Memorias de Abril. Patrimonios de cultura y lucha populares



Ilustración de Carlos Alonso,
en Juan Gelman, Bajo la lluvia ajena.

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Memorias de Abril
PATRIMONIOS DE CULTURA Y LUCHA POPULARES

Marcas de la Memoria
La historia de nuestra gente y nuestros barrios
forma parte de nuestro Patrimonio


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“¿De qué nos sirve la libertad,
si no hay justicia, María Pilar?”

Cita de la canción “María Pilar",
de Teresa Parodi.
Frente del Instituto de Profesores Artigas,
Aguada, Montevideo.

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Es contradictorio pero es:
Uruguay es un país donde continuamente se vociferan
y se legislan aumentos de penas
y disminuciones para la edad de imputabilidad,
y contemporáneamente los delitos de lesa humanidad
cometidos durante la última dictadura cívico-militar,
junto a los más graves delitos,
normalmente denominados de cuello blanco,
cuentan con una gran impunidad.

Se podrían citar innumerables casos,
pero el mes de abril
presenta algunos casos tristemente históricos,
donde la injusticia
de la llamada justicia uruguaya queda evidente:

16 de abril de 1984
Asesinato de Vladimir Roslik

17 de abril de 1972
Los ocho fusilados de la seccional 20


21 de abril de 1974
Las Muchachas de Abril

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(1) EL ASESINATO DE VLADIMIR ROSLIK
16 de abril de 1984,
impunidad confirmada

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Este 16 de abril, se cumplieron años de la muerte por torturas de Vladimir Roslik. Fue el último homicidio de la dictadura. Los asesinos, el coronel Sergio Coubarrere y el médico Eduardo Sainz Pedrini, siguen impunes. Por años el caso estuvo amparado en la Ley de Caducidad y cuando fue finalmente reabierto se intentó clausurar con la proscripción. Incluso se llegó a “extraviar” el expediente judicial que aún no se ha archivado en forma definitiva.

El 28 de julio de 2021, la Suprema Corte de Justicia del Uruguay, archivó la causa de Vladimir Roslik, el médico de origen ruso que fue el último asesinado por la dictadura en 1984, al declarar inadmisible el recurso de casación presentado por el fiscal Ricardo Perciballe en marzo de 2020.

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Hace 30 años, con el fotógrafo Walter Crivocapich, fuimos enviados a San Javier por el semanario Convicción en el mismo momento en que el comandante de la División de Ejército III, general Hugo Medina, emitía un comunicado en el que justificaba el mortal operativo como una acción contra el terrorismo marxista internacional. ...

En San Javier pudimos respirar el miedo que se sufría y en Paysandú logramos hacer la primera entrevista a Mary Zavalkin, quien nos entregó un facsímil de la autopsia “oficial” que explicaba la muerte como un “paro cardiaco”. Al releer hoy aquellos artículos, me sorprendo de la forma como debíamos escribir la noticia para decir que hubo un homicidio sin afirmarlo, y el riesgo que asumíamos, entrevistador y entrevistado, al hablar directamente sobre la tortura que Roslik ya había sufrido en 1980.

Volví a visitar la Colonia a principios y fines de los noventa. Una vez para asistir a uno de los Festivales musicales que se organizaron en recuerdo de Roslik y, otra, para escribir en Brecha sobre un Festival del Girasol en que se organizó una fiesta de productos tradicionales, coincidente con un aniversario del homicidio. No volví más, aunque siempre tuve en mi recuerdo a aquella gente en cuyos ojos comprendí tanto miedo y, luego, entendí tanta dignidad para superar el dolor.

Esta Semana de Turismo, viajaré al litoral y el miércoles 16 de abril, exactamente treinta años después, trataré de estar en San Javier. No esta prevista la realización de ningún acto recordatorio por Roslik. Mary Zavalkin vive en Paysandú y ha dedicado su esfuerzo al Hogar de Ancianos Valodia, donde recientemente se ha inaugurado una rampa para mejorar la calidad de vida de muchas personas mayores del pueblo. El recuerdo de Vladimir está diariamente en esa obra.

Llevaré cañas y curricas para alimentar la fantasía de algún dorado saltando sobre el río. Beberé kuas, ese exquisito licor de miel que hacen los rusos, y comeré algunos de sus platos tradicionales: el shaslik de cordero (brochette que pediré con poco picante), unas empanadas de cuyo nombre no me acuerdo, si hace frío un plato de borj (sopa de verduras) y de postre kisiel (de níspero) o piroj (de zapallo)… Y, antes de volver, le dejaré una flor a Vladimir, junto a mi compromiso de seguir buscando verdad y justicia.

