De cómo, desde chiquitos, una concepción del urbanismo
nos puede enseñar a convivir en la res-pública.
La Rambla, una ventana al mar
*
La Rambla
(no existe Montevideo ni montevideano
sin la Rambla,
su Rambla, la Rambla de todos)
y el Río de la Plata (ancho como mar),
y el sol y el aire fresco,
y el sentarse a mirar y a conversar
(al otro y con el otro, el mar y con el mar),
y las palmeras altas y los banquitos,
y una línea de plazas y de arenas
que se pierden en el horizonte,
pescadores y ciclistas,
chiquilines y veteranos,
la Escollera Sarandí,
Barrio Sur y Palermo,
Ramírez y el Parque Rodó,
Punta Carretas con su faro
y Villa Biarritz con su feria,
Pocitos (con el ómnibus 121
que te lleva justito hasta la playa),
el besódromo
y después el puertito del Buceo,
y el Museo Zoológico
y otra curva y otra playa,
Punta Gorda (creo que no exista la Punta Flaca, al menos no la conozco),
y se puede cortar por adentro, pero en bicicleta es difícil por el repecho,
y más allá Malvín,
y más palmeras y más médanos de arena,
y uno sigue mirando sin hartarse,
y allá en el fondo,
al final de Montevideo,
no de la Rambla,
aparece Carrasco y el viejo Hotel,
y uno se tienta con ganas de seguir viajando,
de seguir hacia el este,
quizás para ir hacia el sol,
quizás para acompañar al río,
ancho como mar,
quizás para dar toda la vuelta,
en sentido antihorario,
seguir hasta el Chuy
y costear luego el Brasil
hasta Bella Unión,
allá arriba, la de los Cañeros,
y volver luego
siguiendo el curso del Río de los Pájaros Pintados,
que deja el Uruguay a oriente
(y por eso orientales)
de las otras provincias
de la antigua Liga del Río de la Plata.
*
Rambla ventana,
rambla pueblo,
rambla juglar de tantas historias,
rambla maestra de la convivencia humana.
***
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