sea asesinado, ningún negro, indígena, mujer o trabajador excluido, brillará el comienzo de la historia de un gran país, de una Colombia que merecerá el título de humana.

Fuente:
Cuarto de hora


«««-»»»

Toma de la embajada de la República Dominicana, por el M-19, en Colombia.

«-»

Retacitos de la Memoria
SOMOS MEMORIA Y RESISTENCIAS

«««-»»»

Al pie de la parva:
En memoria de Nibia Sabalsagaray

En memoria de Nibia Sabalsagaray. Por Verdad y Justicia


Reconstruyendo identidades con retacitos de memoria
Por Verdad y Justicia. ¡Nunca Más!
Por la vida y la alegría ...

«««°»»»

Nibia Sabalsagaray
(10/09/1949 - 29/06/1974)

Nueva Helvecia, Juan Lacaze y Montevideo

Nibia Sabalsagaray nació en setiembre de 1949 en Nueva Helvecia y siendo niña sus padres, con sus otros hijos Ana y Juan, se trasladaron a Juan Lacaze, llamados por el entonces floreciente trabajo en la fábrica textil. Allí en Juan Lacaze Nibia fue a la escuela N° 39, allí nació su hermana Stella y allí vivió Juan, su hermano, y allí también conoció temprananamente el dolor con la muerte de su madre.

En Montevideo, Nibia fue militante del Instituto de Profesores Artigas y de la UJC, y el 29 de junio de 1974 fue secuestrada en el Hogar Textil de Juan Lacaze, falleciendo a las pocas horas a causa de las torturas.

«-»


Retacitos de la Memoria

El domingo 27 de junio se 2014 fue inaugurada en Juan Lacaze, departamento de Colonia, una muestra itinerante de homenaje a Nibia Sabalsagaray, a 40 años de su asesinato (crimen por el cual fue condenado el general Miguel Dalmao).

Llevando a cabo la inauguración, hablaron, entre otros, Omar Moreira, escritor y profesor (que también fuera profesor de literatura de Nibia); Rosario Peyrou y Antonia Yáñez, profesoras y amigas de Nibia.

Concluyendo la inauguración de la muestra, se exhibió un documental del realizador Daniel Estévez, con historias y testimonios de quienes de una u otra forma estuvieron ligados a la joven: Tatiana Oroño lee el poema de su autoría «Carta a Nibia»; la profesora Antonia Yáñez recuerda sus tiempos de estudiante con Nibia; el ex intendente de Canelones Marcos Carámbula relata cómo siendo un avanzado estudiante de medicina realizó la autopsia al cuerpo de Nibia, desbaratando las mentiras de la dictadura; Oscar Curutchet, el tío, se adentra en el entorno familiar; Juan cuenta como era su hermana; Omar Moreira como profesor de Nibia describe sus facetas como avanzada estudiante; Walter Cruz cuenta una anécdota cuando el padre, Elbio ‘el Negro’ Sabalsagaray, fue despedido de la textil Campomar y Soulas de Juan Lacaze por «notoria mala conducta», que traducido del lenguaje de la dictadura al normal es «por haber participado en la huelga general contra el golpe de Estado y ser comunista»; y cierra el estudiante Egue Vaz con un emocionante relato de aquellos días de la tragedia y como al año siguiente al cumplirse el primer aniversario del asesinato, se las ingeniaron en plena dictadura para homenajear a Nibia Sabalsagaray.

«-»

(*) También se puede ver el audiovisual (duración 20’38”),

Homenaje a Nibia Sabalsagaray


«««-»»»

Audiovisual:

Nibia Sabalsagaray. Yo vengo a ofrecer mi corazón

Duración: 3’53”


Música
Yo vengo a ofrecer mi corazón,
composición de Fito Páez,
interpretada por Tania Libertad.

«-»

Yo vengo a ofrecer mi corazón

¡Quién dijo que todo está perdido?
yo vengo a ofrecer mi corazón.
Tanta sangre que se llevó el río,
yo vengo a ofrecer mi corazón.

No será tan fácil, ya sé que pasa,
no será tan simple como pensaba,
como abrir el pecho y sacar el alma,
una cuchillada de amor.

Luna de los pobres siempre abierta,
yo vengo a ofrecer mi corazón.
Como un documento inalterable,
yo vengo a ofrecer mi corazón.

Y uniré las puntas de un mismo lazo,
y me iré tranquilo, me iré despacio,
y te daré todo, y me darás algo,
algo que me alivie un poco más.

Cuando no haya nadie cerca o lejos,
yo vengo a ofrecer mi corazón.
Cuando los satélites no alcancen,
yo vengo a ofrecer mi corazón.

Y hablo de países y de esperanzas,
hablo por la vida, hablo por la nada,
hablo de cambiar ésta, nuestra casa,
de cambiarla, por cambiar nomás.

¡Quién dijo que todo está perdido?
yo vengo a ofrecer mi corazón.
¡Quién dijo que todo está perdido?
yo vengo a ofrecer mi corazón.

«-»

Galería de imágenes
(*) Nibia Sabalsagaray. Exposición en Juan Lacaze

Homenaje a Nibia Sabalsagaray



«««-»»»
Movilización obrera;
textiles de la fábrica Campomar de J. Lacaze.
Exposición en la Biblioteca “José Enrique Rodó”,
Juan Lacaze, Depto. de Colonia.

«-»

POR TODOS ELLOS
SOMOS MEMORIA Y RESISTENCIAS


«««-»»»