Roger Rodríguez, 11 de abril de 2014
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(-) Los artículos de Roger Rodríguez pueden verse en su página Facebook:

Abrir en página nueva:

CRÓNICAS DE 30 AÑOS EN PERIODISMO
El caso Roslik


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Abrir en página nueva:

Poema en memoria de Vladimir Roslik

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Placa conmemorativa del asesinato impune
del médico Vladimir Roslik,
ocurrido el 16 de abril de 1984.
Batallón de Infantería número 9 de Fray Bentos,
Departamento de Río Negro, Uruguay.

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Película
Duración: 1h. 26'

Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas

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(2) LOS OCHO DE LA 20
17 de abril de 1972
Los ocho fusilados de la seccional 20
del Partido Comunista

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La Memoria como (re)construcción colectiva de la lucha del pueblo uruguayo.
Seccional 20 del Partido Comunista,
Avda. Agraciada 3715 (esq. Valentín Gómez), Paso del Molino, Montevideo,
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...hay olvidos que queman y memorias que engrandecen

Alfredo Zitarrosa


Conmemoración de "Los ocho de la 20"
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Si la memoria se construye como restos dispersos,
si lo que emociona son los detalles,
el relato de Noemí Apostoloff recoge algo que reconforta,
gestos anónimos y luminosos en un tiempo oscuro.

"Durante la dictadura no hubo un solo aniversario
en que no hiciéramos un homenaje a los compañeros.

(…) Todos los años, lo digo con orgullo,
no faltó uno solo en que no fuéramos a dejar flores.
Una vez un señor mayor se paró sin miedo,
y bien despacio, con elegancia,
fue tirando una a una, ocho rosas rojas".

(-) En el libro de Virginia Martínez
Los fusilados de abril. ¿Quién mató a los comunistas de la 20?
(Ediciones del Caballo Perdido, Montevideo, 2002).
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Homenaje al pueblo uruguayo y a sus militantes,
a su resistencia ante el terrorismo de Estado
y a su lucha para construir una sociedad más digna y más justa.
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Por Verdad y Justicia y ¡Nunca Más!
Por
Luis Alberto Mendiola, Elman Fernández,
Raúl Gancio, Justo Sena,
Ricardo González, José Abreu,
Ruben López y Héctor Cervelli
.
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"Y el 17, la tragedia...
Fuerzas militares y policiales cercaron, sin motivo aparente,
la seccional comunista del Paso Molino.
El asedio de muchas horas tuvo un epílogo sangriento.

Ocho de los ocupantes del local fueron acribillados sin piedad.
Me cuesta describirles la honda amargura que me embargó.
Hablé en nombre de la Convención Nacional
de Trabajadores durante el acto de despedida a estos mártires.
Miles de obreros marcharon en silencio, con los puños en alto.

Teníamos la convicción de que se buscaba desencadenar
un espiral sin fin de violencia.

La frase que aún me queda grabada del discurso que pronuncié
decía que estábamos unidos y firmes y el fascismo no pasará.

Convocamos a un paro general
que extendimos de veinticuatro a cuarenta y ocho horas
para tratar de evitar nuevas provocaciones.

Hicimos hincapié en que los obreros permanecieran
en sus casas. Había que impedir más muertes.
Pero la guerra continuaba."

(-) En el libro de Jorge Chagas y Gustavo Trullen
José D'Elía: Memorias de la esperanza, Tomo II.
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LOS MÁRTIRES DE ABRIL

"El Seccional 20 del Partido Comunista Uruguayo
y esta zona del Paso Molino son el escenario de la matanza
que ocurre en la madrugada del 17 de abril de 1972.

Siete militantes son asesinados en el lugar
dos quedan heridos, uno de ellos muere once días más tarde.

Un capitán del Ejército, que recibe un balazo en la cabeza,
muere casi dos años después.

El Partido Comunista
ha organizado un sistema de guardia permanente
en todos los locales.

El Seccional 20 ha sido objeto de atentados
y los militantes han instalado en la azotea, sobre el pretil,
una plancha de hierro para protegerse de posibles balaceras
cuando vigilan por la noche."

"La guardia nocturna ese domingo
corresponde a los comunistas, de la metalúrgica Nervión,
donde en abril de 1972 trabajan más de 700 obreros.
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LuisLuisJosé Abreu, Héctor Cervelli, José Machado y Enrique Rodríguez
son comunistas y obreros de Nervión.
Los cuatro se preparan para terminar el día en el Seccional 20.
Llevan abrigo, van a pasar la noche en el local.
El lunes, la jornada empezará temprano:
a las seis de la mañana hay que estar en la fábrica.
José Abreu morirá esa noche. Héctor Cervelli, diez días más tarde.
José Machado y Enrique Rodríguez sobrevivirán a la matanza."
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Luis Alberto Mendiola


