A LOS CHICHÍ CÁMPORA,
QUE FUERON Y SIGUEN SIENDO TAN POCOS
Y TANTOS David “Chichí” Cámpora
fue un compañero,
conocido militante tupamaro,
que en palabras de Carlos Liscano:
«David, Chichí para casi todo el mundo, decidió irse el 28 de marzo. Tenía 86 años, 14 más que yo. Compartimos organización política, aunque nunca militamos juntos. Compartimos cárcel y, muy importante, fuimos vecinos, celdas 14 y 15 del segundo piso del Penal de Libertad. Esa forma de vecindario, el pertenecer al mismo «barrio» en la cárcel, vincula de un modo difícil de describir. Todos los días uno comparte dolores y tristezas. Pero también risas, lecturas, noticias, pequeñas historias, cómo fue que David conoció a la madre de sus hijos.
En 1985 se publicó Las manos en el fuego, de Ernesto González Bermejo, trabajo en el que Cámpora es el protagonista principal. Cuando el libro todavía no estaba en las librerías, la editorial Banda Oriental me ofreció un ejemplar porque, me contaron, yo aparecía allí. No lo acepté ni presté atención a la información. A pocas semanas de haber recuperado la libertad yo no estaba en condiciones de darme martillazos en el dedo leyendo historias de la cárcel. Eso fue lo que sentí.
Tres años después, en Estocolmo, mi amigo Paco Uriz, a quien González Bermejo había enviado el libro, volvió a hablarme de lo mismo. Hasta ese momento, 1988 más o menos, yo estaba convencido de que no había nada para contar sobre las experiencias de la cárcel. ¿De qué se iba a hablar, de dolor, de miserias humanas? Pero aquella noche en casa de Paco y Marina me vino curiosidad por saber qué y cómo lo contaba David. Volví a casa y empecé a leerlo en la cama. Lo terminé al amanecer.
Las manos en el fuego fue tal vez el primer relato testimonial sobre la dictadura en Uruguay. Instaló un asunto, la memoria reciente, e hizo ver la necesidad de conocer, y aceptar, qué nos había pasado. Lo seguirían muchos testimonios, que, sumados a los trabajos académicos hechos dentro y fuera del país, llegan hoy a cientos y miles. En mi opinión, sirvieron, sirven, para conocer y también para sensibilizar. Eso fue lo que me pasó a mí. El relato me ayudó a entender que contar lo ocurrido era necesario para mí, y era también una obligación que teníamos con la sociedad.
... ... ...
En algún momento, cuando yo trabajaba en la Biblioteca Nacional, necesitábamos una información que muy pocos, entre ellos Cámpora, podían tener. Lo llamé, le conté de qué se trataba, le dije que era para una investigación. Al poco rato me llamó para darme los datos que le pedí. No quiso que su nombre apareciera en la publicación. Ese era Chichí. Había recopilado papeles para ponerlos al servicio de la comunidad y no para destacarse personalmente.
Se despidió por carta y con un mensaje de voz dirigidos a sus viejos compañeros. No me extraña. No podía no hacerlo. Como siempre, tenía que dejar todo bien organizado. Explicó que la posibilidad de elegir la muerte propia estuvo siempre en su pensamiento en caso de que sintiera que podía perder independencia y dignidad. Fue en ejercicio de ambas que tomó la decisión.»
Fuente: semanario Brecha, El archivo Cámpora , 09/04/2021
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En recuerdo de David “Chichí” Cámpora,
en uno de sus cumpleaños,
Chiquito Terra cantando el tango “Así fui yo”
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La solidaridad contra la que no pudieron los Eduardo Ferro,
contra la que no pudo la dictadura.
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El pasado sábado 27 de marzo, fuimos a esperar a Eduardo Ferro, imputado por múltiples delitos de lesa humanidad, ya que lo conducían al juzgado de la calle Uruguay esquina Convención, en Montevideo. Lo traía Interpol directamente desde el aeropuerto de Carrasco, donde había llegado proveniente de España, donde se había refugiado y donde ya había escapado de la detención precedentemente. La cita en el juzgado estaba programada para las 11 de la mañana y por un por si acaso, que cabe siempre en estas situaciones, fuimos a eso de las 10.
