Reconstruyendo identidades
con retacitos de memoria


A 49 años del golpe de Estado,
este 27 de Junio marchamos
"¿De qué nos sirve la libertad
si no hay justicia, María Pilar?"

De la canción de Teresa Parodi: María Pilar.
Mural en el Instituto de Profesores Artigas, Montevideo.


Contra la historia oficial,
somos memoria y resistencias

«««°»»»

CUENTO PARA NO OLVIDAR JAMÁS

Era una madrugada gris, con una llovizna de ésas que no paran así nomás. Mi madre comenzó a recordar con esa frase “madrugada gris” y a partir de ahí comienzo a comprender que lo que me cuenta es realmente oscuro y que está muy oculto en su corazón.

Si le preguntan qué color tenía, dice gris.

Si le preguntan con que imagen lo asocia, dice muerte.

El día del golpe; las calles silenciosas, las caras duras y perplejas.

Ahí en el barrio se gestó la solidaridad y la creatividad, atrás de cada puerta, porque la resistencia adoptó mil vertientes.

Juntar dinero y alimentos para los obreros en huelga se convirtió en su tarea y apuntó al barrio; se golpearon puertas y se recibió aún de los que no se esperaba nada, desde dos huevos hasta grandes sumas de dinero.

Todo era clandestino, hasta la más pequeña tarea debía hacerse de tal manera que pasara desapercibida, porque las calles estaban decoradas por patrulleros, el ejército, la marina y las “fuerzas conjuntas”; a toda hora, en todo lugar había que cuidarse de ellos.

¿Quién no tuvo miedo? La cuestión era transformarlo en acción.

Y aquel 9 de Julio de 1973, este pueblo que a veces no entendemos, transformó el miedo en acción. A las 17 hs era la cita en 18 de julio; el 188 iba lleno y el silencio era total. En 18 y Cuareim se bajaron todos, el destino era el mismo “NO AL GOLPE”; pero de golpe, un pueblo entero probó palos, gases, agua, tiros, caballos; miles de personas sufriendo la represión.

Muchos negocios que estaban abiertos escondían a la gente,
porque para los milicos estaba todo permitido.

Allá en el IPA el 18 de Junio del 75 cuando la dictadura reprimía cada vez más y de modo más “eficiente”, se tenía como gremio el CEIPA y se había decidido poner una frase de Artigas en los pizarrones el día anterior a su natalicio; mamá hizo un cartel que hablaba sobre la tiranía.

La cuestión era que cada grupo, en cada salón, a la misma hora, colgase el cartel con la frase.

Llega el recreo y resulta que debían esconder en sus ropas muchos materiales y volantes porque hubo un malentendido de quien los debía tener.

Así a las apuradas, mi madre cuelga el cartel delante de muchas personas,
era el recreo y no la vieron, bueno... “casi nadie la vio”.

Termina el recreo, siguen las clases su curso normal; Sociología, el profesor entra y se hace el que no ve el cartel, entra un bedel con la lista, mira el cartel... se va.

Llega la directora y les dice que no se muevan y que saquen la cédula... se va. En un instante tiran los materiales por la ventana sin saber que debajo de ella estaban los milicos de brazos abiertos a la espera de sus papeles. Llegan, entran al salón, eran muchos, eran de la 6ª y llegaban para detenerlos. Salen en fila escoltados por ellos, por el patio del IPA, y los compañeros miraban desde sus salones sin poder creerlo.

Afuera les esperaban tres grandes camionetas azules y de ahí a la 6ª; era de noche tanto en cielo como en sus corazones aterrados por el miedo y la incertidumbre.

El comisario, “todo un personaje”, les hace un discurso sobre lo que les podía pasar, dice saber mucho de marxismo y les muestra libros de Marx, que tiene en la biblioteca de la comisaría y les dice que los quiere “ayudar” antes de que vengan los de Inteligencia,
se hacían los peleados con Inteligencia.

Con ellos tenían buen pasto para averiguar las cabezas del CEIPA.

Y los llevaron a Minas y Maldonado a Inteligencia, desde el primer momento violencia verbal y terror. Lo peor era que casi todos tenían entre 18 y 19 años y muchos ni se imaginaban la pesadilla interna de ese GOLPE.

Cuando llegaron a inteligencia y vieron como era todo
fue para ellos el derrumbe y lloraron sin parar.

Los entran a empujones y no podían mirar para ningún lado.

Ella logra ver algo y cuenta que había un mostrador y vestidos de particular “varios estudiantes” de vaqueros y pelo largo, los famosos “tiras”.

Los llevan a un patio cerrado y comienza el plantón. De piernas abiertas mirando a la pared y sin poder tocarla con la cabeza. Un milico de la Metro que iba y venía entre ellos jugando con el cerrojo de la ametralladora ¿quería asustar? ¿Y si se le escapaba un tiro? Pasaron muchas horas de plantón, mi madre tenía unos mocasines cocidos que terminaron con las costuras reventadas de tanto que se le hincharon los pies, ¿y saben lo más increíble?