"Tiene 46 años y casi los mismos de comunista.
Todos lo recordarán por su alegría
y por su compromiso sin límites con la causa partidaria
sólo comparable a su pasión
por la pesca, los niños
y un saber de enciclopedia en materia de plantas e insectos.
Le dispararon seis veces.
El primer balazo es en la cabeza.
La bala lo hiere pero no penetra.
El segundo balazo le destroza la cara y sale por la nuca.
Los otros disparos son en el hombro,
en un brazo y en las piernas.
La autopsia registra además que hay en su cuerpo 'heridas raras',
cortantes como de un arma blanca."
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Elman Milton Fernández/b>


"El muchacho rubio se llama Elman Fernández
y hace diez años que esta afiliado al Partido Comunista.
Su padre era violinista de la Orquesta del Sodre
y le eligió el nombre en homenaje a Mischa Elman,
el famoso violinista ruso.
Estudió violoncello en el Conservatorio Nacional de Música.
Cuando el padre murió abandonó la música como actividad profesional.
También fue boxeador en el Club Atlético Peñarol
y aunque dejó el deporte sigue entrenándose con el hermano.
Los compañeros dicen que era un maestro con el violín:
'Tenía un físico privilegiado, era inmenso, fuerte,
no podías creer que con esas manazas tocara el violín.
Un muchacho callado, tierno,
como que el carácter no correspondiera a ese cuerpo tan grande'
recuerda Julio Echeveste.
Elman Fernández muere al lado del seccional,
en la puerta de la casa de Esteban Benlián.
El primer balazo, en la pierna, lo hace caer.
El segundo balazo, en la cabeza, lo mata."
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Raúl Gancio Mora


"Trabaja desde los 11 años en la fábrica de vidrio Codarvi.
Es el contacto del Partido Comunista
con la Federación del Vidrio.
'Tenía muy buena relación con la gente.'
Raúl Gancio tiene 37 años y una hija pequeña a su cargo.
Le disparan una sola vez.
La bala lo hiere en el vientre y cae.
Agoniza durante toda la noche desangrándose.
Pide que lo atiendan, pide por su hija, pide que no lo dejen morir."
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Justo Washington Sena


'"Puedo mirar a un curtidor, a un textil,
a un obrero cualquiera y ver a Cacho Sena.
Así era él.' 'Sena siempre estaba en todo.'
A Sena le dispararon tres veces. La primera bala, que le da en el pecho, lo tira hacia atrás.
Cae y le dan un balazo en el vientre.
Lo rematan en el suelo pero todavía no muere.
Con una hemorragia interna llega hasta el amanecer."
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Ricardo Walter González


"Vive con los padres y con Mirta, la hermana menor,
en La Teja, en una casa que la familia
no ha podido terminar de construir.
Trabaja desde los 13 años.
Empezó haciendo un reparto de pan
en bicicleta y luego aprendió el oficio de panadero.
Desde hace unos años es maestro de pala
en una panadería del barrio.
... cumplió 21 años. tiene novia y un oficio.
Hace dos o tres meses que se afilió al Partido Comunista.
En pocas horas va a morir de un balazo
que le disparan en la nuca desde muy cerca,
y que lo mata en forma instantánea."
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José Ramón Abreu


"Es metalúrgico.
Trabaja como peón en la sección moldeado de Nervión.
Tiene 37 años.
En 1969 se afilió al Partido Comunista.
Tiene cuatro hijos y una mujer joven, de 22 años.
En un terreno en el kilómetro 29.800 de la ruta 1, está construyendo su casa.
... un balazo en el pecho le perfora el pulmón.
Cuando ya está caído en la calle le disparan otra vez.
Intenta moverse. No puede.
La bala le ha atravesado la médula espinal
y le paralizó las piernas.
Se arrastra. Se resiste a morir.
Finalmente, unas horas más tarde, la muerte lo vence."
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Ruben Claudio López


"Muere con la campera que le prestó 'el Gallego' Buño.
Primero le dan un tiro en la nuca
y cuando cae lo rematan de un balazo en la cabeza."
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Héctor Cervelli


"El 28 de abril de 1972 muere en el Hospital Militar.
'El Torito', como le llamaban sus compañeros,
era obrero metalúgico
y fue uno de los fundadores del sindicato
de los obreros metalúrgicos, la Untmra.
Vivía en Pueblo Victoria.
Comenzó a trabajar a los 9 años como repartidor de leche y
luego entró en una fábrica.
En abril de 1972 llevaba 20 años
en la sección moldeo de la fábrica Nervión
y hacía diez años que estaba afiliado al Partido Comunista.
Cervelli estaba con José Machado dentro del local,
junto a la puerta de acceso.
Fue el primero en salir.
Machado lo vió caer,
después un balazo en la cabeza lo derrumbó también a él.
Los dos hombres quedaron tirados frente al Seccional
hasta que una ambulancia los trasladó al Hospital Militar."

