A LOS CARDENALES CUERVOS Y A LOS PASTORES LOBOS DE AMERICA LATINA
NUNCA, JAMAS, han optado por el pueblo. Han sólo prometido el cielo futuro
y bien que saben del infierno presente.
Ustedes, que les sobra para comer, ¿han alguna vez denunciado la muerte por hambre de nuestros niños, han alguna vez denunciado el abandono de ellos en nuestras calles, han alguna vez denunciado a los escuadrones de la muerte que los asesinaba impunemente?
NUNCA, JAMAS, han denunciado las condiciones de vida indígena en América Latina. Sólo saben “hacer obras de caridad” en el terrible desierto que ustedes mismos han colaborado a crear.
No se han ensuciado las sotanas abrazando de corazón a nuestros trabajadores. Ustedes, que nunca han trabajado, ¿han alguna vez denunciado el promedio de vida de los mineros bolivianos, han alguna vez denunciado el trabajo infantil en las minas, han alguna vez denunciado el aislamiento forzado y el genocidio de enteras poblaciones indígenas?
De muchacho, recuerdo, a ustedes los llamábamos cuervos, y yo pensaba que fuese por el color de las sotanas, pero en realidad creo que sea por vuestro espíritu de cuervos rapaces,
cínicos payasos de la historia.
NUNCA, JAMAS, los vi en un escenario con nuestros cantantes, ni los vi cantar amores y desdichas del pueblo como nuestros poetas, ni los vi con las sotanas de mil colores de América
como los guardapolvos de nuestros pintores.
En realidad a ustedes les importa un pito de la vida y de la muerte. Vida y muerte para ustedes son sólo ritos, bautismos o funerales, regularmente tarifados. Como ritos son las confesiones, porque ustedes nunca, jamás, han confesado estas culpas. Nunca, jamás, ustedes han confesado, con público arrepentimiento, que en el 1500 vuestros teólogos discutían si los indios tenían o no tenían alma para así poder explotarlos tranquilos. Nunca, jamás, ustedes han confesado, con público arrepentimiento, que callaron aprobando a los cristianos negreros, que millones de personas fueron tratadas como mercancías, que millones de personas murieron en las travesías del Atlántico, que millones de personas fueron explotadas como esclavos. A esas tierras africanas, en lugar de hacer público vuestro arrepentimiento, ustedes son capaces sólo de recordarles que está prohibido amarse con condones; en esas tierras africanas, donde millones mueren por sida, se lo acaba de recordar vuestra iglesia de Ratzinger, la misma que excomulgó a Ernesto Cardenal por formar parte del gobierno sandinista.
Hoy como ayer, ustedes, cardenales cuervos y pastores lobos, apoyan a los golpistas, apoyan a los fascistas, apoyan a las oligarquías. Ayer con el unánime apoyo de las jerarquías al golpista Franco, contra el gobierno popular de la república española (tampoco de esta culpa se han confesado). Hoy para “evitar baños de sangre”, para “evitar ingerencias foráneas”. De los baños de sangre que nunca, jamás, ustedes han denunciado ya hemos hablado. De las ingerencias foráneas, cabe recordarles que de muchas personas e ideas estamos orgullosos de haberlas acogido en nuestras tierras, porque si se trata de mejor vida para el hombre no hay foraneidad que valga; pero también cabe recordarles que no son foráneas las ideas ni las personas de José Martí, Simón Bolivar, José Artigas, José Carlos Mariátegui, Farabundo Martí, Ernesto Che Guevara, ..., y los sí monseñores y obispos pastores Helder Cámara, Oscar Romero, Enrique Angelelli, ...
A ustedes no les pedimos nada, porque son solamente mercaderes, cuervos rapaces, pastores lobos, cínicos payasos. Y no nos interesa vuestra caridad, ni nos interesa discutir sobre Zelaya, o discutir sobre los proyectos de reforma, o discutir si hace frío o calor. Nos interesa sólo el sostén completo a las libres decisiones del pueblo hondureño, del que ustedes no forman parte.
A ustedes no les pedimos nada,
pero si tuvieran un poquito de coraje,
prueben a no comer manjares, a no comer un día,
a cambiarse con amigos la ropa usada;
prueben a viajar escondidos para superar fronteras,
simplemente para poder vivir, para poder trabajar;
prueben a nadar para intentar llegar a la costa,
mientras amigos y parientes se ahogan;
prueben a vivir separados de los hijos,
aunque ustedes ni siquiera de tener hijos son capaces;
prueben a inmigrar y a sentirse solos, sin patria, sin familia,
a ser sólo mano de obra barata y despreciada;
prueben a vivir un día sin memoria;
prueben a juntar dinero, no como lo hacía Marcinkus,
sino para mandar a casa, a los amigos, por solidariedad fraterna;
prueben a perder un hijo por enfermedad curable,
a perder un padre y una madre por desaparecidos;
prueben a ser hijos de fusilados, de presos torturados,
a ser hijos de mujeres y hombres expuestos como trofeos de guerra;
prueben a sentir que te apartan por el color de la piel,
o por la lengua indígena,
o por la falta de escuela que ninguno te ha dado;
prueben a sentirse echados,
simplemente porque son hambrientos,
porque son enfermos;
prueben a imaginar la enfermedad de quien da fuego a una persona,
simplemente porque foránea y hambrienta,
enfermedad de ésta, vuestra sociedad occidental y cristiana.
Prueben, quizás puedan aprender un poco de la vida,
un poco de nuestros pueblos.
Quizás puedan aprender un poco a ser cristianos.
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