¿Qué tiene que ver esto con el Chichí y con esa resistencia y solidaridad popular que no han logrado destruir? Es lo que brevemente intento contarles.
No éramos una multitud, pero sinceramente ya emocionaba que esperando a un asesino estuvieran las pancartas de algunos desaparecidos representando a todo un pueblo resistente y en lucha. Se cantaron antiguas y nuevas consignas, en consonancia con las edades de quienes estábamos ahí: algunos muy veteranos y muchos muy jóvenes, con el mismo promedio de edad de los desaparecidos ... y con la misma frescura y con los mismos sueños, poniéndole el cuerpo al nuevo odio fascista enceguecido.
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No se rindan nunca
Mucha gente al pasar nos preguntaba por qué estábamos ahí, y se formaron muchas rondas de memoria y testimonios. En cierto momento, me encontraba junto a una compañera con su pancarta y pasa una muchacha y nos dice, con el puño alzado: ¡No se rindan nunca! Es lo primero que quería contarles.
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¿Dónde están?
Eduardo Ferro optó por no declarar nada, supimos luego, pero igualmente la audiencia se prolongó bastante, más o menos hasta las 18.30, dado que los abogados interpusieron recursos de inconstitucionalidad y nulidad, como nos hemos acostumbrado a escuchar en este paraíso de los impunes. A cierta hora de la tarde, en uno de los apartamentos de un edificio vecino al juzgado, aparece un cartel con la imagen de la margarita, que identifica a la asociación de madres y familiares de desaparecidos, y nuevamente, apenas colocado el cartel, vemos que quien lo ha puesto alza el puño saludándonos. Era 27 de marzo, y apenas tres días antes, Plaza de Mayo en Buenos Aires se llenó nuevamente con tanta gente reclamando a sus desaparecidos; todavía me resuenan las mil veces que las viejas madres y abuelas repitieron a la multitud, con total humildad y fuerza: Gracias por habernos acompañado hoy y siempre, sin ustedes nuestra lucha no habría sido la que fue, y, sobre todo, ya estamos seguras que nuestra lucha seguirá siendo en ustedes. Eso decía el cartel colocado en el apartamento cercano al juzgado: ¿Dónde están?, pregunta a la que no ha respondido Ferro ni los valientes militares de nuestras fuerzas armadas. Ese ¿Dónde están? ondeando en un balcón es lo segundo que quería contarles.
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¿Un omelette? ..., ¿y un cafecito con leche?
Finalmente, algo muy personal pero que creo resume muy bien el tema del que estamos hablando. A una cierta hora, digamos a eso de la cuatro de la tarde, se me acerca un hombre al que no reconozco y que en principio creo se trate de alguno de quienes estaban allí frente al juzgado. Me dice: estás aquí desde la mañana, te puedo traer un omelette si querés. Ya el tono de la oferta era sumamente solidario, pero respondí que no, agradeciéndole mucho. Entonces me insistió diciéndome: ¿y un cafecito con leche? Ahí acepté y veo que no se integra a ningún grupito de los que estábamos ahí, sino que entra en otro edificio de apartamentos cercano al juzgado, Al rato vuelve con un cafecito con leche, en vaso tipo aquellos de bares donde antes te servían los capuchinos largos, cucharita, azúcar y dos bizcochitos. Mismo antes de irnos, le llevé el vasito al apartamento que me había indicado, y cuando se lo agradecí me dijo: por nada compañero.
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Eso es lo último que quería contarles, aunque también podría agregarles que, como pasa siempre, cada actividad vale por sí misma y por la posibilidad que nos da de estos abrazos. Porque me quedaron sin relatar tantas otras cosas, como la presencia de compañeros sindicalistas, cada uno con sus mundos y sus luchas, de la salud, de Ute, del Inau, los dulceros y los gastronómicos .
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Por toda esa lucha y solidaridad es que dieron su vida
compañeros como el Chichí Cámpora
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y otro agregó refiriendo a su amistad con Chichí:
... porque detrás de nosotros
estamos ustedes ...
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...y si no con el vientito
y otro, cuando le respondí:
aquí vamos mientras nos dé la nafta,
me miró sonriente y me dijo:
y si no con el vientito.
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