(-) En el libro de Virginia Martínez
Los fusilados de abril. ¿Quién mató a los comunistas de la 20?
(Ediciones del Caballo Perdido, Montevideo, 2002).
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Fachada de la seccional 20

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(3) LAS MUCHACHAS DE ABRIL
Homenaje a tres luchadoras sociales:
Diana Maidanic, Silvia Reyes y Laura Raggio.
21 de abril de 1974
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Las Muchachas de Abril
Laura Raggio
Silvia Reyes
Diana Maidanic

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Marca de la Memoria
en Mariano Soler 3098 bis
(esq. Ramón de Santiago, muy cerca de Burgues y Bvar. Artigas,
barrio Brazo Oriental).
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Laura Raggio, Silvia Reyes y Diana Maidanic,
eran tres jóvenes luchadoras sociales y políticas,
que soñaban con un mundo mejor.
Sus edades oscilaban entre 19 y 22 años y Silvia estaba embarazada.
Fueron asesinadas en la madrugada del 21 de abril de 1974,
por un operativo de fuerzas militares de la dictadura, armados a guerra.
Las sorprendieron mientras dormían, en la casa de Mariano Soler 3098 bis, de Brazo Oriental.

Abrir en página nueva:
Proyecto "Marcas de la Memoria", marca 15,
Apartamento 3 de Mariano Soler 3098 bis,
en: Las Muchachas de Abril

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Para Laura, Diana y Silvia
Abril no cantará
sus canciones de otoño
ni la tarde verá
proteger el retoño
porque no nacerá

ya no habrá primavera

no vendrán las sonrisas
no se abrirá la puerta
la mañana y su brisa
no las verá despiertas
la muerte anda con prisa

es la muerte de veras

armada con mil hachas
de golpes de tres filos
aplasta tres muchachas
ahogándoles el grito
convertido en escarcha

aguardan con sigilo

regresan de las piezas
de techos destruidos
coraza de entereza
se alza en alaridos
las tres se desperezan

retornan del olvido

se vuelve a oír el grito
no es de llanto ni entrega
es de honor infinito
que terminó la espera
y reclama su sitio

Para Laura, Diana y Silvia,
de Ignacio Martínez
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Las Muchachas de Abril
Por Verdad, Justicia y ¡Nunca Más!

No hubo enfrentamiento, solo un ajusticiamiento a las tres muchachas.
Incluso asesinan a un vecino que llegaba en motocicleta y que el operativo confunde con alguien que esperaban.
Luego lo presentan como "caído en la lucha"
porque casualmente era un policía.
No hay militares juzgados por estos hechos
aunque se sabe quiénes participaron
y que el Tte. Cnel. Rebollo estaba al mando.
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Las Muchachas de Abril
Diana Maidanic
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LAS MUCHACHAS DE ABRIL
Era 21 de abril de 1974.
En el barrio Brazo Oriental, como en tantos barrios de Uruguay,
en aquellos años oscuros de la dictadura,
la gente se refugiaba temprano en sus casas.
Desde el golpe militar de 1973, la vida de los uruguayos se fue alterando.

No era seguro andar por las noches en la calle,
siempre se podía ser sospechoso de algo,
un volante, una música inconveniente, un aspecto inadecuado
podía ser un riesgo de ser demorado, detenido…, torturado…
En el barrio Brazo Oriental, la noche estaba serena.

Nadie podía presagiar la terrible tragedia
que habría de suceder en la madrugada.
[...] en aquella noche funesta del 21 de abril de 1974,
en el ap. 3 de la vivienda de Mariano Soler comenzó el infierno.

Algunos vecinos de apartamentos cercanos relatan:
"… de golpe me despiertan gritos y golpes terribles
en las ventanas y puerta de entrada…

Con mucho miedo me senté en la cama de un salto
y comencé a entender lo que gritaban…

¡¡¡Abran, abran, … somos las Fuerzas Conjuntas,
… abran que tiramos!!!"

"… eran muchas voces y seguían golpeando
y gritando como desesperados …

Se oía el ruido de las ametralladoras
y pensé que podían tirar contra las ventanas
porque seguían gritando…"
"¡¡¡Abran, abran que tiramos!!!" …
"no entendíamos nada,
mi madre dice que eran las 2.45 de la madrugada,
nos parecía que eso no era una realidad,
que era una pesadilla…"
"… Al abrir la puerta,
se abalanzaron una cantidad de militares con metralletas,
que apuntaban a mis padres y a mí …
El patio estaba lleno de soldados
que gritaban y corrían como locos…"
Hubo una terrible balacera …
Los vecinos sintieron inermes
como disparaban hacia el apartamento de las jóvenes…
Después se hizo el silencio…
y vieron como "sacaron los tres cuerpos en parihuelas,…
eran como inmensas muñecas de trapo… ensangrentadas…".