No le dolía nada, ¿por qué? , porque estaba con todo el cuerpo
y su psiquis atenta y alerta a lo que pasaba y a lo que podía pasar.

A todo eso les muestran a alguien que estaba desaparecido y deciden hacerlo aparecer entre dos tiras que lo llevaban al baño, pasando en medio de ellos casi sin ropa, caminando arrastrado y todo bañado en sangre.

Tenían miedo hasta de ir al baño porque te acompañaban ellos
y vaya una a saber lo que te podía pasar.

De fondo habían gritos horribles, ladridos, ruidos de tiros, la música era siempre cumbia y las voces eran ellos que se aparecían y les decían: - “que palomitas tenemos para esta noche”.

Se acuerda de algo que hoy le da risa, y es que había un perro que lo zucaban hacia ellos y mi madre lo vio negro y enorme, pero en el relato de los demás era blanco, con manchas y chiquito.

Y comenzaron los interrogatorios uno por uno,
al miedo y la tensión se le sumaba ¡lo que dirían los demás!

Los interrogatorios eran terribles, cuando le toco a mi madre habían tres milicos, uno se hacia el bueno, el otro era malo y el tercero era neutro; la primera violencia era como te arrancaban la cartera, tiraban todo sobre una mesa y si aparecían anticonceptivos te llamaban: - ¡puta!, ¿te acostas con un comunista? Querían nombres, que ellos la iban a proteger y que si no aparecía el que puso el cartel no salían más y los iban a torturar a todos.

En el primer interrogatorio no averiguaron nada y se agudizó el factor asustar.

Los pusieron en fila y no les dijeron nada, los llevaban al primer piso que era donde estaban las salas de tortura; la picana, el submarino, algunos lloraban. Pero el paseo no terminó en el primer piso, siguieron hacia el segundo. Era el HORROR, como un campo de concentración. Era un lugar enorme, oscuro y había gente tirada por todos lados.

Había gente encapuchada y tirada, gente reventada a palos. La ventana, los vidrios rotos, recuerda que le habían contado que un compañero se había tirado por ahí al no soportar la tortura y nuevamente un escalofriante frío le corre por la espalda. Se acerca un viejito, un preso, con una taza de lata, y el humo que salía de ella. Era cocoa para todos, quizás alcanzasen a tomar un solo trago cada uno, pero alcanzó para que ella recordara ese aroma y ese gusto como la mejor cocoa que probó en su vida, y si, la leche calentita
es como estar en casa aunque sea por un ratito.

Amaneció, los formaron de nuevo, ¿a dónde los llevaban?, les gustaba jugar con el factor sorpresa. Los llevaron de nuevo a la 6ª, los varones al calabozo allí los esperaba un “estudiante” para sacarles información.

A las mujeres las llevaron a la oficina del comisario y otra vez el mismo sermón.
Nunca ni una palabra, nadie delató a nadie.

Ahí se enteran de que ese mismo día habían allanado sus casas; en algunas no había nada pero en otras había suficiente; las familias sabían muy bien lo que hacer, para algunas cosas no era necesario hablar o verse, sin hacerlo se podían comunicar y comprender.

La estadía fue un poco larga, pero hasta el día de hoy no se sabe si se creyeron que no sabían nada o fue la influencia del tío de una compañera de clase que era militar, pues ella estaba horrorizada y ni sabía que estaba en dictadura y se enteró ahí, del peor modo, “pobrecita”.

Los soltaron, mi madre salía de ahí con su frazada que le había llevado su hermano
y los cigarros La Paz suave que le quedaban.

Se sentía en una nebulosa, no sentía nada.

Llega a su casa y allí estaba toda su familia que no paraban de llorar y ella dura sin sentir.

Todas las noches se acostaba y se ponía alerta,
a escuchar a esas camionetas que podían parar en su casa,
a esos golpes que podría oír en su puerta
y a esas voces que podían decir “Fuerzas Conjuntas. Abran”.

Ella es nerviosa, a veces un poco malhumorada, comprensiva, fuma mucho, es profesora, es mamá, es mi MAMÁ; la vida le dio muchos golpes y también le dio el GOLPE.

Sentadas en la vereda de casa entre mate y cigarros,
me cuenta lo que le llevó casi veintisiete años recordar bien.

Salen despacito, cuestan, duelen, es que tanto tiempo en el olvido o queriendo ser olvidadas, hacen que sean muy difíciles de contar y que al contarlo la voz se quiebre en mil pedazos.

Una generación entera golpeada, una generación fuerte, que dejó una madre fuerte,
que para todos los golpes con su pecho,
que me enseñó lo hermoso de la vida
y que la amo con todo mi CORAZÓN.

Irene Castro

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POR TODOS ELLOS
SOMOS MEMORIA Y RESISTENCIAS

A 49 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO
ESTE 27 DE JUNIO MARCHAMOS


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