Eran las jóvenes Laura Raggio, Diana Maidanic y Silvia Reyes…
"… ellos dijeron que fue un enfrentamiento
-dice Horacio Raggio, hermano de Laura-
pero a Laura la ejecutaron
y a Diana la deshicieron…

Yo ví a Laura con un balazo en la cabeza…
y cuando la velábamos creí
que se había teñido el pelo de rojo,
pero era sangre. Tenía 19 años."

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El operativo, según consta en el libro "Ovillos de la memoria",
estuvo a cargo del General Juan Rebollo, y participaron también
los Generales Julio César Rapella y Esteban Cristi,
los Mayores Armando Méndez y José 'Nino' Gavazzo,
el Coronel Manuel Cordero y los entonces Capitanes Mauro Mouriño,
Julio César Gutiérrez y Jorge Silveira…

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Hoy, [...] intentando elaborar el dolor de tan terrible matanza
seguimos recordando y preguntándonos:
¿Por qué las asesinaron,
por qué semejante ferocidad
con estas tres jóvenes militantes sociales?

De acuerdo a la Investigación sobre Terrorismo de Estado,
dice el Historiador Alvaro Rico:
"El objetivo de la dictadura militar fue toda la población,…
su objetivo inmediato fue el desmantelamiento de la oposición…
pero tuvo otro a largo plazo,
que tiene que ver con la reestructura de las relaciones sociales,
las normas de convivencia,
instalando la inseguridad, la desconfianza,
el miedo… que sigue operando hasta hoy día…"

Había que sembrar el terror, había de ejemplarizar,
seguir instalando el miedo,
la desconfianza…
la inmovilidad,
que impidieran,
-que sigan impidiendo-
toda forma auténtica de resistencia y organización
a un modelo económico y cultural neoliberal…
Seamos o no conscientes,
este dolor, … y tantos otros,
están en nuestras vidas, condicionándolas,…
impidiendo vínculos,
dificultando relaciones,
afectando nuestros cuerpos,
limitando la concreción de nuestros auténticos proyectos
y sueños alternativos.

Nota. Textos citados y otras informaciones
pueden consultarse en: Muchachas de Abril

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Las Muchachas de Abril
Silvia Reyes
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SANGRE Y ROSAS

El horror y la barbarie de los asesinatos de tres jóvenes, Silvia Reyes, Diana Maidanik y Laura Raggio, siguen reclamando, 40 años después, el justo castigo. Algunos de los responsables de la “masacre de Brazo Oriental” del 21 de abril de 1974 están entre rejas; otros siguen desafiantes, a caballo de la impunidad. Justicia es el único capitulo que falta en esta historia, paradigma de la aberración represiva de la dictadura.

Sólo alguien cansado, medio dormido, con las alertas bajas, podía transitar desprevenido las calles del barrio, a las 4 y media de la mañana. De hecho, buena parte de los vecinos de Brazo Oriental, en la lengua que se apoya en Burgues y en San Martín, habían huido despavoridos llevando a sus hijos menores, a sus padres ancianos, no importa a dónde, con tal de escapar de las balas que atravesaban paredes, rebotaban en el pavimento, salían de las esquinas, de las azoteas, dibujando una malla de muerte antes de que la muerte posible fuera anunciada por el estruendo, que se oía incluso en el Cerrito y en La Blanqueada.

Dorval Márquez, agente de Policía, pedaleaba su bicicleta con un resto de voluntad después de una jornada de trabajo agotadora, cuando una bala de carabina o de fusil, salida de no se sabe dónde, disparada por no se sabe quién, lo mató en seco, inmediatamente, aun antes de que la rueda dejara de girar, acostada en el pavimento.

No fue el único muerto por balas militares aquella madrugada de domingo que completaba una noche de sábado para los que aún tenían ánimo de juerga después de dos años de guerra interna implacable. Eso sí: no fue una bala perdida la que abatió a Dorval; fue una bala premeditada, disparada por las dudas, con poca reflexión y mucha impunidad, por si acaso el que pedaleaba la bicicleta fuera el mismo “sedicioso” al que pretendieron detener dos horas antes. La explosión provocada por el disparo rompió el silencio que se había instalado al fin, y por un momento se temió que la locura volviera a empezar.

A las 2.30 del domingo 21 de abril de 1974, las decenas de oficiales y soldados del Grupo de Artillería comandados por el coronel Juan Modesto Rebollo y supervisados a su vez por el Organismo Coordinador de Actividades Antisubversivas (OCOA) comenzaron a tomar posiciones a lo largo de la calle Mariano Soler, en la paralela Carabelas y en las transversales Fomento y Ramón de Santiago, aunque el despliegue llegó hasta bulevar Artigas, hasta Luis Alberto de Herrera. No fueron particularmente sigilosos al cerrar las calles y ocupar todas las azoteas de las cuadras más cercanas al objetivo: un modesto edificio de apartamentos de Mariano Soler 3098 bis. Las corridas por las veredas, las órdenes asordinadas, los ruidos en el techo, interrumpieron el sueño e instalaron el miedo en los vecinos.

A las 2 .40, oficiales y soldados entraron en tropel en el estrecho corredor, convencidos de que iban a capturar a Washington Barrios, “Camilo”, militante del mln, que arriesgaba su legalidad imprimiendo afiches contra la dictadura y volantes para el próximo Primero de Mayo con una impresora instalada en el sótano de su vivienda. No sabían, los represores, que “Camilo” había viajado el día anterior a Argentina, con la esperanza de obtener dinero para evacuar a una pareja y una beba de nueve meses, y a dos muchachas. Todos habían sido liberados recientemente, después de meses de encierro por razones tan nimias que no justificaron, siquiera, el pase al juez militar. Pero no lograban obtener trabajo, eran políticamente leprosos, y semanalmente debían someterse al destrato de la vigilancia en los cuarteles. Como muchos otros, dejaron de presentarse en el cuartel y automáticamente se convirtieron en fugitivos. Intentaron ocultarse en casa de un amigo, en La Teja; providencialmente un vecino les alertó: “Ojo, que hay una ratonera”. Finalmente, a través de una red de amigos, se contactaron con Washington, que dejó a las dos jóvenes al cuidado de su esposa, en su casa, y solicitó a su cuñada que escondiera a la pareja y a la beba.

Los militares que entraron en la vivienda de Mariano Soler cometieron un primer error: los oficiales al frente del pelotón –los mayores José Gavazzo y Manuel Cordero, los capitanes Armando Méndez, Julio César Gutiérrez y Mauro Mauriño, y el teniente Jorge Silveira– se equivocaron de apartamento, fueron hasta el fondo y golpearon la puerta número 8. Sus aterrados habitantes explicaron que Barrios vivía en el 5. Desandaron sus pasos a los gritos, contagiando el nerviosismo a los soldados que se agolpaban en el corredor, dispuestos a cumplir órdenes, a ser sumisos en la disciplina, si tan sólo las órdenes no fueran contradictorias, antagónicas, ilógicas, en el coro histérico de gritos y amenazas.

Volvieron a equivocarse: los oficiales exigieron a los gritos que abrieran la puerta numero 5, entraron insultando y puteando, blandiendo metralletas que apuntaban indistintamente a los ocupantes, un hombre, su esposa y la hija menor. “¿Dónde está Washington Barrios?”. El hombre, en calzoncillos, dijo: “Soy yo”, y automáticamente varios se abalanzaron sobre él, golpeándolo y arrastrándolo hacia el corredor, hasta que alguien gritó: “No, a ese no lo maten que es el padre”.

En un creciente paroxismo los oficiales se abrieron paso a través de los soldados que se apiñaban en el corredor y enfilaron hacia enfrente, al apartamento número 3. Desde el suelo, Washington Barrios padre intentaba captar la atención de los militares para postergar el desenlace que se leía en los rostros crispados, en las miradas desorbitadas, y su esposa, Hilda Hernández, los seguía llorando y rogando: “No las maten, no tiren que mi nuera está embarazada”.

Derribaron la puerta y entraron en la vivienda disparando sus armas. Se sorprendieron: de hecho, la puerta daba acceso a un patio abierto; las ráfagas barrieron las paredes y destrozaron el baño y la cocina, que daban al exterior. Los soldados apostados en las azoteas también comenzaron a disparar. Las balas traspasaban la mampostería. Un vecino de otro apartamento salió despavorido en calzoncillos, pidiendo por favor que dejaran de tirar porque las balas traspasaban la pared: “Van a matar a mis hijos”; lo obligaron a ponerse con las piernas abiertas y las manos contra la pared. Desde allí oyó unas voces femeninas gritando que querían entregarse. Otros gritos advirtieron que el capitán Gutiérrez había caído. (Había sido herido por sus propios camaradas; la bala le perforó el cuello y el capitán murió un mes después.)

Ya no fue posible detener la balacera en el apartamento, en el corredor, en la calle, en las azoteas, que repetía el reflejo automático, instintivo, de accionar el gatillo. Los disparos partían de cualquier lado dirigidos hacia ningún lado; no había fuego enemigo, sólo descargas que terminaron concentrándose sobre la puerta de madera de dos hojas que comunicaba con un gran espacio, cuarto y comedor, y cuya pared parecía que terminaría por derrumbarse horadada por los impactos.

No se sabe cuánto tiempo continuaron los militares disparando ráfagas, una tras otra. Las balas se incrustaron en los techos, destrozaron las puertas, hicieron saltar las ventanas en añicos, agujerearon las paredes de ladrillo y perforaron las medianeras del patio. Detrás de la puerta del comedor los militares encontraron a tres jóvenes en camisón, acurrucadas, abrazadas entre sí y, por cierto, desarmadas. No preguntaron por Washington Barrios; simplemente las acribillaron, fuera de sí, incapaces de contener el miedo que nace de la tensión.

Cuando las armas dejaron de escupir balas, cuando el capitán Gutiérrez y el coronel Rebollo –que había sido herido levemente en un brazo– fueron evacuados, cuando los generales Julio César Rapela y Esteban Cristi “se apersonaron en el lugar del enfrentamiento”, el teniente Jorge Silveira, “Chimichurri”, a quien le esperaba una larga carrera especializada en asesinatos, torturas y violaciones, se dio un respiro, regresó al apartamento 5 y encaró a Hilda Hernández corajudamente: “Dígame dónde está su hijo, que yo mismo lo mato”, sin que hasta hoy se sepa por qué tanto encono.

En el apartamento 3, los oficiales dispusieron que se armara una “ratonera”, es decir, tres o cuatro soldados que aguardarían un improbable regreso de Washington Barrios. En un rincón del comedor, detrás de la puerta, quedaron los cuerpos acribillados y desfigurados de Diana Maidanik, 21 años, estudiante de la Facultad de Humanidades y maestra de jardín de infantes; Laura Raggio, 19 años, estudiante de la Facultad de Psicología; y Silvia Reyes, 19 años, esposa de Washington Barrios, embarazada de tres meses. Es posible que los responsables de lo que después se conoció como “la masacre de Brazo Oriental” ni siquiera tuvieran idea de a quiénes estaban asesinando; la justificación vino después, con el débil argumento, estampado en los comunicados de las Fuerzas Conjuntas, de que los militares habían respondido al fuego de los sediciosos y que en la casa fue hallado un “berretín con armas”. El invento era irrelevante: ni aun así se justificaba la furia homicida, más cuando, 32 años después, ante un juez penal, José Gavazzo reconocería, indolente –indiferente a los sentimientos de los familiares que revivían en el careo el dolor intacto– que “Barrios no era un objetivo importante”.

Todo estuvo a punto de repetirse, una hora más tarde, a eso de las 3 y media, cuando los militares volvieron a copar calles y azoteas en la zona de Jacinto Vera y Estivao, en el Buceo, en un edificio de apartamentos independientes, en uno de los cuales vivían los padres de Silvia Reyes, y en otro, al fondo, Stella, la hermana de Silvia. Como antes, entraron en el corredor y fueron golpeando todas las puertas. Stella y la pareja con su hija lograron a duras penas escurrirse; dejaron a la beba en la puerta de la abuela de Stella y treparon a la azotea, pero los soldados apostados en los techos las vieron. Como antes, se desató una balacera infernal, incontrolada. Previendo lo de antes, un megáfono tronó una orden: “¡Paren, que nos estamos tirando entre nosotros!”. Stella y la pareja lograron descolgarse hasta los fondos y se escondieron en un galpón. Recién al amanecer los soldados las encontraron. Las ataron con una cuerda de colgar ropa y comenzaron a torturarlas, allí mismo, en la calle, pero no para obtener información, para descargar el miedo acumulado. Los vecinos, testigos de la saña, pedían que no las mataran. Después, en el cuartel de La Paloma, Artillería 1, con más método y menos prisa, Gavazzo y Juan Modesto Rebollo –cuya herida no le impidió torturar– interrogaron a Stella sobre Washington Barrios.

Recién a media mañana del domingo, los cuerpos de las tres chicas –las “muchachas de abril”– fueron retirados del apartamento devastado y trasladados al Hospital Militar. Al mediodía la “ratonera” fue levantada para que un pelotón de soldados, trasladado en varios camiones, iniciara el desguace del apartamento 3. Desde el otro lado del corredor, en la puerta de enfrente, Jacqueline, la hermana de Washington Barrios, vio impotente cómo se llevaban todo el mobiliario, rúbrica postrera de la impunidad, burla del dolor, gesto impúdico de rapacidad. Se llevaron hasta la puerta de entrada, los tapones y las tapas de las llaves de las luces; Jacqueline vio cuando sacaban la máquina de coser y el colchón del sofá cama empapados en sangre. No pudieron llevarse el placar del dormitorio, que estaba empotrado; lo rompieron.

Por la tarde, Washington Barrios padre entró en el apartamento 3: el revoque de las paredes formaba una alfombra en los pisos, y en el comedor el blanco se confundía con el rojo de la sangre. Las paredes estaban salpicadas. “Era horrible. Las balas incrustadas tenían trozos de cuero cabelludo”. El padre contabilizó 140 impactos de bala.

El lunes 22 las tres familias de las víctimas recibieron llamadas telefónicas conminándolas a retirar los cadáveres en el Hospital Militar. Los padres de Diana Maidanik comprobaron que su hija había recibido 35 balazos; la madre de Laura Raggio no pudo sobreponerse a la visión de su hija con una herida de bala en la cabeza; más tarde, cuando la velaban, creyó que Laura se había teñido el pelo, pero era sangre. El padre de Silvia Reyes debió reconocer a su hija –identificarla– en la morgue: contó más de 38 impactos de bala en todo el cuerpo. Las heridas revelaban que habían recorrido el cuerpo con dos ráfagas, de arriba abajo, cuando ya estaba muerta. Nadie se atrevió a decirle nada cuando le sacó el anillo de matrimonio de la mano derecha y lo guardó para su yerno, a quien nunca más volvió a ver.


Las Muchachas de Abril
Laura Raggio
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Pero aún no había acabado el calvario: cuando se realizaba el velorio de Silva, un grupo de soldados entró en la casa, se dirigió a los fondos, donde vivía Stella, y comenzó a saquear la casa. Mientras al frente los familiares lloraban a la muerta, al fondo los soldados se llevaban todo lo transportable mientras cantaban “Uruguayos campeones…”. El padre de Silvia no soportó la provocación, encaró al general Rapela, que solía comprarle obras de arte y pretendió, en el forcejeo, arrebatarle el arma. Rapela no se lo esperaba, y antes de que atinara a una reacción, un tío de Silvia logró tranquilizarlo. A la hora del sepelio, cuando sacaron el féretro de la casa, los vecinos de la zona aguardaban compactos, en la vereda de enfrente; cubrieron el féretro con una lluvia de rosas.

En 1985 las familias Barrios y Reyes formalizaron la denuncia sobre los asesinatos de las muchachas de abril, pero en 1986, ley de caducidad mediante, el caso fue archivado por orden del presidente Julio María Sanguinetti. Diecinueve años después, en octubre de 2005, un equipo de abogados de Ielsur, organización no gubernamental, pidió retomar la indagatoria, que recayó en el juzgado penal a cargo del juez Pablo Eguren. Insólitamente, el escrito que solicitaba la reapertura del caso no reclamaba expresamente –como es habitual– responsabilidades penales para quienes estaban implicados en el operativo que culminó con los asesinatos. El fiscal Enrique Moller, experto en archivar causas de violaciones a los derechos humanos, ni lerdo ni perezoso aprovechó el pretexto para solicitar que se desistiera de la investigación. El juez Eguren estuvo de acuerdo.

Al reactivarse todas las causas, en 2012, el expediente volvió al despacho del juzgado penal de 8º Turno, ahora a cargo de la jueza Graciela Eustaccio. Pero hasta el presente, a 40 años de los sucesos, no hay ninguna sanción penal para los responsables de los asesinatos.

A 40 años del asesinato impune de las muchachas de abril,
por Samuel Blixen, semanario Brecha, Montevideo, 16/04/2014.

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(4) ¡RAÚL 'EL BEBE' SENDIC VIVE!
¡LA LUCHA SIGUE!
28 de abril de 1989


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Raúl Sendic. Foto de Nancy Urrutia

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Homenaje a Raúl Sendic Antonaccio, 'el Bebe' Sendic, el luchador social.
Luchador que nunca perdió su perspectiva histórica revolucionaria.
Por eso, y por ser un símbolo y ejemplo para los trabajadores y luchadores,
rescatarlo del olvido es un acto de justicia.

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Memorias de la Patria Grande. Recordando al Bebe Sendic


Descripción: Acto realizado el 28 de abril de 2018, en el cementerio de La Teja, Montevideo, en conmemoración de los 29 años de la muerte de Raúl “Bebe” Sendic. La hija de Washington Rodríguez Belletti leyó las palabras que su padre, al cumplir sus 90 años, dedicó al Bebe Sendic.

Audio: Grabación de las palabras de Washington Rodríguez Belletti, al cumplir sus 90 años (2017) , dedicadas a la conmemoración del Bebe Sendic.

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Memorias de la Patria Grande. Una flor para Sendic


Descripción: Acto realizado el 26 de abril de 2014,en el cementerio de La Teja, Montevideo, en conmemoración de los 25 años de la muerte de Raúl “Bebe” Sendic.

Audio: “Sólo digo compañeros”, de Daniel Viglietti,
interpretada por Ezequiel Fascioli en dicho acto.

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... hay olvidos que queman y memorias que engrandecen

Alfredo Zitarrosa

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